Importancia de la viruela, gastroenteritis aguda y paludismo ... - Oulu

68
fuerte más importante de Finlandia, Sveaborg, en Helsinki, se rindió sin que aún hoy día
se sepan muy bien las causas (Jutikkala & Pirinen 1996).
Aunque la guerra continuó durante otro año más, el reino de Suecia perdió
definitivamente Finlandia, que se incorporó oficialmente al imperio Ruso tras la paz de
Hamina en 1809.
Esta guerra, que se conoce como la Guerra de Finlandia, además de las consecuencias
políticas irreversibles, tuvo fuerte repercusión sobre la población, que se vio aquejada de
epidemias y carestías potenciadas por el gran movimiento de tropas a lo largo y ancho del
país. La mortandad en esos años fue enorme, no sólo entre los soldados sino que también,
y en mayor medida entre la población civil.
Finlandia, con sus sentimientos nacientes de independentismo y su sociedad
fundamentalmente agraria, pasó a convertirse en un Gran Ducado autónomo del imperio
Ruso.
1.3.1.2 Periodo ruso, 1809-1850
La división del reino de Suecia tras la Guerra de Finlandia fue hecha en términos
políticos, y no étnicos o lingüísticos. En el norte la nueva frontera con Rusia seguía el
curso de los ríos Muonio y Tornio y en el sur las Islas Åland, de habla sueca y gran
importancia estratégica quedaron del lado ruso, ver Figura 4.
Un hecho destacable de la nueva situación es que, con el cambio de poderes, muchas
cosas en Finlandia permanecieron esencialmente iguales. El zar Alejandro I de Rusia no
pretendía rusificar Finlandia, sino otorgarle una autonomía real, en lo que algunos
autores consideran un ensayo de monarquía constitucional que posteriormente pretendía
extender al resto del Imperio, aunque tal reforma nunca llegó a producirse (Klinge 1997).
De este modo Finlandia conservó su religión, el sueco como lengua oficial, y el
Derecho civil y Derecho penal suecos, así como la forma gustaviana de gobierno. Tenía
su propia administración central y su propia Dieta, en la semilla de lo que posteriormente
sería un estado finlandés genuino.
Esto en realidad no tenía nada de extraordinario, puesto que lo mismo sucedió con
otras regiones anexionadas anteriormente a Rusia, como los Países Bálticos, o Polonia.
De hecho Rusia no era un estado unificado y centralizado, ni desde el punto de vista
nacional ni desde el religioso.
Mientras que otras partes del imperio, como Polonia, se rebelaron, perdiendo sus
derechos, Finlandia permaneció leal a lo largo del siglo XIX lo que le permitió desarrollar
su Estado (Klinge 1997).
Al zar Alejandro I le siguió Nicolás I, que gobernó entre 1825 y 1855, y que, a pesar
de ser más severo y patriarcal que su predecesor, siguió respetando la posición especial
de Finlandia.
Durante el reinado del zar Alejandro I se funda una nueva capital, Helsinki, en 1812,
que había sido destruida durante los incendios de la guerra y fue reconstruida entonces
con gran esplendor. En 1827, cuando un tremendo fuego devasta Turku, la universidad
también se transfiere a Helsinki (Jutikkala & Pirinen 1996).