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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

era uno de los pocos cristianos que engrosaban las filas de Gorfyddyd y que miraba con buenos<br />

ojos el monasterio.<br />

-¿Cómo lo sabe? -me preguntó Aelle directamente.<br />

-Dile que tengo conmigo a un hombre de Ratae que sabe la forma de acercarse al monasterio y<br />

que está dispuesto a servir de guía. Dile que lo único que pido es que se respete la vida de dicho<br />

hombre.<br />

Entonces comprendí quién debía de ser el desconocido que caminaba junto a Hygwydd, como<br />

comprendí que Arturo sabia que habría de sacrificar Ratae desde mucho antes de partir de<br />

Aelle pidió más información sobre el traidor y Arturo le contó que el hombre había desertado<br />

de Powys y había acudido a Dumnonia para vengarse, pues su mujer le había abandonado por<br />

un reyezuelo de Gorfyddyd.<br />

Mientras Aelle consultaba con sus consejeros, los magos farfullaban contra Nimue. Uno de<br />

ellos la señaló con un fémur humano, pero Nimue se limitó a escupir. Con ese gesto parecio<br />

concluir la sesión de magia, pues los dos hechiceros se retiraron tan pronto Nimue se puso en<br />

pie sacudiéndose el polvo de las manos. <strong>El</strong> consejo de Aelle regateó en el precio. En<br />

determinado momento exigie ron la entrega de todos los caballos de guerra, pero Arturo les<br />

pidió a cambio todos sus perros y por fin, a primera hora de la tarde, los sajones aceptaron la<br />

oferta de Ratae más el oro de Arturo. Tal vez fuera aquélla la mayor cantidad de oro jamás<br />

pagada por britano alguno a un sajón, pero Aelle insistió en llevarse además dos rehenes, con la<br />

promesa de liberarlos si el ataque a Ratae no resultaba ser una trampa urdida por Gorfyddyd y<br />

Arturo juntos. Escogió al azar y la elección recayó sobre dos guerreros de Arturo: Balin y<br />

Lanval.<br />

Aquella noche cenamos con los sajones. Fue curioso compartir una velada con esos hombres,<br />

mis hermanos de raza, e incluso llegué a temer cierta afinidad con ellos, pero en realidad su<br />

compañía me repugnaba. Tenían un sentido <strong>del</strong> humor ordinario, unos modales groseros y olían<br />

que apestaban, envueltos en sus pellejos de animales. Algunos se burlaron de mi diciendo que<br />

me parecía a su rey Aelle, pero entre sus rasgos aplastados y duros y la idea que yo tenía de mi<br />

propio rostro no había semejanza alguna. Al cabo, Aelle, con un bufido, ordenó a los burladores<br />

que se callaran, y tras mirarme friamente, me ordenó que invitara a los hombres de Arturo a<br />

compartir la cena, consistente en enormes tajadas de carne asada que nosotros comimos con los<br />

guantes puestos, rasgando a bocados la carne abrasadora hasta que los jugos nos cayeron a<br />

chorros por las barbas. Les invitamos a hidromiel y ellos nos invitaron a cerveza. Se produjeron<br />

algunos altercados entre beodos, pero no hubo víctimas. Ae lle, al igual que Arturo, mantúvose<br />

sobrio, aunque los dos hechiceros <strong>del</strong> Bretwalda se emborracharon a conciencia; cuando se<br />

quedaron dormidos junto a sus propios vómitos, Aelle los disculpó diciendo que eran dementes<br />

y por ello mantenían contacto con los dioses. Dijo que tenía otros sacerdotes de juicio sano,<br />

pero que, según la creencia, los lunáticos poseían un poder especial que podía serles de utilidad.<br />

-Temíamos que vinierais con Merlín -dijo.<br />

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