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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Morgana la doblaba en edad y estatura, pero cuando Merlín llevó a Nimue a su lecho, le fue<br />

conferido el poder de Ynys Wydryn, autoridad ante la cual nada podía hacer Morgana. Aún se<br />

pronunció en contra de mi presencia. Exigió saber por qué Nimue no llevaba consigo a Lunete,<br />

la otra niña irlandesa que había entre los huérfanos de Merlín. Según Morgana, un niño como<br />

yo no era compañía para una joven, y como Nimue no hizo sino sonreír, Morgana la amenazó<br />

con contarle a Merlín el afecto que sentía hacia mi, lo cual acarrearía el fin de Nimue; ante tan<br />

una carcajada, dio media vuelta y se marchó.<br />

Poco me importaba a mí la discusión, sólo quería ir a Glevum para presenciar la justa, escuchar<br />

a los bardos, ver las danzas y, sobre todo, por estar con Nimue.<br />

De modo que, en mal avenida compañía de cuatro, partimos hacia Glevum. Morgana, vara de<br />

endrino en mano y con la máscara de oro brillando al sol <strong>del</strong> estío, abría la marcha cojeando y<br />

cada paso que daba era una enfática ratificación de su rechazo hacia el acompañante de Nimue.<br />

Sebile, la esclava sajona, se apresuraba dos pasos detrás de ella, la espalda encorvada bajo el<br />

peso <strong>del</strong> ato cargado de mantas, hierbas secas y cacharros. Nimue y yo íbamos a la zaga,<br />

descalzos, con la cabeza descubierta y sin carga alguna. Nimue llevaba una larga capa negra<br />

sobre una túnica blanca ceñida a la cintura con un dogal de esclavo y la larga m<strong>El</strong>aine negra<br />

recogida en la coronilla. No se adornó con joyas, ni siquiera un alfiler de hueso para cerrar la<br />

capa. Morgana, en cambio, llevaba una gruesa torques de oro y dos broches también de oro,<br />

colocados a la altura <strong>del</strong> pecho a modo de cierre de la parda capa; uno era un ciervo tricornio y<br />

el otro, la maciza joya en forma de dragón que Uter le regalara en Caer Cadarn.<br />

Disfruté <strong>del</strong> viaje. Nos llevó tres días a paso lento, porque Morgana era de caminar irregular,<br />

pero el sol brillaba sobre nuestras cabezas y la calzada romana nos facilitaba el trayecto. A la<br />

hora <strong>del</strong> crep·sculo nos dirigíamos a la casa <strong>del</strong> señor cuyo feudo nos cayera de paso y<br />

dormíamos como huéspedes de honor en sus graneros rebosantes de paja. Topamos con pocos<br />

viajeros más, y todos íbamos tras el reluciente blasón de Morgana, símbolo de su elevada<br />

condición. A pesar de las advertencias a propósito de hombres sin amo ni tierra que atracaban a<br />

los mercaderes en los grandes caminos, no sufrimos contratiempo alguno, debido quizás a que<br />

los soldados de Uter habían limpiado de bandoleros los bosques y los montes con vistas al <strong>Gran</strong><br />

Consejo, pues encontramos más de una docena de cuerpos en descomposición abandonados a<br />

los lados <strong>del</strong> camino para ejemplo de todos. Los siervos y esclavos con quienes nos cruzábamos<br />

se arrodillaban ante Morgana, los mercaderes le cedían el paso y sólo un viajero osó retar<br />

nuestra autoridad, un fiero sacerdote con barba seguido por sus harapientas y despeinadas<br />

mujeres. <strong>El</strong> grupo cristiano bailaba en medio <strong>del</strong> camino, alabando a su dios crucificado, pero el<br />

sacerdote, al avistar la máscara dorada que cubría el rostro de Morgana, el ciervo tricornio y el<br />

criatura <strong>del</strong> demonio. <strong>El</strong> hombre debió de pensar que una mujer tan desfigurada y lisiada sería<br />

presa fácil de sus pullas, pero aquel predicador errante acompañado de su esposa y concubinas<br />

sagradas no era par para la hija de Ygraine, protegida de Merlín y hermana de Arturo. Morgana<br />

le propinó un solo golpe de vara en la oreja, un golpe que lo tumbó de lado y lo arrojó a un<br />

matorral de ortigas, y luego siguió su camino sin siquiera mirar atrás. Las mujeres <strong>del</strong> sacerdote<br />

gritaron y se dividieron, las unas rezando y las otras escupiendo maldiciones, pero Nimue pasó<br />

grácilmente entre sus insultos como un espíritu.<br />

Yo no iba armado, a menos que consideremos la vara y el cuchillo pertrechos de guerrero.<br />

Quise llevar espada y lanza para hacerme pasar por hombre maduro, mas Hywel, burlándose de<br />

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