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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

estructura de madera y, en ese marco, salió a través d<strong>el</strong> brillo la fgura de <strong>un</strong> hombre. Era<br />

<strong>con</strong>ocido. Yo <strong>con</strong>ocía su cuerpo largo y d<strong>el</strong>gado, su cab<strong>el</strong>lo sedoso y negro. Entonces vi que sus<br />

ojos verdes me observaban. Y en sus dientes..., en sus dientes..., tenía algo enorme y suave y<br />

marrón, algo que él presionaba suavemente <strong>con</strong> las manos. Era <strong>un</strong>a rata. Tenía <strong>un</strong>a inmensa<br />

rata asquerosa, <strong>con</strong> su gran rabo curvado y <strong>con</strong>g<strong>el</strong>ado en <strong>el</strong> aire. Con <strong>un</strong> grito, la arrojó al<br />

su<strong>el</strong>o y se quedó mirando perplejo mientras la sangre le manaba de la boca abierta.<br />

»Una luz penetrante me hirió los ojos. Luché tratando de abrirlos y entonces brilló toda<br />

la habitación. Claudia estaba frente a mí. No era <strong>un</strong>a niña pequeña, sino alguien mayor que<br />

me empujó hacia ad<strong>el</strong>ante, hacia <strong>el</strong>la, <strong>con</strong> ambas manos. Ella estaba de rodillas y mis brazos<br />

la tomaron por la cintura. Entonces descendió la oscuridad mientras la abrazaba. El cerrojo<br />

en<strong>con</strong>tró su lugar exacto. Mis miembros se durmieron y luego sentí la parálisis d<strong>el</strong> olvido.<br />

»Y así fue —dijo <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>— como pasamos por Transilvania, H<strong>un</strong>gría, Bulgaria y todos<br />

esos países donde los campesinos creían que los muertos vivientes caminaban y en donde<br />

ab<strong>un</strong>daban las leyendas de los <strong>vampiro</strong>s. En cada poblado donde en<strong>con</strong>tramos <strong>un</strong> <strong>vampiro</strong>,<br />

sucedía lo mismo.<br />

—¿Era <strong>un</strong> cadáver sin mente? —preg<strong>un</strong>tó <strong>el</strong> joven.<br />

—Siempre —dijo <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>—. Cada vez que los en<strong>con</strong>trábamos. Recuerdo <strong>un</strong> puñado de<br />

esas criaturas. A veces sólo las veíamos a distancia. Conocíamos muy bien sus cabezas<br />

bovinas gachas, los hombros caídos, las ropas podridas y andrajosas. En <strong>un</strong>a población fue<br />

<strong>un</strong>a mujer que había muerto <strong>un</strong>os seis meses antes; los vecinos la habían visto y <strong>con</strong>ocían su<br />

nombre. Ella fue la única que nos dio <strong>un</strong>a esperanza en nuestras experiencias en Transilvania.<br />

Y esa esperanza terminó en la nada. Se escapó de nosotros en <strong>un</strong> bosque; corrimos tras <strong>el</strong>la<br />

y la agarramos de su largo cab<strong>el</strong>lo negro. Su largo vestido de entierro estaba empapado de<br />

sangre seca; sus dedos, llenos de la tierra de la fosa. Y sus ojos... no tenían int<strong>el</strong>igencia,<br />

estaban vacíos, dos agujeros que refejaban la l<strong>un</strong>a. Nada de secretos, ning<strong>un</strong>a verdad;<br />

únicamente la desesperación.<br />

—Pero, ¿qué eran esas criaturas? ¿Por qué eran así? —preg<strong>un</strong>tó <strong>el</strong> muchacho <strong>con</strong> <strong>un</strong>a<br />

mueca de asco en los labios—. No lo comprendo. ¿Cómo podían ser tan diferentes de usted y<br />

de Claudia?<br />

—Yo tenía mis teorías. Lo mismo Claudia. Pero lo más importante que entonces sentí fue la<br />

desesperación. Y, en esa desesperación, sentí <strong>un</strong>a y otra vez <strong>el</strong> miedo de haber matado al<br />

único <strong>vampiro</strong> que era como nosotros: Lestat. Sin embargo, parecía algo impensable... De haber<br />

él poseído la sabiduría de <strong>un</strong> brujo, los poderes de <strong>un</strong>a bruja..., quizá yo hubiera llegado a<br />

creer que, de algún modo, se las hubiese arreglado para sacar <strong>un</strong>a vida <strong>con</strong>sciente de las<br />

mismas fuerzas que gobernaban a esos monstruos. Pero él era únicamente Lestat, tal como te<br />

lo he descrito: <strong>un</strong>a persona sin misterios. Y, al fnal, en esos meses pasados en <strong>el</strong> este de<br />

Europa, sus limitaciones me eran tan <strong>con</strong>ocidas como sus encantos. Quería olvidarme de él y,<br />

no obstante, siempre parecía estar pensando en él. A veces me en<strong>con</strong>traba tan vividamente<br />

<strong>con</strong>sciente de su persona como si acabara de dejar la habitación y <strong>el</strong> sonido de su voz aún<br />

estuviese allí. De algún modo, yo sentía <strong>un</strong> alivio perturbador. Y pese a mí mismo, me<br />

imaginaba su cara, no como la había visto la última noche d<strong>el</strong> incendio, sino en otras noches,<br />

la última que pasara <strong>con</strong> nosotros, en nuestra casa, <strong>con</strong> sus manos jugando<br />

<strong>con</strong> las teclas de la espineta y su cabeza inclinada hacia <strong>un</strong> lado. Cuando comprendí en<br />

qué dirección marchaban mis sueños, sentí <strong>un</strong>a enfermedad más terrible que la angustia. ¡Yo<br />

quería que estuviese vivo! En las noches negras d<strong>el</strong> este de Europa, Lestat era <strong>el</strong> único<br />

<strong>vampiro</strong> que yo había en<strong>con</strong>trado.<br />

»Pero los sueños de Claudia eran de <strong>un</strong>a naturaleza mucho más práctica. Una y otra vez<br />

me hizo <strong>con</strong>tarle esa noche en <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> de Nueva Orleans, cuando <strong>el</strong>la se <strong>con</strong>virtió en <strong>un</strong>a<br />

vampira, y, <strong>un</strong>a y otra vez, buscó en ese proceso alg<strong>un</strong>a pista de por qué las cosas que<br />

en<strong>con</strong>trábamos en las fosas rurales carecían de int<strong>el</strong>igencia. ¿Qué hubiera pasado si después<br />

de la succión de la sangre de Lestat, a <strong>el</strong>la la hubieran puesto en <strong>un</strong>a fosa y la hubieran<br />

encerrado hasta que <strong>el</strong> ímpetu sobrenatural de la sangre le hubiera hecho romper la puerta<br />

de piedra que la encerraba? ¿Cómo hubiera sido entonces su mente, famélica casi hasta <strong>el</strong><br />

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