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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Al día siguiente hubo partida real de caza de venados. Los mastines de Ginebra abatieron un<br />

cervatillo, un macho joven que aún no tenía cuernos, aunque oyendo a Arturo alabar a los<br />

perros habríase dicho que la pieza cobrada era el mismísimo Ciervo Montaraz de Dyfed.<br />

Los bardos cantan al amor y los hombres y las mujeres suspiran por él, pero nadie sabe lo que<br />

es hasta que nos alcanza como lanza arrojada en la oscur idad. Arturo no podía apartar los ojos<br />

de Ginebra, aunque bien saben los dioses que lo intentó. Durante los días posteriores a la<br />

ceremonia de compromiso, de vuelta a Caer Sws, Arturo paseaba y conversaba con Ceinwyn,<br />

pero no podía esperar a ver a Ginebra, y ella, que sabia exactamente el juego que se traía entre<br />

manos, lo hipnotizaba. Valerin, su prometido, se hallaba en la corte; Ginebra paseaba de su<br />

brazo y reía, y de vez en cuando lanzaba a Arturo una tímida mirada de soslayo; Arturo creía<br />

que el mundo se detenía en ese momento, y es que se consumía por Ginebra.<br />

¿La presencia de Bewdin habría podido cambiar el signo de las cosas? A fe mía que no. Ni<br />

siquiera Merlín habría sido capaz de impedir lo que siguió. Habría sido como ordenar a la lluvia<br />

que regresara a las nubes o a un río que se replegara hasta sus fuentes.<br />

La segunda noche después de la ceremonia, Ginebra acudió al pabellón de Arturo en la<br />

oscuridad y yo, que estaba de guardia, oi el cascabel de sus risas y el murmullo de sus palabras.<br />

Conversaron toda la noche, tal vez hicieran algo más pero lo ignoro, aunque hablar, hablaron, y<br />

eso lo sé porque estaba apostado a la puerta <strong>del</strong> aposento y no podía sino oír los susurros. A<br />

veces bajaban mucho el tono de voz, pero en ocasiones oi a Arturo prodigándose en<br />

explicaciones y zalamerías, en ruegos y acosos. Seguro que hablaron de amor aunque no lo oí,<br />

pero si que oi a Arturo hablar de Britania y <strong>del</strong> sueño que le había traído desde Armórica,<br />

cruzando el mar. Habló de los sajones, dijo que eran una peste<br />

conseguir la felicidad de la tierra. Habló de la guerra y <strong>del</strong> gozo cruel que sentía cuando<br />

cabalgaba hacia la batalla sobre un caballo con armadura. Habló como me habló a mí en las<br />

heladas murallas de Caer Cadarn, describiendo una tierra pacífica en la que el pueblo no había<br />

de temer la llegada de lanceros en la madrugada. Habló apasionadamente, ansiosamente, y<br />

Ginebra escuchaba con atención, asegurándole que su sueño era una inspiración. Arturo tejió<br />

el que Ginebra formaba parte inseparable de la trama. La pobre<br />

Ceinwyn contaba sólo con su belleza y su juventud, mientras que Ginebra descubrió la íntima<br />

soledad de Arturo y prometió remediarla. Se fue antes <strong>del</strong> alba, una silueta oscura deslizándose<br />

por Caer Sws con una media luna atrapada en la maraña de sus cabellos.<br />

Al día siguiente Arturo, lleno de remordimiento, paseó con Ceinwyn y con su hermano.<br />

Ginebra lucía una torques nueva de oro macizo y algunos de nosotros nos apiadamos de<br />

Ceinwyn, mas la estrella de Powys era una niña, Ginebra una mujer y Arturo nada podía en<br />

contra de esas cosas.<br />

Era desvarío aquel amor, enajenación comparable a la de Pelinor, demencia bastante como para<br />

condenar a Arturo a la isla de los Muertos. Todo se desvaneció a sus ojos, Britania, los sajones,<br />

la nueva alianza, la magna estructura de paz, tan equilibrada y bien planeada, en pos de la cual<br />

tanto se había esforzado desde que llegara de Armórica; todo salió despedido hacia la<br />

destrucción en un remolino a cambio de la posesión de una princesa pelirroja sin dote ni reino.<br />

Arturo sabia lo que hacia, pero no podía evitarlo, <strong>del</strong> mismo modo que no podía evitar que el<br />

sol saliera. Estaba poseído, pensaba en ella, hablaba de ella, soñaba con ella, no podía vivir sin<br />

ella, pero de alguna forma, agonizando en el empeño, continuaba fingiendo fi<strong>del</strong>idad a su<br />

compromiso con Ceinwyn. Comenzaron los preparativos de la boda. Como contribución de<br />

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