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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Entrégame a Gundleus vivo, Derfel -me dijo mirándome a los ojos-, entrégamelo vivo, te lo<br />

ruego. -Se tocó el parche de cuero y se quedó en silencio, reuniendo energías para la venganza<br />

que tanto ansiaba. Todavía tenía el rostro macilento y el negro pelo le caía lacio sobre las<br />

mejillas. La suavidad que me demostrara en Lughnasa se había transformado en una frialdad<br />

sombría que me hizo pensar que jamás llegaría a comprenderla. La amaba, pero no de la misma<br />

forma en que creía amar a Ceinwyn, sino con el amor que se pueda sentir hacia un gran<br />

ejemplar de animal salvaje, un águila o un gato montés, pues sabia que nunca entendería por<br />

completo su vida ni sus sueños. De repente, sonrío- l espíritu de Gundleus aúlle<br />

eternamente -dijo en voz baja -. Lo enviaré por el abismo hasta la nada, pero jamás la alcanzará,<br />

Derfel, sufrirá para siempre al borde de la nada, lamentándose sin tregua.<br />

Sentí un escalofrío al pensar en Gundleus.<br />

Un grito me llamó la atención hacia el otro lado <strong>del</strong> río. Seis caballos se acercaban al galope.<br />

Nuestra barrera de escudos se puso en pie y entre las curvas de los escudos asomaron las armas,<br />

pero entonces distinguí al que cabalgaba en cabeza: era Morfans. Corría a toda prisa clavando<br />

los talones a su montura, cansada y sudorosa, y temí que aquellos seis fueran lo único que<br />

quedara de los hombres de Arturo.<br />

Los caballos cruzaron el vado chapoteando en el río y Sagramor salió a su encuentro. Morfans<br />

se detuvo en la orilla.<br />

-A dos millas de aquí -dijo jadeante-, Arturo nos envía en vuestra ayuda. ¡Dioses! ¡Son cientos<br />

y cientos de malnacidos! -Se limpió el sudor de la frente y sonrió -. ¡Habrá botín para mil de los<br />

nuestros.<br />

Se apeó <strong>del</strong> caballo y vi que llevaba el cuerno de plata; supuse que seria para avisar a Arturo<br />

cuando llegara el momento oportuno.<br />

-¿Dónde está Arturo? -preguntó Sagramor.<br />

-Escondido a buen recaudo -dijo, y al verme con la armadura su fea cara se torció en una<br />

sonrisa asimétrica-. <strong>El</strong> peso de esa armadura hunde,¿verdad?<br />

-¿Cómo es capaz de luchar con ella puesta? -pregunte.<br />

-Pues lo hace, y muy bien. Como lo harás tú, Derfel. Me dio unas palmadas en el hombro-.<br />

¿Hay noticias de Galahad?<br />

-Ninguna.<br />

-Agrícola no nos abandonará, digan lo que digan ese rey cristiano y el cobarde de su hijo -<br />

declaró Morfans, y se llevó a sus cinco jinetes al otro lado de la barrera de escudos-. Dejadnos<br />

cinco minutos para que descansen los caballos.<br />

Sagramor se colocó el yelmo. <strong>El</strong> n·mida llevaba cota de malla, manto negro y botas altas. Su<br />

casco de hierro estaba pintado de negro, con pez, y terminaba en una punta afilada que le<br />

confería un aspecto exótico. Solía luchar a caballo, pero no parecia apenarle formar parte de la<br />

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