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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-¿De pollo?<br />

-Agua -insístio-. Hay un jarro al lado de la puerta. Tráemelo.<br />

-¿Allí? -pregunté atónito, porque, por el gesto, me pareció que quería que se la llevara a las<br />

- -dijo, y cruzó la puerta que todavía tenía clavada la enorme lanza de cazar osos.<br />

Seguí sus pasos cargado con el pesado jarro hasta que la encontré de pie ante una lámina de<br />

cobre batido que reflejaba su cuerpo desnudo. No le cohibía mi presencia, tal vez porque, de<br />

pequeños, todos corríamos desnudos en grupo, pero en<br />

dolorosamente, que ya no éramos nínos.<br />

-¿Aquí? -<br />

Nimue asintió. Dejé el jarro en el suelo y me retiré hacia la puerta.<br />

- -me dijo-. Por favor, quédate. Y cierra la puerta.<br />

Para poder cerrar, tenía que desclavar la lanza primero. No quise preguntarle cómo había<br />

logrado atravesar el roble con ella porque me dio la impresión de que no estaba de humor para<br />

explicaciones, de modo que me quedé en silencio sacando la lanza mientras ella se quitaba la<br />

sangre de su blanca piel. Cuando terminó, se envolvió en una bata negra.<br />

- -me dijo.<br />

Obedecí y me acerqué a la cama de pieles y cobertores de lana, que se alzaba sobre una<br />

plataforma baja de madera y en la que, evidentemente, dormía por las noches. <strong>El</strong> lecho te<br />

dosel de paño oscuro que olía a moho; me senté y la consolé entre mis brazos. Le notaba las<br />

costillas bajo la suave bata de lana. Nimue lloraba y, como yo no sabía por qué, me limité a<br />

servirle de torpe compañía, y de paso, examiné a fondo la habita<br />

Era una estancia extraordinaria. Había montones de cajoneras de madera y cestos de mimbre<br />

apilados de tal modo que formaban recovecos y pasillos por donde se paseaba una colonia de<br />

flacos gatitos. Algunas pilas habían caído por el suelo como si alguien hubiera buscado un<br />

objeto en la caja inferior y, en vez de molestarse en quitar las que tenía encima, las hubiera<br />

tirado sin más. Había polvo por todas partes. Me pareció que hacia años que no se cambiaban<br />

los juncos <strong>del</strong> suelo, aunque en muchas partes estaban cubiertos por alfombras o mantas que<br />

iban pudriéndose poco a poco. <strong>El</strong> hedor mareaba; era una mezcla de polvo, orines de gato,<br />

humedad, podredumbre y moho, aderezado con los aromas más sutiles de los manojos de<br />

hierbas que colgaban de las vigas. A un lado de la puerta había una mesa repleta de pergaminos<br />

ondulados y quebradizos y sobre ésta, en un polvoriento estante, se amontonaban cráneos de<br />

animales entre los que había al menos dos humanos, según comprobé cuando mis ojos se<br />

acostumbraron a la sepulcral penumbra. Había unos escudos descoloridos apoyados contra una<br />

panzuda tina de barro, de la que sobresalía un manojo de<br />

lanzas llenas de telarañas. De la pared colgaba una espada y, sobre un montón de grises cenizas<br />

de hoguera, se encontraba un brasero humeante, cerca <strong>del</strong> gran espejo de cobre sobre el que,<br />

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