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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

de la razón. Debió haber sido enviado a la isla de los Muertos, donde se confinaba a los locos<br />

peligrosos, pero Merlín ordenó que lo mantuvieran en el Tor, cerrado en una reducida barraca<br />

semejante a la que utilizaba Druidan para sus cerdos. Vivía desnudo, los largos cabellos blancos<br />

le llegaban a las rodillas y las cuencas de sus ojos, aunque vacias, derramaban abundantes<br />

lágrimas. Deliraba constantemente despotricando contra el universo a causa de sus penas, y<br />

ura para interpretar en ella mensajes divinos. Pelinor inspiraba<br />

temor a todos. Estaba loco de atar, poseido por una ferocidad indomable. En una ocasión asó en<br />

su hoguera a uno de los hijos de Sebile. Y sin embargo, por inverosímil que parezca, a mí me<br />

apr eciaba, no sé por qué. Me colaba entre las estacas de su empalizada y él me mimaba y me<br />

contaba historias de combates y de formidables partidas de caza. Nunca me pareció loco y<br />

jamás me hizo mal alguno, ni a Nimue, pero es que, tal como decía Merlín, nosot<br />

dos elegidos de Bel.<br />

Tal vez fuéramos elegidos de Bel, pero Gwendolin nos odiaba. Era la esposa de Merlín, ya<br />

vieja y desdentada. Compartía con Morgana el conocimiento de las hierbas y los<br />

encantamientos, pero Merlín la repudió cuando su rostro<br />

enfermedad, hecho acaecido mucho antes de mi llegada al Tor, durante un época conocida con<br />

el nombre de los Malos Tiempos. Fue cuando Merlín regresó <strong>del</strong> norte enloquecido y presa de<br />

gran congoja, pero ni siquiera al recuperar el sentido común quiso admitir de nuevo a<br />

Gwendolin a su lado, aunque le permitió vivir en una pequeña cabaña cercana a la empalizada,<br />

donde ella pasaba los días probando encantamientos contra su esposo e insultándonos a voces a<br />

to de su más enconado rencor. A veces lo atacaba con un<br />

asador; Druidan echaba a correr por entre las cabañas y ella lo perseguía tenazmente con gran<br />

regocijo de los niños, que la animábamos, ansiosos por ver derramarse la sangre <strong>del</strong> enano;<br />

re logró salvarse.<br />

Tal era, pues, el extraño lugar al que Norwenna llegó con el Edling Mordred, y aunque lo haya<br />

retratado como la casa de los horrores, en realidad era un buen refugio. Eramos los niños<br />

privilegiados de lord Merlín, gozábamos de libertad, apenas trabajábamos, reíamos, e Ynys<br />

Wydryn, la Isla de Cristal, era un lugar feliz.<br />

Norwenna llegó en invierno, cuando las marismas de Avalón estaban cubiertas de hielo. Había<br />

un carpintero en Ynys Wydryn, de nombre Gwlyddyn, cuya esposa tenía un hijo de la misma<br />

edad que Mordred, y que nos había hecho unos trineos con los que nos deslizábamos por las<br />

nevadas laderas <strong>del</strong> Tor rasgando el aire con nuestros gritos. A Ralla, la esposa de Gwlyddyn,<br />

le fue encomendada la tarea de ama de cría de Mordred, y el príncipe, a pesar de la tara <strong>del</strong> pie<br />

se hizo fuerte con su leche. Incluso la salud de Norwenna fue mejorando a medida que cedía la<br />

crudeza invernal y aparecían las primeras campanillas blancas en los zarzales cercanos a la<br />

fuente sagrada, al pie <strong>del</strong> Tor. La princesa nunca gozó de una salud fuerte, pero gracias a las<br />

hierbas que le administraban Morgana y Guendolin y a las oraciones de los monjes, podía<br />

decirse que por fin remitía la debilidad en que la había sumido el parto. Todas las semanas un<br />

mensajero llevaba noticias de la salud <strong>del</strong> Edling a su abuelo, el rey supremo, quien<br />

recompensaba al mensajero, si las nuevas eran buenas, con una moneda de oro, un cuerno de<br />

sal o un frasco de vino exótico, dádivas que solían acabar en manos de Druidan.<br />

En vano aguardábamos el regreso de Merlín; el Tor parecía vacio sin él aunque la vida<br />

cotidiana no sufriera cambio alguno. Había que mantener las despensas repletas, había que<br />

exterminar a las ratas, había que acarrear leña y agua de la fuente, colina arriba, tres veces al<br />

día. Gudovan, el escribano de Merlín, llevaba cuenta de los pagos de los arrendatarios, mientras<br />

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