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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Era un rostro amable, ésa fue la primera impresión. No, eso es lo que Ygraine quiere que<br />

escriba. En realidad, lo primero que percibí fue el sudoí sudor en abundancia, producido por la<br />

armadura en tan caluroso día de verano, pero despué<br />

su expresión. Arturo inspiraba confianza a primera vista. Por eso siempre gustó a las mujeres, y<br />

no por su belleza, pues no era excesivamente bello, pero su mirada transmitía verdadero interés<br />

y total benevolencia. Tenía el rostro fuerte, huesudo y rebosante de entusiasmo, la cabeza<br />

grande y el cabello castaño; en esos momentos el pelo se le pegaba al cráneo a causa <strong>del</strong> sudor<br />

y <strong>del</strong> casco de cuero que llevaba bajo el yelmo. Tenía los ojos castaños también, la nariz larga y<br />

la mandíbula rotunda y rasurada, aunque el rasgo más sobresaliente era la boca, mucho más<br />

grande de lo común y con la dentadura intacta. Estaba orgulloso de sus dientes y se los<br />

limpiaba a diario con sal, siempre que la tuviera a mano, o con agua sola si no la tenía. A pesar<br />

de su rostro grande y fuerte, lo que más me impresionó fue la bondad que reflejaba y el humor<br />

pícaro que le asomaba a los ojos. Todo él respiraba alegría, su cara irradiaba una felicidad que<br />

a. Ya entonces, y para siempre, me di cuenta de que<br />

hombres y mujeres parecían más animados en compañía de Arturo. Tornábanse todos más<br />

optimistas, se oían más risas y, cuando él partía, todo parecía apagarse, aunque no poseyera<br />

Arturo gran ingenio ni gracia para relatar historias; era simplemente Arturo, un hombre bueno<br />

de confianza contagiosa, voluntad impaciente y resolución de hierro. Esa férrea voluntad<br />

pasaba desapercibida en un primer momento, incluso el propio Arturo se conducía como si no<br />

la poseyera, pero ahí estaba. Un montón de muertos de guerra así lo atestiguaba.<br />

-Gwlyddyn asegura que eres sajón -me dijo en son de broma.<br />

-Señor -fue la única palabra que logré articular mientras caía de rodillas.<br />

Se agachó y me levantó por los hombros con mano firme.<br />

-No soy rey, Derfel -me dijo-, no debes arrodillarte ante mí, soy yo quien habría de postrarse<br />

ante ti por haber arriesgado la vida para salvar al rey -sonrió -. Te doy las gracias por ello. -<br />

Tenía el don de hacerte sentir que eras la persona más importante para él; yo ya lo adoraba sin<br />

-. ¿Qué edad tienes? -<br />

-Quince, creo.<br />

-Pero tu altura es propia de veinte -sonrió -. ¿Quién te enseñó a luchar?<br />

-Hywel -dije-, el administrador de Merlín.<br />

-Ah, ¡<strong>El</strong> mejor maestro! También a mí me enseñó, ¿cómo se encuentra mi buen Hywel? -<br />

preguntó con deseos de saber, pero me faltaron palabras y valor para contestar.<br />

-Muerto -contestó Morgana en mi lugar-. Gundleus lo asesinó. -Escupió por la ranura de la<br />

máscara en dirección al rey cautivo, que se encontraba custodiado a pocos pasos de ellos.<br />

-¿Hywel ha muerto? -Arturo quería que le respondiera yo, me clavó los ojos y yo asentí con un<br />

parpadeo para evitar que se me cayeran las lágrimas. Arturo me abrazó al instante -. Eres un<br />

hombre bueno, Derfel -dijo- y te debo una compensación por haber protegido la vida <strong>del</strong> rey.<br />

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