Importancia de la viruela, gastroenteritis aguda y paludismo ... - Oulu

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La zona de Mesopotamia probablemente permaneció afectada por el paludismo a lo
largo de la sucesión de sus distintas civilizaciones. Se dice que en el año 323 a.C.
Alejandro Magno, más allá de Mesopotamia, de camino a la India, murió de esta
enfermedad.
En esta época, el paludismo ya había aparecido en los escritos médicos griegos de
aproximadamente el siglo IV a.C. Su importancia parece haber coincidido con labores de
preparación de nuevos terrenos para la agricultura. De los textos atribuidos a Hipócrates
(460-377 a.C.) se deduce la presencia de paludismo en Grecia, concretamente de la fiebre
benigna terciana (P. vivax), cuartana (P. malariae) y maligna subtericiana (P. falciparum).
Parece que esta enfermedad no alcanzó la Italia continental hasta el segundo siglo a.C.
En los tempranos tiempos imperiales Sicilia, y Cerdeña eran notables por sus fiebres
otoñales.
Durante los tiempos de prosperidad del Imperio Romano (aproximadamente entre 50
a.C. y 400 d.C.), la zona rural de los alrededores de Roma se mantuvo libre de paludismo
gracias a la consecución de labores de drenaje, supervisión y construcción. Cuando el
Imperio decayó, también lo hizo este área, de modo durante este tiempo y principios de la
Edad Media, Roma estaba rodeada por peligrosos e inhabitables pantanos conocidos y
temidos durante generaciones. Estas áreas probablemente eran buen lugar para P. vivax y
especialmente para P. falciparum (Carter & Mendis 2002).
A comienzos de la era Cristiana, el paludismo estaba ampliamente distribuido en las
orillas del Mediterráneo, en Europa del sur, a través de la Península Arábica y en el
centro, sur y sureste de Asia, China, Manchuria, Corea y Japón, hasta hacia unos 40º de
latitud norte. El paludismo probablemente comenzó a expandirse por el norte de Europa
durante la Edad Media. Puede haber seguido una ruta vía Francia y Gran Bretaña hacia
los países del Mar del Norte o también desde los Balcanes hasta Europa central y oriental.
Desde ahí podría haber llegado al sur de Suecia y a los Estados Bálticos y desde allí, así
como desde el sur de Ucrania, el Cáucaso y Ásia central dentro de Rusia hacia la cuenca
del Volga y los Urales.
Mientras tanto, la llegada de europeos y africanos occidentales al nuevo mundo a
finales del siglo XV introdujo P. vivax, P. falciparum y posiblemente también P. malariae
en América por primera vez. En un comienzo, las principales zonas palúdicas de América
estaban en el caribe y en partes de América central y del sur. A partir de mediados del
siglo XVIII, acompañando el crecimiento económico de los estados sureños de Norte
América, basado en el comercio de esclavos de África occidental, el paludismo se
estableció firmemente en Norteamérica. Hacia 1850, el paludismo prevalecía a lo largo y
ancho de las regiones tropicales, subtropicales y templadas de toda América.
A partir de mediados del siglo XIX en adelante, la quinina, único remedio eficaz
contra el paludismo hasta principios del siglo pasado, comenzó a ser de mayor acceso
para la gente común.
La quinina se extraía del árbol de la quina (genero Cinchona), que es originario de los
bosques del norte de los Andes. Los habitantes de aquellas zonas conocían sus
propiedades antimaláricas, y los monjes jesuitas llevaron este remedio a Europa a
mediados del siglo XVII. En un comienzo este no fue demasiado popular en el mundo
anglosajón. En 1820 se aisló el principio activo de la corteza, conocido como quinina, y
su uso se popularizó (Miller 2002).