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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Bien dicho sapo.<br />

Los britanos no reconocíamos el título de Bretwalda, pero lo utilicé para complacer al cacique<br />

sajón. Arturo no entendía nada de la conversación y esperaba pacientemente a que yo tuviera<br />

algo que traducirle. Confiaba en aquellos a los que encomendaba una misión y no me<br />

ni intervino en ningún momento.<br />

-<strong>El</strong> Bretwalda -respondió Therdig- se encuentra a unas horas de aquí, sapo. Dame una razón por<br />

la cual debamos molestarlo con la noticia de que unos cuantos ratones, ratas y larvas están<br />

hollando su territorio.<br />

-Traemos oro para el Bretwalda, Therdig, más <strong>del</strong> que podáis imaginar. Oro suficiente para<br />

vuestros hombres, para vuestras mujeres, para vuestras hijas, incluso para los esclavos. ¿Os<br />

-Enséñamelo, sapo.<br />

Era arriesgado, pero Arturo aceptó el riesgo inmediatamente; condujo a Therdig y a seis de los<br />

suyos hasta las mulas y les mostró la gran cantidad de riquezas que atestaban las sacas.<br />

Corríamos el peligro de que Therdig considerara el tesoro digno de una batalla en ese mismo<br />

instante y lugar, pero los superábamos en número y la presencia de los grandes corceles de<br />

Arturo contribuyó a disuadirlo, de modo que se limitó a tomar tres monedas de oro diciendo<br />

que comunicaría nuestra presencia al Bretwalda.<br />

-Esperad en Las Piedras -nos ordenó-, pasad allí la noche y mi rey acudirá a veros por la<br />

-Semejante orden implicaba que Aelle debía de estar sobreaviso de nuestra llegada e<br />

incluso debía de sospechar el motivo-. En Las Piedras nadie os molestará - -<br />

hasta que el Bretwalda decida vuestro destino.<br />

Aquella noche, pues tardamos toda la tarde en llegar a Las Piedras, contemplé por vez primera<br />

el gran círculo. Merlín se había referido a Las Piedras muchas veces y Nimue conocía su poder,<br />

pero nadie sabía quién las había levantado ni qué significado tenía su disposición en corro.<br />

Nimue estaba segura de que sólo los dioses habrían podido erigir un lugar semejante, de modo<br />

que se acercó recitando oraciones a los monolitos grises y solitarios cuya sombra se alargaba<br />

da hierba a la luz <strong>del</strong> ocaso. <strong>El</strong> gran círculo estaba rodeado por una zanja; sobre las<br />

piedras levantadas en vertical reposaban otras planas a modo de dintel y, en el interior de la<br />

colosal y rústica arcada, había más piedras colocadas de pie alrededor de u<br />

una especie de altar. En Britania abundaban los círculos de piedras, algunos de mayor<br />

circunferencia incluso, pero ninguno que inspirara tanto misterio y majestad, y todos nos<br />

acercamos en respetuoso silencio.<br />

Nimue pronunció sus fórmulas mágicas, nos anunció que no había peligro en cruzar la zanja y<br />

entramos maravillados en el círculo sagrado. Espesos líquenes proliferaban sobre las piedras,<br />

algunas inclinadas hacia un lado o completamente caídas, otras con profundas cicatrices de<br />

nombres y números romanos. Gereint había sido señor de Las Piedras, título instituido por Uter<br />

para recompensar al responsable de la frontera oriental con los sajones, aunque en aquellos<br />

momentos había que nombrar un sucesor para expulsar a Aelle de la incendiada Durocobrivris.<br />

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