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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Durante una época Tewdric no quiso luchar contra unos ni contra otros. Culpaba a Arturo <strong>del</strong><br />

quebrantamiento de la paz y, como castigo, permitió que Gorfyddyd y Gundleus cruzaran<br />

Gwent con sus bandas guerreras para llegar a Dumnonia. Los sajones ejercían presión en<br />

levante, los irlandeses invadían las costas de poniente y, por si fueran pocos enemigos, el<br />

príncipe Cadwy de Isca se rebeló contra la autoridad de Arturo. Tewdric procuraba mantenerse<br />

al margen de todos los conflictos, pero cuando los sajones de Aelle arrasaron sus fronteras, sólo<br />

pudo acudir a los dumnonios en demanda de ayuda; de ese modo, finalmente hubo de ponerse<br />

<strong>del</strong> lado de Arturo en la guerra, aunque para entonces los lanceros de Powys y Siluria ya habían<br />

pasado por sus caminos y se habían apoderado de las montañas <strong>del</strong> norte de Ynys Wydryn, y<br />

cuando Tewdric se declaró a favor de Dumnonia, se hicieron también con Glevum.<br />

Maduré durante esos años. Perdí la cuenta de los hombres que maté y de los aros de guerrero<br />

que llegué a forjarme. Me pusieron un mote, Cadarn, que significa el pode roso. Derfel Cadarn,<br />

sobrio en la batalla y veloz cion la espada. En una ocasión Arturo me invitó a unirme a sus<br />

caballeros, pero preferí continuar con los dos pies en la tierra, en condición de lancero. Durante<br />

No era una simple cuestión de bravura, y bravo lo era, sino de astucia, por medio de la cual<br />

siempre vencía al enemigo. Nuestro ejército era poco flexible, de marcha lenta y escasa<br />

facilidad de movimientos una vez puesto en marcha, pero Arturo formó una reducida fuerza de<br />

hombres que viajaban raudos. él los dirigía, algunos a pie, otros a caballo, en largas marcihas<br />

que rodeaban al enemigo por los flancos, de forma que siempre aparecían donde menos se los<br />

esperaba. Solíamos atacar al amanecer, cuando el enemigo aún cabeceaba sumido en los<br />

vapores etílicos de la víspera, o lo atraíamos con falsas retiradas y atacábamos entonces sus<br />

flancos desprotegidos. Tras un año de escaramuzas tales, cuando por fin expulsamos a las<br />

tropas de Gundleus y Gorfyddyd de Glevum y <strong>del</strong> norte de Dumnonia, Arturo me nombró<br />

capitán y comencé a repartir oro entre mis seguidores. Dos años después recibí el máximo<br />

elogio que puede recibir un guerrero: una oferta <strong>del</strong> enemigo para cambiar de bando. Hubo de<br />

provenir nada menos que de Ligessac, el comandante de la guardia que traicionara a Norwenna,<br />

el cual me habló en el templo de Mitra, donde su vida estaba bajo protección; ofrecióme una<br />

fortuna a cambio de servir a Gundleas, como hacía él. Me negué. A Dios gracias, siempre me<br />

mantuve leal a Arturo.<br />

También Sagramor fue leal, y mi iniciador al servicio de Mitra. Era Mitra un dios traído a<br />

Britania por los romanos, y seguramente debió de agradarle nuestro clima, pues aún hace notar<br />

su poder. Es una deidad de soldados, ninguna mujer puede inicíarse en sus misterios. Mi<br />

iniciación tuvo lugar a finales de invierno, cuando los soldados disponen de tiempo libre.<br />

Sucedió en las montañas. Sagramor me llevó a mí solo a un valle tan profundo que la hela da de<br />

la mañana permanecía en la hierba aún a la caída de la tarde. Nos detuvimos a la entrada de una<br />

cueva; Sagramor me dijo que dejara las armas a un lado y me despojara de la ropa. Me quedé<br />

allí, temblando, mientras el numidio me tapaba los ojos con una venda de gruesa tela y me<br />

decía que debía obedecer todo lo que me fuera ordenado, que si vacilaba o hablaba una vez, una<br />

sola, volvería a vestirme y a tomar las armas y seria expulsado.<br />

La iniciación es una agresión a los sentidos, y para sobrevivir es necesario recordar una sola<br />

cosa: obediencia. Por eso a los soldados les gusta Mitra. La batalla es igual, una agresión a los<br />

sentidos que hace fermentar el miedo, y la obediencia es el tenue hilo que nos rescata <strong>del</strong> caos<br />

<strong>del</strong> miedo y nos permite sobrevivir. Más tarde yo también inicié a muchos otros en los<br />

misterios de Mitra y llegué a dominar los trucos, pero aquella primera vez, cuando entré en la<br />

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