DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
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Maris_Glz<br />
problemas, las difcultades que tenía <strong>con</strong> los esclavos, todo lo que des<strong>con</strong>faba d<strong>el</strong><br />
superintendente o d<strong>el</strong> tiempo o de mis agentes..., todos los problemas que <strong>con</strong>stituían <strong>el</strong><br />
cuerpo y <strong>el</strong> alma de mi existencia. Y él me escuchaba, hacía pocos comentarios, siempre<br />
solícitos, de modo que, cuando yo me alejaba de él, tenía la clara impresión que él me había<br />
resu<strong>el</strong>to todos los interrogantes. No pensaba que le pudiera negar nada y juré que, por más<br />
que se me partiera <strong>el</strong> alma, él entraría en <strong>el</strong> sacerdocio cuando llegara ese momento. Por<br />
supuesto, estuve equivocado.<br />
El <strong>vampiro</strong> se detuvo en su r<strong>el</strong>ato.<br />
Por <strong>un</strong> momento, <strong>el</strong> chico siguió mirándolo y luego se sobresaltó como si acabara de<br />
despertar de <strong>un</strong> sueño; forcejeó como si no pudiera en<strong>con</strong>trar las palabras apropiadas.<br />
—Ah..., ¿no quería ser sacerdote? —preg<strong>un</strong>tó. El <strong>vampiro</strong> lo estudió como tratando de<br />
discernir <strong>el</strong> signifcado de su preg<strong>un</strong>ta. Luego dijo:<br />
—Quiero decir que yo estaba equivocado <strong>con</strong> respecto a mí mismo, <strong>con</strong> no negarle nada. —<br />
Sus ojos se dirigieron a la pared más lejana y se fjaron en <strong>el</strong> marco de la ventana—. Empezó<br />
a tener visiones.<br />
—¿Visiones de verdad? —preg<strong>un</strong>tó <strong>el</strong> muchacho, pero nuevamente su voz vaciló como si<br />
estuviera pensando en otra cosa.<br />
—No lo pensé así —<strong>con</strong>testó <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>—. Sucedió cuando tenía quince años. Entonces él ya<br />
era muy apuesto. Tenía <strong>un</strong>a pi<strong>el</strong> muy fna y grandes ojos azules. Era robusto, no d<strong>el</strong>gado como<br />
ahora soy y fui yo entonces... Pero sus ojos... Era como si, cuando lo miraba a los ojos, yo<br />
estuviera a solas en <strong>el</strong> límite d<strong>el</strong> m<strong>un</strong>do..., en <strong>un</strong>a playa d<strong>el</strong> océano barrida por <strong>el</strong> viento. Lo<br />
único que había era <strong>el</strong> suave rumor de las olas. Pero —dijo <strong>con</strong> los ojos aún fjos en <strong>el</strong> marco<br />
de la ventana— empezó a tener visiones. Al principio, sólo me lo insinuó, y dejó por completo<br />
de comer. Vivía en <strong>el</strong> oratorio. A cualquier hora d<strong>el</strong> día o de la noche, yo lo podía en<strong>con</strong>trar<br />
arrodillado sobre la losa d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> altar. Y descuidó <strong>el</strong> mismo oratorio. Dejó de encender las<br />
v<strong>el</strong>as y de cambiar los lienzos d<strong>el</strong> altar y hasta de barrer la hojarasca. Una noche me alarmé<br />
seriamente cuando me quedé al lado d<strong>el</strong> rosal mirándolo durante toda <strong>un</strong>a hora en la que<br />
jamás movió las rodillas ni jamás bajó los brazos, que tenía estirados, formando <strong>un</strong>a cruz.<br />
Todos los esclavos pensaban que estaba loco —dijo <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>, y alzó <strong>el</strong> entrecejo como<br />
interrogándose—. Yo estaba <strong>con</strong>vencido de que solamente... se trataba de fanatismo. Que, en su<br />
amor a Dios, quizás había ido demasiado lejos. Entonces me <strong>con</strong>tó de sus visiones. Santo<br />
Domingo y la Virgen María lo habían ido a ver al oratorio. Le habían dicho que tenía que<br />
vender sus propiedades en Luisiana, todo lo que poseía, y utilizar ese dinero para hacer en<br />
Francia la obra de Dios. Mi hermano iba a ser <strong>un</strong> gran dirigente r<strong>el</strong>igioso e iba a devolver su<br />
antiguo fervor al país y cambiar <strong>el</strong> curso de la batalla <strong>con</strong>tra <strong>el</strong> ateísmo y la Revolución. Por<br />
supuesto, no tenía dinero propio. Yo debía vender nuestras plantaciones y nuestras casas en<br />
Nueva Orleans y entregarle <strong>el</strong> dinero.<br />
Una vez más <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong> hizo <strong>un</strong>a pausa. Y <strong>el</strong> muchacho quedó inmóvil, mirándolo, perplejo.<br />
—Ah..., perdóneme —susurró—. ¿Qué hizo? ¿Vendió las plantaciones?<br />
—No —dijo <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>, y su rostro estaba sereno, como desde <strong>el</strong> principio—. Me reí de él. Y<br />
él... se puso furioso. Insistió en que la orden provenía de la mismísima Virgen. ¿Quién era yo<br />
para ignorarla? ¿Quién? —se preg<strong>un</strong>tó en voz baja, como si lo estuviera pensando nuevamente<br />
—. ¿Quién, por cierto? Y, cuanto más quiso <strong>con</strong>vencerme, más me reía yo. Era <strong>un</strong> absurdo, le<br />
dije, <strong>el</strong> producto de <strong>un</strong>a mente inmadura e incluso mórbida. El oratorio era <strong>un</strong>a equivocación,<br />
le dije; lo haría derribar de inmediato. Él iría a la escu<strong>el</strong>a en Nueva Orleans y se sacaría de<br />
la cabeza esas ideas extrañas. No recuerdo todo lo que dije. Pero recuerdo la sensación.<br />
Detrás de toda esta negativa desdeñosa de mi parte, había <strong>un</strong> disgusto latente y <strong>un</strong>a gran<br />
desilusión. Yo estaba amargamente desilusionado. No le creía <strong>un</strong>a sola palabra.<br />
—Pero eso es comprensible —dijo rápidamente <strong>el</strong> muchacho cuando <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong> hizo <strong>un</strong>a<br />
pausa: se ablandó la expresión de perplejidad de su rostro—. Quiero decir: ¿le hubiera creído<br />
alguien?<br />
—¿Es tan comprensible? —<strong>el</strong> <strong>vampiro</strong> miró al <strong>entrevista</strong>dor—. Pienso que tal vez haya sido<br />
<strong>un</strong> egoísmo cru<strong>el</strong>. Déjame explicarme. Yo adoraba a mi hermano, como ya te dije, y a veces<br />
creía que era <strong>un</strong> santo viviente. Lo alenté en sus oraciones y meditaciones, y como dije,<br />
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