DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Maris_Glz<br />
comprendo cómo tú... ¿Por qué?<br />
»—Piensa la respuesta que más te guste —dijo <strong>con</strong> calma y sensatez, como si no quisiera<br />
herirme <strong>con</strong> ning<strong>un</strong>a acusación o desdén sino mostrarme lo literal de sus palabras—. Puedo<br />
pensar en muchas. Piensa en la que necesites y cré<strong>el</strong>a. Es igual a cualquiera. Te daré la razón<br />
verdadera de lo que hice, que es la menos auténtica: estaba por irme de París. El teatro me<br />
pertenecía. Por tanto, los despedí...<br />
»—Pero, <strong>con</strong> lo que sabías...<br />
»—Te lo dije; fue la razón real y la menos verdadera —me dijo <strong>con</strong> paciencia.<br />
»—¿Me destruirías <strong>con</strong> la misma facilidad <strong>con</strong> que permitiste su destrucción? —le<br />
preg<strong>un</strong>té.<br />
»—¿Por qué habría de hacerlo?<br />
»—¡Dios Santo! —susurré.<br />
»—Has cambiado mucho —dijo—. Pero de cierta manera, eres <strong>el</strong> mismo.<br />
»Seguí caminando y me detuve ante la entrada d<strong>el</strong> Louvre. Al principio me pareció que sus<br />
muchas ventanas eran oscuras y plateadas <strong>con</strong> la luz de la l<strong>un</strong>a y la llovizna. Pero entonces<br />
me pareció ver <strong>un</strong>a luz débil que se movía en <strong>el</strong> interior, como si <strong>un</strong> guardia caminara entre<br />
esos tesoros. Y tercamente fjé mis pensamientos en él, en ese guardián, calculando cómo <strong>un</strong><br />
<strong>vampiro</strong> podía atacarlo, arrebatarle la vida y la linterna, y las llaves. El plan era <strong>un</strong>a<br />
<strong>con</strong>fusión. Era incapaz de planes. Sólo había hecho <strong>un</strong> único plan en mi vida y lo había<br />
terminado.<br />
»Y entonces, por último, me rendí. Volví a Armand y dejé que sus ojos penetraran en los<br />
míos y lo dejé acercarse como si quisiera hacerme su víctima. Bajé la cabeza y sentí su brazo<br />
frme sobre mi hombro. Y, súbitamente, recordando las palabras de Claudia que casi habían<br />
sido sus últimas palabras —la admisión de que <strong>el</strong>la sabía que yo podía amar a Armand porque<br />
había sido capaz incluso de amarla a <strong>el</strong>la—, esas palabras me parecieron ricas e irónicas, más<br />
llenas de signifcado de lo que <strong>el</strong>la se pudo haber imaginado.<br />
»—Sí —le dije en voz baja—, éste es <strong>el</strong> máximo mal: que hasta podamos llegar tan lejos<br />
como amarnos, tú y yo. ¿Y quién más nos podría mostrar <strong>un</strong>a partícula de amor, <strong>un</strong>a pizca de<br />
compasión o misericordia? ¿Quién más, <strong>con</strong>ociéndonos como nosotros nos <strong>con</strong>ocemos, podría<br />
hacer algo más que destruirnos? Y, sin embargo, nos podemos amar.<br />
»Durante largo rato se quedó mirándome, acercándose inclinando su cabeza poco a poco a<br />
<strong>un</strong> lado, y abriendo los labios como a p<strong>un</strong>to de hablar. Pero sólo sonrió y sacudió la cabeza<br />
suavemente para <strong>con</strong>fesar que no comprendía.<br />
»Yo ya no pensaba más en él. Tuve <strong>un</strong>o de esos raros momentos en que parecí no pensar<br />
en nada. Mi mente era informe. Vi que se había detenido la lluvia. Vi que <strong>el</strong> aire estaba claro<br />
y frío. Que la calle estaba iluminada. Y quise entrar en <strong>el</strong> Louvre. Formé palabras para<br />
decírs<strong>el</strong>o a Armand, preg<strong>un</strong>tarle si podía ayudarme a hacer todo lo necesario para pasar la<br />
noche en <strong>el</strong> Louvre.<br />
»Consideró que era <strong>un</strong>a petición muy simple. Únicamente dijo que se preg<strong>un</strong>taba por qué<br />
había esperado yo tanto tiempo.<br />
»Nos fuimos de París poco tiempo después —siguió r<strong>el</strong>atando <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>—. Le dije a<br />
Armand que quería regresar al Mediterráneo; no a Grecia, como había soñado tanto tiempo,<br />
sino a Egipto. Quería ver <strong>el</strong> desierto y, más importante todavía, quería ver las pirámides y las<br />
tumbas de los reyes. Quería tomar <strong>con</strong>tacto <strong>con</strong> esos ladrones de tumbas que saben más de<br />
<strong>el</strong>las que los académicos, y quería descender a las tumbas todavía vírgenes y ver cómo<br />
estaban enterrados esos reyes, y las pinturas en los muros. Armand estaba más que dispuesto.<br />
Y partimos de París a primera hora de <strong>un</strong> atardecer, sin <strong>el</strong> menor indicio de ceremonia.<br />
»Yo había hecho <strong>un</strong>a cosa que debo anotar. Había vu<strong>el</strong>to a mis habitaciones en <strong>el</strong> Hot<strong>el</strong><br />
Saint-Gabri<strong>el</strong>. Tenía <strong>el</strong> propósito de llevarme alg<strong>un</strong>as pertenencias de Claudia y de Mad<strong>el</strong>eine<br />
y colocarlas en ataúdes y hacerlas enterrar en <strong>el</strong> cementerio de Montmartre. No lo hice. Me<br />
quedé <strong>un</strong> rato en las habitaciones, donde todo estaba en orden y arreglado por los empleados,<br />
de modo que parecía que Claudia y Mad<strong>el</strong>eine podían regresar en cualquier momento. En <strong>un</strong>a<br />
mesita estaba <strong>el</strong> bordado de Mad<strong>el</strong>eine j<strong>un</strong>to a sus ovillos. Miré eso y todo lo demás, y mi<br />
tarea me pareció absurda. En <strong>con</strong>secuencia, me retiré.<br />
163