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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Vengo en busca de una mujer.<br />

-¡Ah! Abundan las mujeres, y casi todas han perdido el pudor. Tengo entendido que la<br />

abundancia de tales hembras es otro de los requisitos <strong>del</strong> paraíso terrenal, pero aquí la realidad<br />

es muy otra. Es verdad que son desenvueltas, mas también mugrientas y de charla tediosa, y el<br />

placer que procuran es tan efímero como deshonroso. Si es eso lo que buscáis, Derf el, aquí lo<br />

te.<br />

-Busco a una mujer llamada Nimue -dije.<br />

-Nimue -repitió, y frunció el ceño tratando de recordar-. ¡Nimue! Sí, claro, ahora me acuerdo.<br />

Una muchacha tuerta de pelo negro. Se unió al pueblo marino.<br />

- -pregunté horrorizado.<br />

-No, no -puntualizó sacudiendo la cabeza-. Es que en la isla existen diversas comunidades. Ya<br />

habéis conocido a los necrófagos de la entrada. Los habitantes de las canteras somos los<br />

ermitaños, un grupo reducido que prefiere la soledad y ha elegido las cuevas de esta parte de la<br />

isla. Al otro lado moran las bestias, cuyo nombre os dará una idea de lo que son. Y en el<br />

extremo sur vive el pueblo marino. Pescan con sedales de cabello humano y anzuelos de<br />

espinas y son, en mi opinión, la tribu más civilizada de la isla, aunque ninguna se distingue por<br />

su hospitalidad. Todas están enfrentadas, naturalmente. Como podéis ver, nada nos falta de lo<br />

que ofrece el mundo de los vivos, excepto, quizá, la religión, aunque uno o dos habitantes dicen<br />

-¿Alguna vez intentasteis huir?<br />

-Si -contestó con tristeza-. En una ocasión, tiempo ha, probé a cruzar la bahía a nado, pero<br />

estamos sometidos a vigilancia y un golpe en la cabeza con la contera de una lanza es un<br />

efectivo recordatorio de que no se nos permite abandonar la isla. Regresé mucho antes de<br />

ponerme a su alcance. Casi todos los que intentan ese camino mueren ahogados. Hay quien<br />

elige el terraplén; tal vez alguno haya regresado al mundo de los vivos, pero sólo después de<br />

e la entrada. Y después de superar tamaña ordalia, aún ha de zafarse<br />

de los guardias que vigilan la playa. Las calaveras que visteis en los muros <strong>del</strong> terraplén son de<br />

hombres y mujeres que en su día intentaron escapar. Pobres diablos. -Enmudeció un momento;<br />

pensé que iban a saltársele las lágrimas-. Pero ¿en qué estoy pensando? -dijo separándose<br />

bruscamente de la pared-. ¿Acaso he perdido los buenos modales? Debéis de estar sediento.<br />

-Señaló con orgullo un barril de madera situado a la entrada de<br />

tal guisa que recogía el agua que bajaba por los lados de la cantera en los días de tormenta. Con<br />

un cucharón llenó dos tazas de madera-. <strong>El</strong> barril y el cucharón proceden de una barca de pesca<br />

que naufragó hace... ¡dejadme pensar! Dos años. ¡Pobres desgraciados! Eran tres hombres y dos<br />

niños. Uno de los hombres intentó escapar a nado y se ahogó. Los otros dos murieron bajo una<br />

lluvia de piedras y a los dos niños se los llevaron. ¡Imaginad el fin que hallarían! Mujeres hay<br />

pero la carne tierna y limpia de un niño pescador es un raro bocado en la isla -<br />

dijo sacudiendo la cabeza al tiempo que dejaba la taza en la mesa-. Es un lugar terrible, amigo<br />

mío, y vos habéis cometido una imprudencia al venir. ¿O acaso os han enviado?<br />

-Vine por mi voluntad.<br />

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