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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Lord príncipe -le dijo.<br />

-Mi padre se muere -dijo Cuneglas-. Una lanza le dio por la espalda.<br />

Su tono era de acusación, aunque todos sabíamos que, desde el momento en que la línea<br />

defensiva se rompía, muchos morían por la espalda.<br />

Arturo permaneció postrado. Pareció quedarse sin respuesta durante unos momentos; después<br />

-¿Dais licencia para verlo? - -. Ofendí a los vuestros, lord príncipe, os insulté en el<br />

honor y, aunque no pretendía ofenderos, deseo rogar el perdón de vuestro padre.<br />

Cuneglas quedó desconcertado y se encogió de hombros como no sabiendo si tomaba o no la<br />

decisión acertada, pero al fin señaló hacia la barrera de escudos. Arturo se puso en pie y,<br />

caminando al lado <strong>del</strong> príncipe, fue a visitar al rey Gorfyddyd en su lecho de muerte.<br />

Quise advertir a mi señor de que no fuera, pero se lo tragaron las lineas enemigas antes de que<br />

yo recuperara el juicio. Me estremecí al pensar en lo que Gorfyddyd le diría, y sabia que le diría<br />

las mismas palabras despreciables que me escupiera a mi por encima <strong>del</strong> escudo machacado por<br />

las lanzas. <strong>El</strong> rey Gorfyddyd no perdonaba a sus enemigos ni les escatimaba sufrimientos,<br />

aunque se hallara al borde de la muerte. Máxime hallándose al borde de la muerte. <strong>El</strong> último<br />

placer de Gorfyddyd en este mundo seria hacer daño a su enemigo. Sagramor compartía mis<br />

temores y ambos observábamos angustiados hasta que, al cabo de unos momentos, Artur<br />

de entre las filas enemigas con el rostro tenebroso como la cueva de Cruachan. Sagramor<br />

acudió presto a su lado.<br />

-Miente, señor -dijo Sagramor en voz baja-, siempre ha mentido.<br />

-Sé que ha mentido -dijo Arturo, y se estremecio-. Pero hay mentiras difíciles de escuchar e<br />

imposibles de olvidar. -Entonces la rabia se apoderó de él y sacó a Excalibur volviéndose como<br />

una fiera hacia el enemigo-. ¿Alguno de vosotros quiere batirse por las mentiras de su rey? -Los<br />

retó a voces, paseando ante ellos de lado a lado-. ¿Hay alguno entre vosotros? ¿Hay siquiera<br />

uno dispuesto a defender al malvado que morirá con vosotros? ¿Ni uno solo? íPorque maldigo<br />

el espíritu de vuestro rey hasta la última oscuridad! ¡Vamos, luchad! -Blandió a Excalibur ante<br />

los escudos leva ntados-. ¡Luchad, basura! -Su rabia era más terrible que todo lo visto en el valle<br />

a lo largo <strong>del</strong> día-. ¡En nombre de los dioses, declaro que vuestro rey miente, que es un<br />

malnacido, un ser sin honor, nada! -Les escupió y empezó a abrirse con una sola mano los<br />

cierres de mi armadura, que aún llevaba puesta. Logró desatar las correas de los hombros, pero<br />

no las de la cintura, de modo que la coraza le quedó colgando como el mandil de un herrero-.<br />

¡Os doy ventaja! -aulló -. ¡Sin armadura y sin escudo! ¡Venid a luchar contra mi! ¡Demostradme<br />

que el malnacido protector de rameras de vuestro rey dice la verdad! ¿Ni uno se atreve? -Estaba<br />

fuera de si, en manos de los dioses, y escupía su rabia al mundo, que se encogía ante fuerza tan<br />

-. ¡Rameras rancias! Se volvió en redondo al ver salir a<br />

Cuneglas <strong>del</strong> circulo de escudos-. ¿Tú, cachorro? -Apuntó la espada hacia Cuneglas-. ¿Tú<br />

lucharás por ese montón de basura moribunda?<br />

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