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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

durmiendo entre grandes montones de plumas hasta la primavera. Ginebra me hizo hablar de<br />

Merlín y le prometí por mi vida que el druida había regresado a Britania.<br />

-Ha ido a la isla de los Muertos -le dije.<br />

-¿Dónde dices que ha ido? -preguntó Arturo horrorizado.<br />

Referí lo sucedido con Nimue y agradecí a Ginebra sus esfuerzos por librar a mi amiga de la<br />

venganza de Sansum.<br />

-Pobre Nimue -dijo Ginebra-. Es una criatura indómita, ¿no es cierto? Me agrada, pero creo que<br />

nosotros no le agradamos a ella. ¡Somos demasiado frívolos! No logré despertar su interés por<br />

Isis. Dijo que era una diosa extranjera, escupió como un gato y murmuró una plegaria a<br />

Manawydan.<br />

Arturo no mostró reacción alguna ante la alusión a Isis, por lo que supuse<br />

-Desearía conocer mejor a Nimue -dijo.<br />

-Así será -respondí- cuando Merlín la devuelva de entre los muertos.<br />

-Si lo consigue -dijo escéptico-. Jamás ha regresado nadie de la isla.<br />

- -<br />

-Es extraordinaria -terció Ginebra-. Si existe alguien capaz de sobrevivir al paso por la isla, es<br />

Nimue.<br />

-Con ayuda de Merlín -recalqué.<br />

Sólo al final de la comida derivamos hacia la cuestión de Ynys Trebes, y aun entonces Arturo<br />

tuvo buen cuidado de evitar el nombre de Lanzarote. En cambio, lamentó no tener con qué<br />

recompensar mis esfuerzos.<br />

-Estar en casa es recompensa bastante, lord príncipe dije utilizando el tratamiento preferido de<br />

Ginebra.<br />

-Al menos puedo nombrarte lord -dijo Arturo-. De ahora en a<strong>del</strong>ante serás llamado lord Derfel.<br />

Reí, no porque no lo agradeciera, sino porque la recompensa <strong>del</strong> título guerrero de lord parecía<br />

exceder mis virtudes. Me sentía por demás orgulloso: un hombre era llamado lord por ser rey,<br />

habérselo ganado haciendo méritos con la espada. Obedeciendo a la<br />

superstición, toqué la empuñadura de Hywelbane para que el orgullo no enturbiara mí suerte.<br />

Ginebra se rió de mí, mas no por malquerencia sino porque se alegraba de mi suerte, y Arturo, a<br />

quien nada agradaba tanto como ver felices a los demás, sintióse complacido por ambos.<br />

También él sentiase de buen ánimo ese día, pero manifestaba su alegría de modo más contenido<br />

que otros hombres. En aquellos tiempos de su primer regreso a Britania, nunca le vi borracho,<br />

nunca le vi alborotar ni perder la contención, salvo en el campo de batalla. Envolvíase en una<br />

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