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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

La ceremonia se llevó a cabo durante la noche para obtener la bendición de la diosa Luna.<br />

Arturo se preparó convenientemente; abandonó el salón durante una hora y volvió revestido de<br />

todo su esplendor. Hasta los hombres más aguerridos contuvieron el aliento al verlo entrar,<br />

pues llegó con armadura completa. La cota de escamas, con placas de plata y oro, destellaba a<br />

la luz de las antorchas, y las plumas de ganso de su yelmo plateado que se asemejaba a una<br />

calavera acariciaron las vigas <strong>del</strong> techo a su paso por el pasillo central. <strong>El</strong> escudo, repujado en<br />

plata, brillaba a la luz; y Arturo avanzó barriendo el suelo con el manto blanco. En los salones<br />

de festejos no se llevaban armas, pero aquella noche plugo a Arturo portar a Excalibur. Llegó<br />

pues hasta la alta mesa a grandes pasos, como un conquistador que impone la paz; incluso<br />

Gorfyddyd de Powys contempló boquiabierto el avance hacia el estrado <strong>del</strong> que otrora fuera su<br />

enemigo. Hasta el momento Arturo había sido hacedor de la paz, pero<br />

recordar a su futuro suegro el alcance de su poder.<br />

Unos momentos más tarde Ceinwyn hizo su entrada en el salón. Había permanecido oculta en<br />

las habitaciones de las mujeres desde nuestra llegada a Caer Sws, y ese encierro tan sólo había<br />

conseguido aumentar las expectativas de los que jamás habíamos visto a la hija de Gorfyddyd.<br />

Confieso que muchos de nosotros esperábamos que la estrella de Powys nos decepcionara, mas<br />

en verdad su hermosura sobrepasaba con mucho la de la más esplendorosa e<br />

salón rodeada de sus damas y su visión dejó sin aliento a los hombres. A mí me cortó la<br />

respiración. Tenía su tez el color claro común entre los sajones, pero en ella adquiría un candor<br />

y una <strong>del</strong>icadeza más sutiles. Parecía muy joven p<br />

Iba vestida de lino teñido de amarillo dorado, el tinte de la resma de abejas, con estrellas<br />

blancas bordadas alrededor <strong>del</strong> cuello y <strong>del</strong> borde <strong>del</strong> vestido. Su cabello dorado era tan sedoso<br />

que brillaba como la armadura de Arturo, y su talle tan grácil que Agravian, que estaba sentado<br />

a mi lado en el suelo <strong>del</strong> salón, comentó que no serviría para alumbrar hijos.<br />

-Cualquier criatura de tamaño regular moriría en el intento de pasar entre esas caderas -dijo<br />

agriamente; a pesar de todo compadecí a Ailleann, quien con toda seguridad habría deseado que<br />

la esposa de Arturo no fuera más que una conveniencia dinástica.<br />

La luna ascendía sobre la cima de Caer Cadarn cuando Ceinwyn avanzó despacio, tímidamente,<br />

hacia Arturo. Llevaba en las manos una correa, dádiva destinada a su futuro esposo en señal de<br />

que pasaba de la tutoría de su padre a la de él. Arturo se azoró y a punto estuvo de dejar caer la<br />

correa cuando Ceinwyn se la entregó, un mal presagio a fe mía, pero todos s<br />

incluso el propio Gorfyddyd, tomaron la cosa a chanza; entonces Iorweth, el druida de Powys,<br />

formalizo el compromiso de la pareja. Las antorchas temblaron cuando unieron sus manos con<br />

una guirnalda de hierbas. Arturo ocultaba el rostro tras el yelmo plateado, pero Ceinwyn, la<br />

dulce Ceinwyn, estaba radiante de dicha. <strong>El</strong> druida los bendijo y encareció a Gwydion, la diosa<br />

de la luz, y a Aranrhod, la diosa dorada de la aurora, que fueran sus más caras protectoras y que<br />

bendijeran a toda Britania con el don de la paz. Un músico tañó el arpa, los hombres<br />

aplaudieron y Ceinwyn, la maravillosa Ceinwyn de plata, lloraba y reía por el regocijo que le<br />

colmaba el alma. Aquella noche entregué mi corazón a Ceinwyn, como muchos otros hombres.<br />

enturada, y no era de extrañar, pues con Arturo veiase libre de la pesadilla de<br />

toda princesa, es decir, contraer matrimonio según los dictados de su país, no seg·n el deseo de<br />

su corazón. Una princesa podía ser entregada en matrimonio a cualquier chivo viejo, panzudo y<br />

maloliente si con ello se aseguraba una frontera o se establecía una alianza, pero Ceinwyn había<br />

encontrado a Arturo, en cuya juventud y bondad cifró sin duda el fin de sus temores.<br />

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