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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

»—No me dejarás morir, ¿verdad? —susurró—. Me salvarás.<br />

»Lestat extendió <strong>un</strong>a mano y la cogió de la muñeca.<br />

»—Es demasiado tarde, querida —dijo—. Mírate la muñeca, <strong>el</strong> pecho.<br />

»Y luego le tocó la herida de la garganta. Ella se llevó las manos a la garganta y quedó<br />

atónita, <strong>con</strong> la boca abierta, <strong>el</strong> grito estrangulado. Miré a Lestat. No podía comprender por<br />

qué hacía eso. Su rostro era tan suave como <strong>el</strong> mío, más animado por la sangre, pero frío y<br />

sin emoción.<br />

»No se reía como <strong>un</strong> villano de opereta ni buscaba <strong>el</strong> sufrimiento de la chica como si la<br />

cru<strong>el</strong>dad lo alimentase. Simplemente, la observaba.<br />

»—N<strong>un</strong>ca quise ser mala —decía <strong>el</strong>la sollozando—. Sólo hice lo que tenía que hacer. No<br />

permitiréis que esto me suceda. No puedo morir así, ¡no puedo! —lloraba, <strong>con</strong> sollozos secos y<br />

débiles—. Dejadme ir. Tengo que ir a ver al cura. Dejadme ir.<br />

»—Pero mi amigo es <strong>un</strong> cura —dijo Lestat, sonriente, como si acabara de ocurrírs<strong>el</strong>e <strong>un</strong>a<br />

broma—. Éste es tu f<strong>un</strong>eral, querida. ¿Ves?, estabas en <strong>un</strong>a cena y te moriste. Pero Dios te<br />

ha dado otra oport<strong>un</strong>idad de ser absu<strong>el</strong>ta. ¿No te das cuenta? Cuéntale tus pecados.<br />

»Ella al principio sacudió la cabeza y luego volvió a mirarme <strong>con</strong> sus ojos suplicantes.<br />

»—¿Es verdad? —murmuró.<br />

»—Muy bien —dijo Lestat—. Supongo que no te arrepientes, querida. ¡Tendré que cerrar <strong>el</strong><br />

ataúd!<br />

»—¡Basta ya, Lestat! —le grité.<br />

»La muchacha volvió a gritar y ya no pude soportar más la escena. Me agaché y la tomé<br />

de <strong>un</strong>a mano.<br />

»—No puedo recordar mis pecados —dijo cuando le miré las muñecas, dispuesto a terminar<br />

<strong>con</strong> <strong>el</strong>la.<br />

»—No debes tratar de hacerlo. Únicamente dile a Dios que te arrepientes —dije— y<br />

entonces te morirás y todo habrá terminado.<br />

»Se echó y cerró los ojos. Le clavé los dientes en la muñeca y empecé a desangrarla. Se<br />

movió <strong>un</strong>a vez como si durmiera y pron<strong>un</strong>ció <strong>un</strong> nombre; y luego, cuando sentí que su corazón<br />

alcanzaba <strong>un</strong>a lentitud hipnótica, me separé de <strong>el</strong>la, mareado, <strong>con</strong>f<strong>un</strong>dido por <strong>un</strong> instante, y<br />

mis manos se aferraron al marco de la puerta. La vi como en <strong>un</strong> sueño. Las v<strong>el</strong>as r<strong>el</strong>umbraban<br />

en <strong>un</strong> costado de mis ojos. La vi echada absolutamente inmóvil. Y Lestat estaba a su lado como<br />

<strong>un</strong> deudo. Tenía <strong>el</strong> rostro impasible.<br />

»—Louis —me dijo—, ¿no comprendes? Sólo tendrás paz cuando hagas esto todas las<br />

noches de tu vida. No hay nada más. ¡Pues esto es todo!<br />

»Su voz fue casi tierna cuando habló, y se levantó y me puso ambas manos en los<br />

hombros. Entré en la sala, incómodo ante su <strong>con</strong>tacto, pero no lo sufcientemente decidido<br />

como para separarme de él.<br />

»—Ven <strong>con</strong>migo. Salgamos a la calle. Es tarde. No has bebido bastante. Deja que te<br />

muestre lo que eres. ¡Realmente! Perdona si hice <strong>un</strong>a chapuza <strong>con</strong> todo esto, si dejé<br />

demasiadas cosas en manos de la naturaleza. ¡Vamos!<br />

»—No lo puedo aguantar, Lestat —le dije—. Elegiste mal a tu compañero.<br />

»—Pero, Louis —replicó—, ¡si no lo has intentado siquiera!<br />

El <strong>vampiro</strong> dejó de hablar. Estudiaba al <strong>entrevista</strong>dor. Pero <strong>el</strong> muchacho, atónito, no dijo<br />

nada.<br />

—Era verdad lo que me dijo. No había bebido lo sufciente y, <strong>con</strong>movido por <strong>el</strong> miedo de la<br />

muchacha, dejé que me llevara fuera d<strong>el</strong> hot<strong>el</strong> y bajamos las escaleras. La gente llegaba d<strong>el</strong><br />

salón de festas de la calle Conde, y la calle, angosta, estaba muy <strong>con</strong>currida. Había cenas en<br />

los hot<strong>el</strong>es y las familias de los plantadores estaban alojadas en la ciudad en gran número, y<br />

las pasamos como en <strong>un</strong>a pesadilla. Mi dolor era insoportable. N<strong>un</strong>ca como ser humano había<br />

sentido semejante dolor mortal. Se debía a que todas las palabras de Lestat habían tenido<br />

sentido para mí. Sólo <strong>con</strong>ocía la paz cuando mataba, únicamente en ese minuto; y no había<br />

dudas en mi mente de que matar algo inferior a seres humanos sólo producía <strong>un</strong>a vaga<br />

añoranza, <strong>el</strong> des<strong>con</strong>tento que me había acercado a los humanos, que me había hecho<br />

<strong>con</strong>templar sus vidas como a través de <strong>un</strong> cristal. Yo no era <strong>un</strong> <strong>vampiro</strong>. Y, en mi dolor, me<br />

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