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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

gran edificio se volvieron y nos miraron con ira, pero no se inmiscuyeron. También los<br />

cristianos reconocían la marca de los dioses y ninguno osó ponerle la mano encima a Nimue.<br />

Cuando se quedó sin aliento, cayó en las piedras <strong>del</strong> suelo y permaneció en silencio, una figura<br />

diminuta arrebujada en el negro manto, un bulto sin forma definida temblando a mis pies.<br />

-¡A y, pequeño! -exclamó al cabo con voz cansada -. ¡Ay, mí pequeño!<br />

-¿Qué sucede? -pregunté.<br />

Confieso que me tentaba más el olor a cerdo asado que llegaba de las habitaciones de Uter que<br />

cualquier trance pasajero que dejara a Nimue tan exhausta.<br />

Me tendió la mano de la cicatriz y la ayudé a ponerse en pie.<br />

-Nos queda una oportunidad -me dijo en voz queda y temerosa-, una sola, y si la perdemos los<br />

dioses se alejarán de nosotros, nos abandonarán y quedaremos a merced de los brutos. Y esos<br />

locos de ahí dentro, el señor de los ratones y sus seguidores, nos la<br />

luchemos contra ellos. Pero ellos son muchos y nosotros muy pocos.<br />

Me miraba a la cara y lloraba con desesperación.<br />

Yo no sabia qué decir, no dominaba el mundo espiritual, aunque fuera acogido de Merlín y<br />

-Bel nos prestará ayuda, ¿no es así? -pregunté desarmado-. Nos ama, ¿no es cierto?<br />

-¡Nos ama! -Apartó la mano de mi bruscamente - -repitió con burla-. La tarea de los<br />

dioses no es amarnos. ¿Acaso amas tú a los cerdos de Druidan? ¿Por qué, en nombre de Bel,<br />

habría de amarnos un dios? ¡Amarnos! ¿Qué sabes tú <strong>del</strong> amor, Derfel, hijo de sajona?<br />

-Sé que te amo a ti -dije.<br />

Aún ahora me sonrojo cuando pienso en las desesperadas arremetidas de un joven por<br />

conseguir el afecto de una mujer. Me costó toda la fuerza <strong>del</strong> mundo pronunciar esas palabras,<br />

hasta la última gota <strong>del</strong> valor que creía poseer, y tras soltarlas me sonrojé bajo la luz de las<br />

-Lo sé -me dijo Nimue con una sonrisa-. Lo sé. Ahora vamos. Hay un festín para cenar.<br />

En estos días, en estos mis últimos días, que paso escribiendo en este monasterio de los montes<br />

de Powys, a voces cierro los ojos y veo a Nimue. No a la Nimue en que se convirtió después,<br />

sino a la que era entonces, tan fogosa, tan rápida, tan segu<br />

Cristo, y por su bendición he ganado también el mundo entero, pero lo que perdí, lo que todos<br />

perdimos, no es posible calcularlo. Todo lo perdimos.<br />

<strong>El</strong> festín fue maravilloso.<br />

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