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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Después de los cantos de los bardos y justo en el momento en que el sol se ponía tras la oscura<br />

entales, frontera natural con tierras de Siluria, una procesión de<br />

niñas ofrendó flores a las reinas, pero en la tarima había una sola reina, Enid. Durante unos<br />

breves segundos, las que portaban flores para la dama de Uter quedaron en suspenso, hasta que<br />

el rey logró moverse y señalar a Morgana, que tenía banco propio junto a la plataforma, de<br />

modo que las niñas, desviándose un lado, depositaron ante ella los lirios, reinas de los prados y<br />

-Diriase una albóndiga adornada con perejil -me susurró Nimue al oído.<br />

La víspera <strong>del</strong> <strong>Gran</strong> Consejo se celebró una ceremonia cristiana en el salón principal <strong>del</strong><br />

enorme edificio <strong>del</strong> centro <strong>del</strong> burgo. Tewdric era cristiano ferviente y sus seguidores llenaron a<br />

rebosar el recinto iluminado por llameante s antorchas colocadas en tederos de hierro repartidos<br />

por las paredes. Había llovido al anochecer y el salón olía a sudor, lana h·meda y humo de<br />

madera. Las mujeres se agrupaban en el ala izquierda y los hombres en la derecha, aunque<br />

Nimue pasó por alto esta distribución y subió tranquilamente a un pedestal que se alzaba tras la<br />

oscura multitud de hombres vestidos con manto y con la cabeza descubierta. Había más<br />

pedestales como aquél, la mayoría ocupados por estatuas, pero nuestro plinto estaba vacio y<br />

amos espacio suficiente para sentarnos los dos y contemplar desde allí los ritos cristianos,<br />

aunque al principio me llamaba más la atención la vastedad de la nave, más alta, más ancha y<br />

más larga que cualquier otro salón que yo conociera; tan inmenso era que anidaban gorriones<br />

en su interior, y a fe mía que el salón romano debía de parecerles un mundo entero. <strong>El</strong> cielo de<br />

los gorriones era una techumbre curva apoyada en gruesos pilares de ladrillo, antaño cubiertos<br />

de un estuco fino y blanco adornado con pinturas. Aún quedaban fragmentos de los frescos:<br />

distinguí el contorno rojo de un ciervo que corría, una criatura marina con cuernos y cola bífida<br />

y dos mujeres que sujetaban un ánfora de doble asa.<br />

Uter no estaba presente, pero sus guerreros cristianos si, y el obispo Bedwin, consejero <strong>del</strong><br />

soberano, concelebraba la ceremonia que Nimue y yo observábamos desde nuestra torre vigía<br />

como dos niños traviesos que escucharan a escondidas la conversación de los mayores. <strong>El</strong> rey<br />

Tewdric estaba allí, acompañado por alg unos de sus reyes y príncipes vasallos que al día<br />

siguiente asistirían al <strong>Gran</strong> Consejo. Los grandes tenían asientos dispuestos en la primera fila,<br />

pero la luz de las antorchas no caía de pleno sobre sus cabezas sino sobre los sacerdotes<br />

cristianos reunidos alrededor de la mesa. Era la primera vez que veía a estas criaturas<br />

celebrando sus ritos.<br />

-¿Qué es un obispo, exactamente? -pregunté a Nimue.<br />

-Como un druida -me dijo; y en efecto, los sacerdotes cristianos se rasuraban la mitad <strong>del</strong><br />

cráneo de la misma manera que los druidas-, pero no recibe preparación -añadió Nimue con<br />

sorna- y no sabe nada.<br />

-¿Todos son obispos? -pregunté, porque eran unos veinte hombres de cabeza afeitada yendo y<br />

viniendo, inclinando y levantando la cabeza alrededor de la mesa ilumina da <strong>del</strong> fondo <strong>del</strong> salón.<br />

-No, algunos son sólo sacerdotes. Saben todavía menos que los obispos -<br />

-¿No hay sacerdotisas? -<br />

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