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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Envié su cabeza de gusano a tu señor, el amante de la ramera, así lo hice. ¡Vamos, rápido! -<br />

repitió el gesto hacia el centinela más cercano, que no sabia qué colocar en la mano tendida de<br />

su rey-. ¡La espada, imbécil! -gritó Gorfyddyd, y el hombre sacó la espada a toda prisa y se la<br />

omo.<br />

-Lord rey -dijo Galahad interponiéndose; pero Gorfyddyd hizo girar el arma de modo que<br />

quedó vibrando a escasa distancia de los ojos de Galahad.<br />

-Cuidad vuestras palabras en mi salón, Galahad de Benoic -le advirtió con un gruñido.<br />

-Os suplico por la vida de Derfel -continuó Galahad-. No ha venido en condición de espía sino<br />

como emisario de paz.<br />

-¡No quiero paz! -replicó a gritos -. ¡No me place la paz! Quiero ver a Arturo gimiendo como<br />

gimió mi hija en una ocasion. ¿Lo comprendéis? ¡Quiero verle der<br />

me suplique como me suplicó ella! Quiero verlo humillado, quiero verlo muerto mientras su<br />

ramera complace a mis hombres. Aquí no son bien recibidos los emisarios de Arturo, y él lo<br />

- ome a la cara las últimas palabras y preparando<br />

la espada.<br />

-¡Mátalo! ¡Mátalo!<br />

Tanaburs brincaba, ataviado con su harapienta túnica bordada; y los huesecillos prendidos de su<br />

pelo entrechocaban como alubias en una cazuela.<br />

-Si lo tocáis, Gorfyddyd -intervino otra voz-, vuestra vida queda en mis manos. Os enterraré en<br />

el estercolero de Caer Idion y haré que los perros orinen encima. Entregaré vuestro espíritu a<br />

los espíritus de los niños que no tienen con qué jugar. Os condenaré a la oscuridad hasta el final<br />

<strong>del</strong> último día y luego escupiré sobre vos hasta el nacimiento de la nueva era, pero incluso<br />

entonces vuestros tormentos sólo habrán empezado a manifestarse.<br />

La tensión desapareció de mis músculos como una corriente de agua. Sólo un hombre podía<br />

atreverse a hablar en esos termínos al rey supremo. Era Merlín. ¡Merlín! Merlín, que avanzaba<br />

despacio, erguido en toda su estatura, por el pasillo central <strong>del</strong> salón. Merlín, que pasó a mi<br />

lado y, con un gesto más majestuoso de lo que Gorfyddyd pudiera soñar siqu<br />

espada de mi con un golpe de su negra vara. Merlín, que dirigiéndose después a Tanaburs, le<br />

musitó al oído unas palabras que hicieron huir <strong>del</strong> salón al druida menor dando gritos de<br />

espanto.<br />

Era Merlín, el que sabía transformarse como nadie. Le gustaba fingir, confundir y engañar.<br />

Podía mostrarse brusco, perverso, paciente o señorial, pero aquel día se presentó revestido de<br />

severa y fría majestad. Su rostro oscuro no sonreía, sus ojos profundos no mostraban rastro de<br />

de autoridad y arrogancia tales que los hombres más próximos a él se<br />

postraron de hinojos involuntariamente e incluso el rey Gorfyddyd, que un momento antes se<br />

disponía a decapitarme de un tajo, bajó la espada.<br />

-¿Abogáis por este hombre, lord Merlín? -inquirió Gorfyddyd.<br />

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