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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

En ese momento, antes de que Sagramor pudiera dar la orden de retirada, Gorfyddyd en<br />

persona se a<strong>del</strong>antó para provocarnos. Cabalgó solo, sin siquiera la compañía de su hijo,<br />

con la espada envainada y una lanza, pues no tenía brazo con que sujetar el escudo.<br />

<strong>El</strong> yelmo con ribetes de oro, el que Arturo le devolviera el día de su compromiso con Ceinwyn,<br />

estaba rematado con unas alas de águila abiertas y doradas y llevaba el manto negro extendido<br />

sobre la grupa <strong>del</strong> caballo. Sagramor me dijo que no me moviera de donde estaba y salió al<br />

encuentro <strong>del</strong> rey.<br />

En vez de usar las riendas, Gorfyddyd habló a su caballo en voz baja y éste se detuvo obediente<br />

a dos pasos de Sagramor. Gorfyddyd apoyó el extremo de la lanza en el suelo, retiróse los<br />

protectores de las mejillas y mostró su rostro avinagrado.<br />

-Tú eres el demonio negro de Arturo -dijo a Sagramor, y escupió para espantar el mal-, y tu<br />

señor, el amante de la ramera, se refugia tras tu espada. -Volvió a escupir, pero esta vez en<br />

-. ¿Por qué no parlamentas conmigo, Arturo? -gritó-. ¿Acaso te has quedado sin<br />

lengua?<br />

-Mi señor Arturo -respondió Sagramor con su fuerte acento extranjero- ahorra el aliento para<br />

cantar la canc ión de victoria.<br />

Gorfyddyd levantó la lanza.<br />

-Sólo tengo un brazo -me dijo a voces-, ¡pero lucharé contra ti!<br />

No respondí ni me moví. Sabia que Arturo jamás se enfrentaría en combate singular con un<br />

manco; aunque tampoco habría guardado silencio sino que, a esas alturas, estaría abogando ante<br />

Gorfyddyd por la paz.<br />

Gorfyddyd no deseaba la paz, quería matar. Recorrió nuestra línea de arriba abajo gobernando<br />

al caballo con las rodillas e increpando a nuestros hombres.<br />

-¡Morís porque vuestro señor no puede apartar las manos de una ramera! ¡Morís por una perra<br />

de ancas calientes! ¡Una perra que arde en fuego perpetuo! Vuestros espíritus serán malditos.<br />

Mis muertos ya están disfrutando en el más allá, pero vuestros espíritus serán sus dados. ¿Y por<br />

morir? ¿Por su ramera pelirroja? -dijo señalándome con la lanza; entonces azuzó al<br />

caballo directamente hacia mi y retrocedí para que no percibiera, por la ranura de la visera <strong>del</strong><br />

yelmo, que yo no era Arturo, y mis lanceros cerraron filas para protegerme. Gorfyddyd soltó<br />

una risa sarcástica ante mi aparente timidez. Su caballo estaba tan cerca de mis hombres que<br />

podían tocarlo, pero él no mostró temor de las lanzas cuando me escupió - -<br />

su peor insulto.<br />

Rozó al caballo con el pie izquierdo, la bestia dio media vuelta y salió al galope hacia los suyos.<br />

Sagramor se dirigió a nosotros con los brazos en alto.<br />

- -gritó-. ¡Al parapeto! ¡Rápido! ¡Atrás!<br />

Dimos la espalda al enemigo e iniciamos la marcha a paso vivo. Cuando vieron que nuestras<br />

dos enseñas se retiraban, rompieron a gritar pensando que huíamos y rompieron filas para<br />

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