DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Maris_Glz<br />
de mi tranquila sumisión? Creo que no. Ella se cree igual a nosotros. Te digo que debes<br />
razonar <strong>con</strong> <strong>el</strong>la, instruirla para que respete lo que es nuestro. Todos nosotros lo debemos<br />
respetar.<br />
»Se fue, obviamente <strong>con</strong>centrado en lo que yo acababa de decirle, a<strong>un</strong>que no me lo<br />
admitiera. Y llevó su venganza a la ciudad. No obstante, cuando regresó, <strong>el</strong>la todavía no<br />
había llegado. Se sentó apoyado en <strong>el</strong> brazo d<strong>el</strong> sillón de terciop<strong>el</strong>o y extendió sus largas<br />
piernas en <strong>el</strong> asiento.<br />
»—¿Las enterraste? —me preg<strong>un</strong>tó.<br />
»—Han desaparecido —dije. Ni siquiera me animé a decir que había quemado sus restos en<br />
<strong>el</strong> viejo horno de la cocina—. Pero ahora tenemos que lidiar <strong>con</strong> <strong>el</strong> padre y <strong>el</strong> hermano —le<br />
dije. Temí su malhumor. Deseé planear algo de inmediato que nos resolviera todo <strong>el</strong> problema.<br />
Pero entonces él dijo que <strong>el</strong> padre y <strong>el</strong> hermano no existían ya, que la muerte había ido a<br />
cenar a su pequeña casa, cerca d<strong>el</strong> puerto, y que se había quedado a dar las gracias cuando<br />
terminaron.<br />
»—El vino —dijo pasándose <strong>un</strong> dedo por los labios—; los dos habían bebido demasiado vino.<br />
Me en<strong>con</strong>tré golpeando la cerca —se rió—. Pero no me gusta este mareo. ¿Te gusta?<br />
»Y cuando me miró, tuve que sonreírle, porque <strong>el</strong> vino le estaba produciendo efecto y<br />
estaba alegre; y, en ese momento, cuando su rostro estaba amable y razonable, me acerqué y<br />
le dije al oído:<br />
»—Oigo que Claudia golpea a la puerta. Sé bueno <strong>con</strong> <strong>el</strong>la. Ya todo ha terminado.<br />
»Ella entró entonces <strong>con</strong> <strong>el</strong> lazo de su sombrero desprendido y sus bolitas llenas de lodo.<br />
Los observé <strong>con</strong> tensión. Lestat tenía <strong>un</strong>a mueca en los labios; y <strong>el</strong>la se mostraba tan<br />
ignorante de él como si no estuviera allí. Tenía <strong>un</strong> ramo de crisantemos blancos en sus brazos,<br />
<strong>un</strong> ramo tan grande que parecía aún más pequeña que en la realidad. Se le deslizó <strong>el</strong><br />
sombrero hacía atrás, colgó <strong>un</strong> instante de su hombro y cayó al su<strong>el</strong>o. Y por todo su cab<strong>el</strong>lo<br />
pude ver pétalos de crisantemos blancos.<br />
»—Mañana es festa de Todos los Santos, ¿lo sabéis? —preg<strong>un</strong>tó.<br />
»—Sí —le dije.<br />
»Es <strong>el</strong> día en Nueva Orleans en que todos los creyentes van a los cementerios a arreglar<br />
las tumbas de sus seres queridos. Limpian las paredes de yeso de las bóvedas, limpian los<br />
nombres grabados en <strong>el</strong> mármol. Y fnalmente llenan las tumbas de fores. En <strong>el</strong> cementerio<br />
de St. Louis, que estaba muy próximo a nuestra casa, en <strong>el</strong> que estaban enterradas todas las<br />
grandes familias de Luisiana, en <strong>el</strong> que estaba enterrado mi propio hermano, incluso había<br />
pequeños bancos de hierro puestos ante las tumbas para que las familias pudieran sentarse y<br />
recibir a otras familias que habían ido al cementerio <strong>con</strong> <strong>el</strong> mismo propósito. Era <strong>un</strong> festival<br />
en Nueva Orleans; podía parecer <strong>un</strong>a c<strong>el</strong>ebración de la muerte a los viajeros que no lo<br />
comprendían, pero era <strong>un</strong>a c<strong>el</strong>ebración de la vida eterna.<br />
»—Compré esto a <strong>un</strong>o de los vendedores —dijo Claudia. Su voz era suave e indefnible. Sus<br />
ojos se mostraban opacos y carentes de emoción.<br />
»—¡Para las dos que dejaste en la cocina! —dijo Lestat <strong>con</strong> furia. Ella lo miró por primera<br />
vez, pero no dijo nada. Se quedó mirándolo como si jamás lo hubiera visto. Y luego dio varios<br />
pasos en su dirección y lo miró como si aún estuviera examinándolo. Me acerqué. Pude sentir<br />
la rabia de Lestat y la frialdad de Claudia. Ella se dirigió a mí, y luego, pasando la vista de<br />
<strong>un</strong>o al otro, preg<strong>un</strong>tó:<br />
»—¿Cuál de vosotros dos lo hizo? ¿Cuál de vosotros me hizo lo que soy?<br />
»Yo no podría haberme quedado más atónito <strong>con</strong> cualquier otra cosa que hubiera hecho o<br />
dicho. Y, sin embargo, fue inevitable que de ese modo se rompiera <strong>el</strong> prolongado silencio. Ella<br />
pareció estar muy poco preocupada por mí. Tenía la mirada fja en Lestat.<br />
»—Tú hablas de nosotros como si siempre hubiéramos existido tal cual somos ahora —dijo<br />
<strong>el</strong>la, <strong>con</strong> su voz suave, medida, <strong>el</strong> tono infantil mezclado <strong>con</strong> la seriedad de la mujer—. Tú<br />
hablas de los demás como mortales; de nosotros, como <strong>vampiro</strong>s. Pero no siempre las cosas<br />
fueron así. Louis tenía <strong>un</strong>a hermana mortal; yo la recuerdo. Y hay <strong>un</strong>a foto de <strong>el</strong>la en <strong>el</strong> baúl.<br />
¡Lo he visto mirándola! Él era tan mortal como <strong>el</strong>la y como yo, igual. ¿Por qué, si no, este<br />
tamaño, estas formas? —Abrió los brazos y dejó caer los crisantemos al su<strong>el</strong>o.<br />
57