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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-¡Ojalá lo supiera! -mentí.<br />

<strong>El</strong> broche está en mi celda, a salvo incluso de los exhaustivos registros de Sansum. <strong>El</strong> santo<br />

varón, a quien sin duda Dios enaltecerá por encima de todos los hombres, vivos o muertos, no<br />

nos permite poseer tesoro alguno. Todas nuestras pertenencias deben serle confiadas conforme<br />

a la regla; ya le he entregado cuanto me perteneciera, incluida Hywelbane, pero, que Dios me<br />

perdone, me he quedado con el broche de Ceinwyn. <strong>El</strong> oro está algo gastado por los años, pero<br />

nwyn cuando, en la oscuridad, saco la joya de su escondite y contemplo a la<br />

luz de la luna los entresijos de filigrana. A veces.., bueno, siempre, me lo acerco a los labios.<br />

Me he convertido en un viejo chalado. Tal vez se lo regale a Ygraine, ella apreciará todo su<br />

valor, aunque aún lo conservaré un tiempo, pues el oro es cual rayo de sol en este recinto<br />

helado y frío. Claro que tan pronto como Ygraine lea estas líneas sabrá que el broche existe,<br />

pero si es tan bondadosa como creo, permitirá que lo conserve como recordatorio de una vida<br />

de pecado.<br />

-No me gusta Ginebra -dijo Ygraine.<br />

-Entonces he fracasado -dije.<br />

-La pintáis con trazos duros.<br />

Permanecí unos momentos en silencio, escuchando el balar de las ovejas.<br />

-Podía ser bondadosa en extremo -dije, tras la pausa-. Sabía convertir la tristeza en felicidad,<br />

pero le disgustaba la vulgaridad. En su visión <strong>del</strong> mundo no cabían la imperfección, el<br />

aburrimiento ni la fealdad, pretendía hacer realidad esa idea prohibiendo tales inconveniencias.<br />

propia visión, también, pero ofrecía apoyo a los imperfectos, y quería hacerla<br />

realidad con la misma vehemencia que ella.<br />

-Quería a Camelot -dijo Ygraine con nostalgia.<br />

-Lo llamábamos Dumnonia -repliqué con severidad.<br />

-Derfel, queréis despojar de dicha la historia -contestó ella enfadada, aunque en realidad nunca<br />

se enfadaba conmigo-. Quiero que sea la Camelot <strong>del</strong> poeta: praderas verdes, torres altas,<br />

damas ricamente ataviadas y guerreros esparciendo flores por el camino a su paso. ¡Quiero<br />

trovadores y risas! ¿Por ventura jamás fue así?<br />

-En cierto modo, aunque no recuerdo muchos caminos de flores. Sí que vi muchas veces a los<br />

guerreros salir cojeando de la batalla, o arrastrándose por el polvo y gimiendo con las tripas<br />

fuera.<br />

-¡Basta! -exclamó Ygraine-. Entonces, ¿por qué los bardos lo llaman Camelot? -<br />

retadoramente.<br />

-Porque los poetas siempre desvarían.., de otro modo no serían poetas.<br />

-¡Vamos, Derfel! ¿Qué tenía Camelot de especial? Decidme.<br />

- 158 -

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