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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

las habían cogido. Santiago tenía <strong>un</strong>a v<strong>el</strong>a; me hizo <strong>un</strong>a reverencia y me invitó a traspasar <strong>el</strong><br />

umbral. Apenas era <strong>con</strong>sciente de su presencia. No me importaba nada ni él ni ning<strong>un</strong>o de los<br />

demás. Algo en mi interior me dijo: "Si te preocupan, te volverás loco; y, en realidad, carecen<br />

de importancia. Ella sí importa. ¿Dónde está? Encuéntrala". La risa de los <strong>vampiro</strong>s era<br />

distante y parecía tener color y forma pero no formar parte de nada.<br />

»Entonces vi algo a través d<strong>el</strong> portal abierto, algo que había visto antes, hacía mucho,<br />

muchísimo tiempo. Nadie sabía que lo había visto antes. No, Lestat lo sabía, pero no<br />

importaba. Ahora no lo re<strong>con</strong>ocería ni lo entendería. Que yo y él hubiéramos visto esa cosa,<br />

los dos de pie en la puerta de esa cocina de ladrillos en la rué Royale, dos cosas encogidas<br />

que habían tenido vida, madre e hija abrazadas, la pareja asesinada en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de la cocina.<br />

Pero estas dos que yacían bajo la suave lluvia eran Mad<strong>el</strong>eine y Claudia, <strong>el</strong> hermoso p<strong>el</strong>o rojo<br />

de Mad<strong>el</strong>eine se mezclaba <strong>con</strong> <strong>el</strong> rubio de Claudia, que se estremecía y brillaba en <strong>el</strong> viento<br />

que pasaba por la puerta abierta. Lo único viviente que no había sido quemado era <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o, no<br />

<strong>el</strong> largo y vacío vestido de terciop<strong>el</strong>o, no la pequeña camisa manchada de sangre <strong>con</strong> sus<br />

lazos blancos. Y la cosa ennegrecida, quemada, que era Mad<strong>el</strong>eine aún tenía la estampa de su<br />

rostro vivo y la mano que se aferraba a la niña era totalmente como la mano de <strong>un</strong>a muñeca.<br />

Pero la niña, la antigua, niña, mi Claudia, era cenizas.<br />

»Di <strong>un</strong> grito, <strong>un</strong> grito salvaje y amenazador que salió de las entrañas de mi ser,<br />

<strong>el</strong>evándose como <strong>el</strong> viento en ese espacio angosto, <strong>el</strong> viento que sacudía la lluvia que caía<br />

sobre esas cenizas, golpeando las hu<strong>el</strong>las de <strong>un</strong>a pequeña mano <strong>con</strong>tra los ladrillos, <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o<br />

rubio que se <strong>el</strong>evaba, esos su<strong>el</strong>tos mechones que fotaban, volando hacia arriba. Recibí <strong>un</strong><br />

golpe cuando aún gritaba, y me aferré a algo que creí que era Santiago. Lo golpeaba, lo<br />

destruía, retorcía esa sonriente cara blanca <strong>con</strong> <strong>un</strong>as manos de las que él no se podía liberar,<br />

manos <strong>con</strong>tra las que luchó, gritando y mezclando sus gritos <strong>con</strong> los míos. Sus pies pisaron<br />

esas cenizas cuando le di <strong>un</strong> gran empujón; mis ojos seguían enceguecidos por la lluvia, por<br />

mis lágrimas, hasta que él se alejó de mí y fue entonces cuando él estiró su brazo para<br />

atajarme y pude verlo: era Armand <strong>con</strong>tra quien yo luchaba. Armand, que me empujaba y me<br />

alejaba de esa pequeña fosa y me metía en <strong>el</strong> remolino de colores d<strong>el</strong> salón, de los gritos, de<br />

las voces entremezcladas, de esa risa plateada, penetrante.<br />

»Y Lestat me llamaba:<br />

»—¡Louis, espérame; Louis, debo hablarte!<br />

»Pude ver los ojos prof<strong>un</strong>dos y marrones cerca de mí. Me sentí débil y vagamente<br />

<strong>con</strong>sciente de que Claudia y Mad<strong>el</strong>eine estaban muertas, y su voz decía suavemente, quizá sin<br />

sonidos:<br />

»—No pude evitarlo, no pude evitarlo...<br />

»Ellas estaban muertas, simplemente muertas. Y yo perdía <strong>el</strong> <strong>con</strong>ocimiento. Santiago aún<br />

estaba cerca de <strong>el</strong>las, viendo aqu<strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo en <strong>el</strong> viento, barrido encima de los ladrillos;<br />

aqu<strong>el</strong>los rizos su<strong>el</strong>tos. Pero yo perdía ya <strong>el</strong> <strong>con</strong>ocimiento...<br />

»No pude llevarme sus cuerpos <strong>con</strong>migo, no los pude sacar. Armand me pasó <strong>un</strong> brazo por<br />

la espalda y <strong>el</strong> otro bajo mi brazo, y me llevaba por algún lugar vacío y <strong>con</strong> ecos. Se<br />

levantaban los olores de la calle y allí había <strong>un</strong>os carruajes brillantes detenidos. Me pude ver<br />

corriendo claramente por <strong>el</strong> boulevard des Capucines <strong>con</strong> <strong>un</strong> pequeño ataúd bajo <strong>el</strong> brazo, la<br />

gente abriéndome paso, docenas de personas poniéndose de pie, las mesas llenas d<strong>el</strong> café al<br />

aire libre y <strong>un</strong> hombre levantando su brazo. Parece que allí tropecé, yo, <strong>el</strong> Louis a quien<br />

Armand <strong>con</strong>ducía a algún sitio, y <strong>un</strong>a vez más vi sus ojos pardos fjos en mí y sentí ese<br />

mareo, ese h<strong>un</strong>dimiento. No obstante, caminé, me moví, vi <strong>el</strong> brillo de mis propios zapatos en<br />

<strong>el</strong> pavimento.<br />

»—¿Está tan loco como para pedirme a mí esas cosas? —preg<strong>un</strong>taba yo de Lestat, <strong>con</strong> mi<br />

voz chillona y enfadada, e incluso aqu<strong>el</strong> sonido me daba algún alivio. Yo me reía, me reía a<br />

carcajadas—. ¡Está absolutamente loco para hablarme a mí de esa manera! ¿Lo oíste? —<br />

preg<strong>un</strong>té. Y los ojos de Armand me dijeron: "Cálmate". Quise decir algo de Mad<strong>el</strong>eine y<br />

Claudia y volví a sentir que me empezaba ese grito en <strong>el</strong> interior, ese grito que derribaba<br />

todo a su paso. Apreté los dientes para dejarlo adentro, porque hubiera sido tan sonoro y tan<br />

pleno que me destruiría si le permitía escapar.<br />

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