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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

resonaban en Jackson Square. Entonces había vacilado, preg<strong>un</strong>tándome si había algún secreto<br />

que Lestat no me hubiese rev<strong>el</strong>ado, algo que pudiera destruirme si entraba. Sentí ganas de<br />

entrar, pero había rechazado la idea, deshaciéndome de la fascinación de las puertas<br />

abiertas, la multitud de gente haciendo <strong>un</strong>a sola voz. Yo tenía algo para Claudia, <strong>un</strong>a muñeca<br />

que le llevaba, <strong>un</strong>a muñeca que había sacado de la vitrina a oscuras de <strong>un</strong>a juguetería, y la<br />

había puesto dentro de <strong>un</strong>a gran caja <strong>con</strong> cintas y pap<strong>el</strong> d<strong>el</strong>icado. Una muñeca para Claudia.<br />

Recuerdo haberla apretado <strong>con</strong>tra mí, oyendo las fuertes vibraciones d<strong>el</strong> órgano detrás, <strong>con</strong><br />

mis ojos entrecerrados debido al gran resplandor de las v<strong>el</strong>as.<br />

»Entonces pensé en ese momento; <strong>el</strong> miedo que sentí de la mera visión d<strong>el</strong> altar, d<strong>el</strong><br />

sonido d<strong>el</strong> Pange Lingua. Y nuevamente pensé, persistente, en mi hermano. Podía ver <strong>el</strong> ataúd<br />

yendo por <strong>el</strong> pasillo central, la procesión de los f<strong>el</strong>es detrás. Ahora no sentí miedo. Como te<br />

dije, en todo caso sentí ganas de tener algún temor, de en<strong>con</strong>trar alg<strong>un</strong>a razón para tener<br />

miedo cuando avanzaba lentamente a lo largo de los altos muros ensombrecidos. Hacía frío y<br />

estaba húmedo pese al verano. La idea de la muñeca de Claudia volvió a mí. ¿Dónde estaba<br />

esa muñeca? Claudia había jugado <strong>con</strong> <strong>el</strong>la durante años. De improviso me puse a buscar esa<br />

muñeca en <strong>el</strong> recuerdo, d<strong>el</strong> modo absurdo y frenético de quien busca algo en <strong>un</strong>a pesadilla,<br />

llegando a puertas que no se abren o cajones que no se cierran, sin saber por qué su<br />

esfuerzo parece tan desesperado, por qué la súbita visión de <strong>un</strong>a silla <strong>con</strong> <strong>un</strong> mantón encima<br />

le inspira tanto horror.<br />

»Yo estaba en la catedral. Una mujer salió d<strong>el</strong> <strong>con</strong>fesionario y pasó la larga cola de<br />

quienes aguardaban. Un hombre, que tendría que haberse acercado, se quedó inmóvil, y mi<br />

ojo, sensible incluso a mi <strong>con</strong>dición vulnerable, notó <strong>el</strong> hecho y me di vu<strong>el</strong>ta para verlo. Me<br />

miraba. Rápidamente le di la espalda. Lo oí entrar en <strong>el</strong> <strong>con</strong>fesionario y cerrar la puerta.<br />

Caminé por <strong>el</strong> pasillo d<strong>el</strong> costado y entonces, más debido al agotamiento que a la <strong>con</strong>vicción,<br />

me acerqué a <strong>un</strong> banco lateral y tomé asiento. Casi hice la genufexión por antiguo hábito.<br />

Tenía la mente tan <strong>con</strong>fusa y atormentada como la de cualquier mortal. "Oye y ve", me dije a<br />

mí mismo. Y <strong>con</strong> este acto de vol<strong>un</strong>tad, mis sentidos emergieron d<strong>el</strong> tormento. A mi alrededor,<br />

en la penumbra, oí <strong>el</strong> susurro de las oraciones, <strong>el</strong> leve repiqueteo de los rosarios; <strong>el</strong> suave<br />

gemido de la mujer que se hincó en la duodécima estación. D<strong>el</strong> mar de bancos de madera se<br />

<strong>el</strong>evó <strong>el</strong> olor de las ratas. Una rata solitaria se movía en las inmediaciones d<strong>el</strong> altar, <strong>un</strong>a rata<br />

en <strong>el</strong> gran altar de madera tallada de la Virgen María. Los cand<strong>el</strong>abros de oro brillaban en <strong>el</strong><br />

altar; <strong>un</strong> gran crisantemo blanco de repente se dobló sobre su tallo; había gotas brillantes en<br />

sus pétalos, <strong>un</strong>a fragancia amarga subía de los vasos, de los altares frontales y de los altares<br />

laterales, de las estatuas de vírgenes y Cristos y santos. Contemplé las estatuas; de pronto, y<br />

de forma completa, me obsesioné <strong>con</strong> los perfles exánimes, los ojos fjos, las manos vacías,<br />

los dobleces <strong>con</strong>g<strong>el</strong>ados. Entonces mi cuerpo sufrió tal <strong>con</strong>vulsión que se dobló hacia ad<strong>el</strong>ante<br />

y mi mano se aferró al banco siguiente. Era <strong>un</strong> cementerio de formas muertas, de efgies<br />

f<strong>un</strong>erales y de áng<strong>el</strong>es de piedra. Levanté la vista y me vi a mí mismo en <strong>un</strong>a visión casi<br />

palpable, subiendo los escalones d<strong>el</strong> altar, abriendo <strong>el</strong> diminuto tabernáculo sacrosanto,<br />

alcanzando <strong>con</strong> manos monstruosas <strong>el</strong> cáliz <strong>con</strong>sagrado y tomando <strong>el</strong> Cuerpo de Cristo y<br />

arrojando sus blancas hostias sobre la alfombra y luego pisando las hostias sagradas d<strong>el</strong>ante<br />

d<strong>el</strong> altar, dando la Sagrada Com<strong>un</strong>ión al polvo. Me puse de pie y me quedé <strong>con</strong>templando esa<br />

visión. Supe perfectamente bien su signifcado.<br />

»Dios no vivía en esa iglesia; esas estatuas daban <strong>un</strong>a imagen de la nada. Yo era <strong>el</strong><br />

sobrenatural en esa catedral. ¡Yo era <strong>el</strong> único no mortal que estaba <strong>con</strong>sciente bajo ese<br />

techo! Soledad. La soledad hasta <strong>el</strong> borde de la locura. La catedral se deshizo en mi visión;<br />

los santos se sobrecogieron y cayeron. Las ratas comían la Sagrada Eucaristía y anidaban en<br />

los antepechos de las ventanas. Una rata solitaria, <strong>con</strong> <strong>un</strong> rabo enorme, estaba royendo y<br />

gruñendo en <strong>el</strong> mant<strong>el</strong> d<strong>el</strong> altar hasta que cayeron los cand<strong>el</strong>abros sobre las losas cubiertas<br />

por <strong>el</strong> moho. Me quedé de pie, intocado. Sin morir. Súbitamente, agarré la mano de yeso de la<br />

Virgen y la vi romperse en mi mano; dejé esa mano sobre mi palma y <strong>con</strong> la presión de mi<br />

dedo se <strong>con</strong>virtió en polvo.<br />

»Y de repente, a través de las ruinas, a través de la puerta abierta por la que podía ver<br />

la tierra baldía en todas direcciones, incluso <strong>el</strong> gran río h<strong>el</strong>ado y atrapado por las ruinas<br />

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