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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

golpes con fuerza imparable. La multitud, llegada desde todos los rincones <strong>del</strong> país, tanto <strong>del</strong><br />

reino de Uter como <strong>del</strong> de Tewdric, aullaba como manada de bestias salvajes, cada cual<br />

animando a su representante a que masacrara al contrario. Tewdric, al ver tanta pasión<br />

desbordada, arrojó la vara para poner fin al combate.<br />

-No olvidéis que somos amigos -dijo a los tres hombres, y Uter, sentado en una grada superior a<br />

la de Tewdric como correspondía al rey supremo, corroboró la decisión con un gesto de<br />

asentimiento.<br />

Uter parecía embotado y enfermo; el cuerpo, hinchado por la retención de líquidos, el rostro,<br />

amarillento y fláccido; y el resuello, gravoso. Habíanlo transportado al campo de batalla en una<br />

litera y estaba sentado en su trono, envuelto en una gruesa capa que ocultaba las joyas de su<br />

cinturón y la brillante torques. <strong>El</strong> rey Tewdric vestía al estilo romano; de hecho su abuelo había<br />

lo cual explicaba su extraño nombre, que parecía extranjero. Usaba<br />

el rey el pelo cortado a cepillo, no tenía barba y se ataviaba con una toga blanca recogida en<br />

muchos pliegues sobre un hombro. Era alto, <strong>del</strong>gado y de movimientos armónicos, y a pesar de<br />

su juventud lo avejentaba la expresión triste y sabia de su rostro. <strong>El</strong> peinado de su reina, Enid,<br />

consistía en un extraño moño en espiral sobre la coronilla, sujeto de tan precaria guisa que la<br />

ilustre dama había de imprimir a su cabeza un movimiento forzado, como el de los potros<br />

recién nacidos. Tenía la cara cubierta de una pasta blanca que la privaba de toda expresión,<br />

salvo una especie de inmutable perplejidad teñida de aburrimiento. Su hijo Meurig, Edling de<br />

Gwent, era un inquieto niño de diez años que estaba sentado a los pies de su madre y recibía un<br />

cachete de su padre cada vez que se hurgaba la nariz.<br />

Tras la lucha vino el concurso de arpistas y bardos. Cynyr, el bardo de Gwent, cantó el gran<br />

relato de la victoria de Uter sobre los sajones en Caer Idem. Después colegí que, sin duda,<br />

obedecía órdenes de Tewdric, que deseaba rendir homenaje al soberano, y ciertamente la<br />

actuación fue <strong>del</strong> agrado de Uter, que sonreía a medida que los versos progresaban y asentía<br />

siempre que se alababa a algún guerrero en concreto. Cynyr declamó la victoria con voz<br />

vibrante y al llegar a los versos que hablaban de los cientos de sajones muertos a manos de<br />

Owain, se dirigió a éste, que aún no se había recuperado <strong>del</strong> cansancio y las magulladuras <strong>del</strong><br />

combate anterior. Uno de los campeones de Tewdric, que sólo una hora antes había intentado<br />

derrotar al corpulento hombre, hubo de ponerse en pie y levantar el brazo al paladín <strong>del</strong> reino.<br />

La multitud estalló en clamores, y luego en carcajadas cuando Cynyr, fingiendo voz de mujer,<br />

recitó las súplicas de los sajones pidiendo clemencia. Empezó a correr por el campo a tímidos<br />

pasitos atemorizados, agachándose como si quisiera esconderse; los presentes disfrutaron<br />

sobremanera, y yo con ellos. Casi veíamos a los odiados sajones apelotonándose aterrorizados,<br />

casi olíamos el hedor de su sangre derramada y oíamos el aleteo de los cuervos que se<br />

precipitaban a arrancarles las entrañas; después Cynyr se irguió en toda su estatura, dejó caer la<br />

capa y, desnudo y pintado de azul, entonó el canto de gracias a los dioses, testigos de la victoria<br />

de su paladín, el rey supremo, Uter de Dumnonia, Pandragón de Britania, sobre reyes,<br />

cabecillas y paladines <strong>del</strong> enemigo. Para terminar, y desnudo todavía, el bardo se postró ante el<br />

trono de Uter.<br />

Uter rebuscó entre los pliegues <strong>del</strong> manto hasta que encontró una torques de oro para dársela a<br />

Cynyr. Se la arrojó sin fuerza y la joya fue a caer al borde de una tarima de madera donde se<br />

hallaban sentados dos reyes. Nimue palideció ante tan mala señal, pero Tewd<br />

serenamente y la entregó al bardo de cabellos blancos, al cual, con sus propias manos, ayudó a<br />

levantarse.<br />

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