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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Había estado sentado a la puerta de la choza, en un duermevela acunado por el roer de los<br />

ratones en la techumbre.<br />

-Pues ve a dormir ahora -me ordenó - y déjame aquí pensando.<br />

Estaba tan cansado que a duras penas logré desvestirme, pero al fin me tumbé en la cama de<br />

helechos y caí como un muerto. Fue un sueño profundo y reparador como el descanso después<br />

de la batalla, cuando el espíritu se libera <strong>del</strong> mal dormir plagado de recue rdos horribles de<br />

lanzas y espadas que a punto estuvieron de dar en el blanco. Así dormí, y Nimue vino a verme<br />

por la noche; al principio creí que soñaba, pero me desperté sobresaltado y la encontré junto a<br />

-No pasa nada, Derfel -musitó-, duerme.<br />

Y volví a dormirme abrazado a su <strong>del</strong>gado cuerpo.<br />

Despertamos bajo el alba perfecta de Lughnasa. En mi vida hubo algunos momentos de pura<br />

dicha, y aquél fue uno. Supongo que en ciertas ocasiones la vida y el amor van de la mano, o<br />

bien los dioses quieren enloquecernos, y nada hay tan enloquecedor como la dulce embriaguez<br />

de Lughnasa. <strong>El</strong> sol brillaba, los rayos se filtraban entre las flores de la enramada donde<br />

yacimos en amoroso abrazo. Después jugamos como criaturas en el arroyo; quise imitar las<br />

burbujas de la nutria bajo el agua pero salí atragantado; Nimue se reía. Un martín pescador voló<br />

raudo entre los sauces como una mancha soñada de color intenso. En todo el día sólo vimos a<br />

dos personas, que pasaron a caballo por la otra orilla con halc ones posados en las muñecas.<br />

<strong>El</strong>los no nos vieron, pero nosotros, tumbados en silencio, observamos a una de las aves de presa<br />

abatirse sobre una garza, y lo interpretamos como un buen presagio. Durante aquel día, único y<br />

perfecto, Nimue y yo fuimos amantes, aun sabiéndonos excluidos <strong>del</strong> segundo placer <strong>del</strong> amor,<br />

es decir, la certeza de un futuro de felicidad compartida igual a la que enciende la primera llama<br />

<strong>del</strong> amor. No había futuro para Nimue y para mi juntos; el suyo seguía las sendas de los dioses,<br />

cosa para la que no servían mis talentos.<br />

Sin embargo la propia Nimue sintió la tentación de abandonar esos senderos. En el atardecer<br />

<strong>del</strong> día de Lughnasa, cuando la luz oblicua ensombrecía los árboles de las laderas occidentales,<br />

ella, acurrucada entre mis bra zos bajo la enramada, habló de cuanto podría ser. Una casita, un<br />

-Podríamos ir a Kernow -dijo soñadoramente-. Merlín siempre dice que es una tierra bendita y<br />

está muy lejos de sajones.<br />

-Irlanda -respondí- está mucho más lejos.<br />

Noté el movimiento negativo de su cabeza sobre mi pecho.<br />

-Irlanda es tierra maldita.<br />

-¿Por qué? -pregunté.<br />

-Poseían los tesoros de Britania y los dejaron escapar.<br />

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