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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Gentilhombre -dijo con voz zalamera, al tiempo que me mostraba un huevo de gaviota-. Bajad,<br />

gentilhombre. ¡Venid y comed!<br />

Una vieja se levantó las fald as y zarandeó las caderas hacia mí.<br />

-¡Ven a mi, amor mío! ¡Ven a mi, mi enamorado! ¡Te esperaba! -gritó, y a continuación se puso<br />

a orinar.<br />

Un niño lanzó una carcajada y arrojó una piedra.<br />

Allí los dejé. Algunos me siguieron sendero a<strong>del</strong>ante, pero al cabo se aburrieron y<br />

emprendieron el regreso a su tétrico poblado.<br />

<strong>El</strong> sendero discurría entre el mar y el cielo. A cada tanto se interrumpía en una cantera<br />

abandonada de paredes heridas por las herramientas romanas, pero tras cada cantera el sendero<br />

seguía su trazado entre matorrales de tomillo y sotos de espinos. No vi a nadie hasta que de<br />

pronto una voz procedente de una de las canteras me detuvo.<br />

-No parecéis loco -dijo la voz titubeante.<br />

Me volví espada en mano y vi que un hombre distinguido, ataviado con una capa oscura, me<br />

observaba adustamente desde la entrada de una cueva.<br />

-No necesitáis las armas -dijo levantando una mano-. Mi nombre es Malldynn. Os doy la<br />

bienvenida, extranjero, sí es que venís en son de paz; de lo contrario os ruego que paséis de<br />

largo.<br />

-Vengo en son de paz -repuse, y limpié la sangre que manchaba la hoja de Hywelbane antes de<br />

envainarla.<br />

-¿Sois recién llegado a la isla? -me preguntó al tiempo que se acercaba con cautela.<br />

Tenía el rostro amable, surcado de profundas arrugas y con expresión triste; sus gestos me<br />

recordaron al obispo Bedwin.<br />

-Aún no hace una hora que he llegado -repuse.<br />

-Sin duda os acosaría la plebe de la entrada. Os pido disculpas, aunque bien saben los dioses<br />

que no soy responsable de esos necrófagos. Se apoderan <strong>del</strong> pan todas las semanas y a los<br />

demás nos lo hacen pagar con creces. ¿No encontráis fascinante que incluso en este antro de<br />

almas perdidas existan jerarquías? Aquí tenemos jefes, hay fuertes y débiles. Hay hombres que<br />

en esta tierra, paraísos cuyo primer requisito ha de ser sacudirse<br />

las cadenas de la ley, o así lo he entendido yo; pero mucho me temo, amigo mio, que más se<br />

asemejaría esta isla a un lugar sin ley que a cualquier paraíso. No tengo el placer de conocer<br />

vuestro nombre.<br />

-Derfel.<br />

-¿Derfel? -preguntó frunciendo el ceño en un intento de recordar-. ¿Sois por ventura siervo de<br />

los druidas?<br />

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