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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Merlín sólo es señor de si mismo - -, pero he aquí a su sacerdotisa -dijo,<br />

señalando a Nimue, que clavó en el sajón su único ojo.<br />

Aelle hizo un gesto que debía de ser de protección contra el mal. Nimue le daba miedo por ser<br />

sacerdotisa de Merlín; buena información para nosotros.<br />

- -preguntó temeroso.<br />

-Eso dicen algunos -respondí de parte de Arturo-, aunque otros dicen que no. ¿Quién sabe? Tal<br />

vez esté ahí mismo, entre las sombras.<br />

Señalé con la cabeza hacia la oscuridad que rodeaba las piedras iluminadas por las hogueras.<br />

Aelle despertó con la punta de la lanza a uno de los hechiceros. <strong>El</strong> hombre soltó un alarido<br />

lastimero y Aelle quedó satisfecho, pues el quejido alejaría cualquier influencia maléfica. <strong>El</strong><br />

Bretwalda se había puesto la cruz de Sansum al cuello y algunos de sus hombres lucían macizas<br />

torques de oro procedentes de Ynys Wydryn. Avanzada la noche, cuando casi todos los sajones<br />

roncaban, algunos de los esclavos nos relataron la caída de Durocobrivis y el final <strong>del</strong> príncipe<br />

Gereint, hecho prisionero y torturado hasta la muerte por el enemigo. Arturo lloró al escuchar la<br />

historia. Ninguno de nosotros conocíamos mucho a Gereint, pero sabíamos que era un hombre<br />

modesto y sin ambiciones que había hecho todo lo posible por detener el avance de las fuerzas<br />

sajonas. Algunos esclavos nos rogaron que nos los lleváramos, pero no nos atrevimos a ofender<br />

a nuestros anfitriones en ese momento.<br />

-Un día vendremos a rescataros -les prometió Arturo-, vendremos a por vosotros.<br />

Al día siguiente por la tarde, los sajones partieron. Aelle quiso que nosotros pernoctáramos un<br />

día más en Las Piedras para asegurarse de que no lo seguiríamos, y se llevó a Balin, a Lanval y<br />

al hombre de Powys. Arturo consultó a Nimue si Aelle mantendría su palabra; ella asintió y<br />

que los sajones obedecían y que los rehenes volvían sanos y salvos.<br />

-Pero lleváis en las manos la sangre de Ratae -añadió en tono inquietante.<br />

Recogimos las cosas y nos preparamos para la marcha, que no emprenderíamos hasta la<br />

madrugada. A Arturo no le gustaba nada el ocio forzoso, y cuando cayó la tarde nos pidió a<br />

Sagramor y a mi que le acompañáramos a pasear por el bosque. Estuvimos un rato andando sin<br />

rumbo fijo, pero al cabo Arturo se detuvo bajo un roble enorme de luengas barbas de liquen<br />

gris.<br />

-Me siento rastrero -dijo-. No cumplí la palabra dada a Benoic y ahora acabo de comprar con<br />

oro la muerte de cientos de britanos.<br />

-No habríais podido salvar a Benoic -le dije por enésima vez.<br />

-Una tierra que compra poetas en vez de lanceros no merece sobrevivir -añadió Sagramor.<br />

-Que hubiera podido salvarla o no carece de importancia -replicó Arturo-. Yo di mi palabra a<br />

Ban y no la cumplí.<br />

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