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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-¡A<strong>del</strong>ante! -grité.<br />

Me pareció mejor avanzar que dar tiempo al enemigo para formarse y atacar.<br />

A medida que avanzábamos hacia el norte, las laderas <strong>del</strong> valle se tornaban más altas y<br />

escarpadas. La pared de la derecha, al otro lado <strong>del</strong> río, era una espesa maraña de árboles, pero<br />

la de la izquierda estaba cubierta de hierba al principio y de matorrales después. <strong>El</strong> valle se<br />

estrechaba, aunque no llegaba a formar una garganta. <strong>El</strong> valle <strong>del</strong> Lugg tenía espacio suficiente<br />

para maniobrar, aunque la cenagosa ribera <strong>del</strong> río restringía el terreno seco y nivelado que se<br />

necesita para librar batallas. La primera luz que se filtraba entre las nubes iluminaba ya las<br />

montañas occidentales, pero no penetraba todavía en las profundidades <strong>del</strong> valle, donde al<br />

menos había dejado de llover, aunque el viento soplaba frío y h·medo y hacía parpadear el<br />

fuego de las hogueras que ardían en la parte alta <strong>del</strong> valle. A la luz de esas hogueras divisamos<br />

una aldea de chozas alrededor de un edificio romano. Ante las llamas pasaban sombras de<br />

hombres que se afanaban de un lado a otro; un caballo relinchó y de pronto, cuando la luz<br />

mortecina de la aurora alcanzó por fin el camino, vi que se estaba formando una barrera de<br />

escudos.<br />

También percibí que la componían unos cien hombres, al menos, e iban sumándose más y mas.<br />

-¡Alto! -ordené a mis hombres.<br />

Agucé la vista y calculé unos doscientos guerreros en la barrera de escudos. La luz gris brillaba<br />

en las puntas de sus lanzas. Se trataba de la guardia de elite que Gorfyddyd había situado en el<br />

valle para defenderlo.<br />

Efectivamente, la anchura <strong>del</strong> valle excedía nuestra defensa de cincuenta hombres; el camino<br />

discurría junto a la ladera occidental dejando a nuestra derecha una ancha pradera por donde el<br />

enemigo podría rodearnos los flancos sin dificultad, de forma que ordené la retirada.<br />

-¡Atrás, despacio! -dije-. Despacio y pisando firme. ¡Volvemos al parapeto! -<br />

defender el hueco que habíamos abierto en la valla de troncos, aunque de todos modos el<br />

enemigo no tardaría en trepar por los árboles que aún quedaban y rodearnos-. ¡Atrás, despacio!<br />

-repetí, pero no di un paso más mientras mis hombres se retiraban.<br />

Aguardé al ver que un solo hombre a caballo se destacaba de entre las filas enemigas y<br />

cabalgaba hacia nosotros.<br />

<strong>El</strong> emisario era un hombre alto que dominaba su montura. Llevaba un yelmo de hierro con<br />

penacho de plumas de cisne, lanza y espada, pero no escudo. Vestía coraza y su silla era una<br />

piel de oveja. Su rostro de ojos oscuros y barba negra llamaba la atención y sus rasgos me<br />

resultaban familiares, pero no llegué a reconocerle hasta que detuvo el caballo cerca de mi.<br />

Tratábase de Valerin, el cacique al que Ginebra estaba prometida cuando conoció a Arturo. Me<br />

miró desde arriba y fue levantando la lanza poco a poco hasta colocármela a la altura de la<br />

garganta.<br />

-Tenía la esperanza de que fuerais Arturo.<br />

-Mi señor os envía saludos, lord Valerin -le dije.<br />

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