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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

contrito-, soy el que más juramentos rompe. Falté a la palabra dada a Ban y también falt<br />

compromiso con Ceinwyn. -También era la primera vez que le oíamos lamentar abiertamente el<br />

compromiso incumplido. Yo creía que Ginebra alumbraba el firmamento de Arturo con tal<br />

esplendor que había hecho desaparecer el tímido brillo de Ceinwyn, pero al parecer el recuerdo<br />

de la princesa de Powys aún le escocía en la conciencia como un aguijón, igual que le escocía<br />

en aquel momento pensar en el destino de Ratae -. Debería enviarles un aviso, quizá -dijo.<br />

-¿Y perder a los rehenes? -preguntó Sagramor.<br />

-Me entregaré yo en el lugar de Balin y Lanval -<br />

Estaba pensando en hacerlo de verdad, yo lo sabia. No podía soportar el acoso de los<br />

remordimientos y buscaba una salida en aquella enmarañada lucha entre la conciencia y el<br />

deber, aunque fuera a costa de su propia vida.<br />

-¡Cuánto se reiría Merlín de mí ahora mismo!<br />

-Si, desde luego -dije.<br />

La conciencia de Merlín, si es que la tenía, actuaba sólo como medida de la simpleza <strong>del</strong><br />

pensamiento humano, es decir como aguijada indicadora de que debía tomar el camino<br />

contrario. La conciencia de Merlín era una bufonada para divertir a los dioses. La de Arturo,<br />

una carga pesada.<br />

Se quedó mirando el suelo musgoso que crecía a la sombra <strong>del</strong> roble. <strong>El</strong> día llegaba al<br />

crepúsculo al tiempo que los pensamientos de Art uro se hundían en la penumbra. ¿De verdad se<br />

sentiría inclinado a abandonarlo todo, a cabalgar hasta el refugio de Aelle para inmolar su vida<br />

a cambio de las almas de Ratae? Creo que si pero de pronto la lógica insidiosa de la ambición<br />

sobrepuso a la desesperación con fuerza semejante a la de las mareas que<br />

inundaban las tristes arenas de Ynys Trebes.<br />

-Hace cien años -dijo quedamente- en esta tierra reinaba la paz, había justicia; un hombre<br />

desbrozaba un terreno con la alegría de que sus nietos vivirían para ararlo. Pero esos nietos han<br />

muerto a manos de los sajones o de sus hermanos britanos. Si no hacemos nada, el caos se<br />

extenderá hasta que no queden sino sajones jactanciosos con sus hechiceros locos. Si<br />

umnonía de toda su riqueza, pero si gano yo, abrazaré a Powys<br />

fraternalmente. Todo mi ser se rebela contra lo que estamos haciendo, mas así tal vez logremos<br />

colocar cada cosa en su lugar. -Nos miró a los dos-. Los tres pertenecemos a Mitra, así que<br />

ser testigos <strong>del</strong> juramento que hago ahora. -Hizo una pausa. Empezaba a odiar los<br />

juramentos y los deberes que conllevaban, pero se encontraba de tal ánimo tras el encuentro con<br />

Aelle que, se dispuso a cargar con otro juramento más-. Tráeme una piedra, Derfel –me ordenó.<br />

Desenterré una piedra de un puntapié y la limpié; luego, a una señal de Arturo, escribí el<br />

nombre de Aelle en la piedra con la punta <strong>del</strong> cuchillo. Arturo cayó un agujero hondo al pie <strong>del</strong><br />

roble con su propia daga y se puso en pie.<br />

-Juro que si sobrevivo a la batalla contra Gorfyddyd, vengaré a las almas inocentes de Ratae<br />

que hace poco he condenado a la muerte. Mataré a Aelle. Lo destruiré, a él y a sus hombres.<br />

Daré sus cuerpos a los cuervos y sus riquezas a los niños de Ratae. Vosotros dos sois testigos, y<br />

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