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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Tras un instante de silencio, los ejércitos de Gorfyddyd se pusieron en pie y comenzaron a<br />

golpear las lanzas contra los escudos. Gorfyddyd echó a Merlín una mirada triunfadora, hincó<br />

los talones al caballo y volvió entre sus clamorosas fila s.<br />

Merlín se dirigió a Sagramor y a mí.<br />

-Los irlandeses Escudos Negros -dijo sin darle importancia- están de vuestra parte. He hablado<br />

con ellos. Atacarán a los hombres de Gorfyddyd y obtendréis una gran victoria. Que los dioses<br />

os concedan fuerza.<br />

Dio media vuelta, tomó a Nimue por los hombros y se alejó entre las filas enemigas, que se<br />

apartaron para dejarles pasar.<br />

-¡Al menos lo habéis intentado! -le gritó Gorfyddyd.<br />

<strong>El</strong> rey de Powys estaba a las puertas de su gran victoria, el vértigo de semejante perspectiva le<br />

había prestado confianza para desafiar al druida, pero Merlín desoyó el alarde jactancioso <strong>del</strong><br />

rey y se alejó en compañía de Tanaburs e Iorweth.<br />

Issa me trajo el yelmo de Arturo y volví a ponérmelo, satisfecho de la protección que me<br />

proporcionaría en los últimos momentos de la batalla.<br />

<strong>El</strong> enemigo reordenó su barrera de escudos. Pocos insultos se oyeron en esta ocasión, pues<br />

pocos hombres conservaban aún energías para algo más que prestarse a la inminente carnicería<br />

yddyd, por vez primera en toda la jornada, desmontó y se situó en primera<br />

línea. No tenía escudo, pero aun así dirigiría el último asalto, en el que habría de aplastar el<br />

poder de su odiado enemigo. Levantó la espada, la mantuvo en alto unos segundos y la<br />

<strong>El</strong> enemigo se lanzó a la carga.<br />

Salimos a su encuentro a<strong>del</strong>antando escudos y lanzas y las dos barreras chocaron con un<br />

estrépito horrísono. Gorfyddyd intentó traspasar el escudo de Arturo con la espada, pero detuve<br />

Hywelbane. La espada rebotó en su yelmo y cortó una de sus<br />

alas de águila; quedamos pegados uno a otro, restringidos nuestros movimientos por la presión<br />

de los hombres que empujaban desde atras.<br />

-¡Empujad! -gritó Gorfyddyd a sus hombres, y me escupió por encima <strong>del</strong> escudo-. Tu amante<br />

de la ramera -me dijo sobreponiéndose al fragor de la batalla- se oculta mientras tú combates.<br />

-No es ramera, lord rey -le dije, e intenté librar a Hywebane para encajarle un golpe, pero el<br />

acero estaba inmovilizado entre los escudos y los hombres.<br />

-Aceptó todo el oro que le di -dijo Gorfyddyd-, y yo no pago a las mujeres si no abren las<br />

piernas.<br />

Traté de pincharle los pies, pero la espada rebotó contra el faldón de su armadura. Rióse el rey<br />

e una vez más; luego levantó la cabeza al oir un grito de guerra<br />

estremecedor.<br />

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