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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

ojos fnos en la lluvia que caía. El sonido de la lluvia estaba en todas partes y era en todas<br />

partes diferente: fotaba en <strong>el</strong> canal d<strong>el</strong> tejado, repiqueteaba en las tejas, caía suavemente<br />

por los distintos niv<strong>el</strong>es de las ramas de los árboles, chapoteaba en la piedra d<strong>el</strong> alféizar<br />

d<strong>el</strong>ante de mis manos. Una suave mezcla de sonido humedecía y coloreaba la noche.<br />

»—¿Me perdonas... por obligarte a hacer esa vampira?<br />

—me preg<strong>un</strong>tó.<br />

»—No necesitas mi perdón.<br />

»—Tú lo necesitas —dijo él—. Por tanto, yo lo necesito.<br />

—Su rostro, como siempre, estaba completamente en calma. »—¿Cuidará <strong>el</strong>la a Claudia?<br />

¿Aguantará? —preg<strong>un</strong>té.<br />

»—Es perfecta. Está loca, pero por <strong>el</strong> momento es perfecta. Cuidará a Claudia. Jamás ha<br />

vivido sola <strong>un</strong> solo momento; para <strong>el</strong>la es natural estar dedicada a terceros. No necesita<br />

razones especiales para amar a Claudia. Sin embargo, aparte de sus necesidades, tiene<br />

razones especiales. El aspecto hermoso de Claudia, la tranquilidad de Claudia, <strong>el</strong> dominio y la<br />

serenidad de Claudia. J<strong>un</strong>tas son perfectas. Pero pienso... que deben abandonar París lo antes<br />

posible.<br />

»—¿Por qué?<br />

»—Tú sabes por qué: Santiago y los demás <strong>vampiro</strong>s las vigilan y tienen grandes<br />

sospechas. Todos los <strong>vampiro</strong>s han visto a Mad<strong>el</strong>eine. Le temen porque <strong>el</strong>la sabe de <strong>el</strong>los y<br />

<strong>el</strong>los no la <strong>con</strong>ocen. No dejan en paz a nadie que sepa algo de <strong>el</strong>los.<br />

»—¿Y <strong>el</strong> chico, Denis? ¿Qué piensas hacer <strong>con</strong> él?<br />

»—Ha muerto —<strong>con</strong>testó.<br />

»Quedé atónito. Tanto de sus palabras como de su calma.<br />

»—¿Tú lo mataste? —preg<strong>un</strong>té.<br />

»Dijo que sí <strong>con</strong> la cabeza. Y yo no dije nada. Pero sus grandes ojos oscuros parecieron en<br />

trance <strong>con</strong>migo, <strong>con</strong> la emoción, <strong>el</strong> trauma que no traté de ocultar. Su sonrisa sutil y suave<br />

pareció atraerme, su mano se cerró sobre la mía en <strong>el</strong> marco húmedo de la ventana y sentí<br />

que mi cuerpo giraba para hacerle frente, como si no estuviera dominado por mí sino por él.<br />

»—Era mejor —me <strong>con</strong>cedió—. Ahora debemos irnos...<br />

»Y miró calle abajo.<br />

»—Armand —dije—, yo no puedo...<br />

»—Louis, sígueme —susurró; y luego, en <strong>el</strong> marco, se detuvo—. A<strong>un</strong>que te cayeras en <strong>el</strong><br />

empedrado de abajo —dijo—, sólo quedarías lesionado por muy poco tiempo. Te curarías <strong>con</strong><br />

tal rapidez y perfección que en pocos días no tendrías la menor señal; tus huesos se curan<br />

igual que la pi<strong>el</strong>; que este <strong>con</strong>ocimiento te sirva para poder hacer lo que en realidad puedes.<br />

Bajemos.<br />

»—¿Qué puede matarme? —preg<strong>un</strong>té.<br />

» Volvió a detenerse.<br />

»—La destrucción de tus restos —dijo él—. ¿No lo sabes? El fuego, la desmembración... El<br />

calor d<strong>el</strong> sol. Nada más. Puedes quemarte, sí, pero eres <strong>el</strong>ástico. Eres inmortal.<br />

»Yo miraba la llovizna plateada que caía en la oscuridad. Entonces apareció <strong>un</strong>a luz bajo<br />

las ramas de <strong>un</strong> gran árbol y los pálidos rayos descubrieron la calle. El empedrado mojado, <strong>el</strong><br />

gancho de hierro de la campana d<strong>el</strong> carromato, las hiedras aferradas al muro. El gran bulto<br />

negro d<strong>el</strong> carruaje rozó las hiedras y entonces la luz palideció; la calle pasó d<strong>el</strong> amarillo al<br />

plateado y desapareció de golpe, como si los oscuros árboles se la tragasen. O, más bien,<br />

como si todo hubiera sido sustraído desde la oscuridad. Me sentí mareado. Sentí que <strong>el</strong><br />

edifcio se movía. Armand, sentado en <strong>el</strong> marco, me observaba.<br />

»—Louis, ven <strong>con</strong>migo esta noche —murmuró de improviso <strong>con</strong> tono de urgencia.<br />

»—No —dije en voz baja—, es demasiado pronto. Todavía no las puedo dejar.<br />

»Lo vi darse vu<strong>el</strong>ta y mirar <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. Pareció suspirar, pero no lo oí. Sentí su mano próxima<br />

a la mía en <strong>el</strong> marco.<br />

»—Muy bien... —dijo.<br />

»—Un poco más de tiempo... —dije yo. Y él asintió <strong>con</strong> la cabeza y palmeó mi mano como<br />

para decirme que estaba bien. Luego pasó las piernas y desapareció. Vacilé <strong>un</strong> instante,<br />

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