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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Ban olvidó por completo la ausencia de Arturo y empezó a corretear exaltado por la habitación.<br />

Me hizo una seña para que lo siguiera y salimos por otras grandes puertas, cruzamos una<br />

más reducida donde tañía el arpa otra muchacha semidesnuda como la anterior e<br />

igual de bonita y finalmente llegamos a una gran biblioteca.<br />

Nunca hasta entonces había visto una biblioteca de verdad, y el rey Ban, alardeando de la suya,<br />

observaba mi reacción. Me quedé boquiabierto y había motivos para ello, pues todos los<br />

pergaminos estaban atados con un lazo y colocados en una especie de casillas abiertas, hechas a<br />

medida, que se apilaban una encima de otra como las celdas de un panal. Había cientos de<br />

celdas, cada cual con su pergamino y una etiqueta esmeradamente manuscrita con tinta.<br />

-¿Qué lenguas conocéis, Derfel? -me preguntó Ban.<br />

-La sajona, señor, y la britana.<br />

-¡Ah! -exclamó decepcionado-. Sólo lenguas plebeyas. Por mi parte, he llegado a poseer cierto<br />

dominio <strong>del</strong> latín, el griego, el britano, naturalmente, y una iniciación al árabe. <strong>El</strong> padre Celwin,<br />

que está ahí, habla tantas como yo pero multiplicadas por diez, ¿no es cierto, Celwin?<br />

<strong>El</strong> rey se dirigió al único ocupante de la biblioteca, un sacerdote viejo y con barba que tenía una<br />

grotesca joroba y un hábito monacal negro. <strong>El</strong> sacerdote alzó la mano en gesto de asentimiento,<br />

pero no levantó la cabeza <strong>del</strong> legajo de pergaminos que tenía encima de la mesa. Por un<br />

momento creí que el anciano tenía una bufanda de piel alrededor de la capucha <strong>del</strong> hábito, pero<br />

de pronto vi que era un gato gris, pues levantó la cabeza, me miró, bostezó y volvió a dormirse.<br />

<strong>El</strong> rey Ban pasó por alto la rudeza <strong>del</strong> sacerdote y me llevó al otro lado de las hileras de casillas<br />

-Todo lo que hay aquí -dijo con orgullo- perteneció a los romanos que habitaron estas tierras o<br />

son regalos que mis amigos se acuerdan de enviarme. Algunos manuscritos son tan viejos que<br />

no se pueden manipular, y son los que copiamos. A ver, ¿qué es esto? ¡Ah, si! Una de las doce<br />

comedias de Aristófanes. La tengo todas, claro está. Aquí tenemos Los babilonios, una comedia<br />

en griego, jovencito.<br />

-Con menos gracia que el pan duro -soltó el sacerdote desde la mesa.<br />

-Y tremendamente divertida -dijo el rey Ban, impertérrito ante la falta de gentileza <strong>del</strong><br />

sacerdote, a la que, sin duda, debía de haberse habituado-. Tal vez fuera necesario que los fili<br />

construyéramos un teatro para representarla -añadió -. ¡Ah! Esto os agradará. Ars poética, de<br />

Horacio. Esta copia la hice yo.<br />

-Por eso es ilegible -terció de nuevo el padre Celwin.<br />

-Obligo a todos los fili a estudiar las máximas de Horacio -me dijo el rey.<br />

-Razón por la cual hay poetas execrables -remató el sacerdote, que no había levantado la cabeza<br />

de los pergaminos.<br />

-¡Ah, Tertuliano! -<strong>El</strong> rey sacó un pergamino de la casilla y sopló para quitarle el polvo-. Una<br />

copia de su Apolo geticus.<br />

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