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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

somos hermosos, mágicos, <strong>con</strong> nuestras pi<strong>el</strong>es blancas, nuestros ojos duros? —Oh, recuerdo<br />

perfectamente lo que era la visión humana, su debilidad. Y cómo la b<strong>el</strong>leza d<strong>el</strong> <strong>vampiro</strong><br />

traspasó ese v<strong>el</strong>o; esa b<strong>el</strong>leza tan poderosamente atractiva, tan completamente engañosa—.<br />

"¡Bebe!", me dices. ¡No tienes la más mínima idea de lo que pides!<br />

»Pero Claudia se levantó de la cama y vino hacia mí.<br />

»—¿Cómo te atreves? —murmuró—. ¿Cómo te atreves a tomar esta decisión por los dos?<br />

¡Sabes lo que te detesto! ¡Sabes que te detesto <strong>con</strong> <strong>un</strong>a pasión que me devora como <strong>un</strong><br />

cáncer! —Tembló su pequeña fgura y las manos gesticularon por encima de su vestido<br />

amarillo—. ¡No desvíes la mirada! ¡Estoy harta de que mires para otra parte <strong>con</strong> tu<br />

sufrimiento! No entiendes nada. Tu mal es que no puedes ejercitar <strong>el</strong> mal y debes sufrir por<br />

eso. ¡Y yo te digo que no sufriré más!<br />

»Sus dedos se clavaron en mi muñeca; me retorcí y di <strong>un</strong> paso atrás alejándome de <strong>el</strong>la,<br />

ante <strong>el</strong> rostro d<strong>el</strong> odio y la furia que anidaba en <strong>el</strong>la como <strong>un</strong>a bestia dormida, mirando a<br />

través de sus ojos.<br />

»—¡Arrancarme a mí de manos humanas como dos monstruos asquerosos en <strong>un</strong> cuento de<br />

hadas de pesadillas! ¡Padres ciegos! ¡Padres! —escupió la palabra—. Que haya lágrimas en tus<br />

ojos. No tienes lágrimas sufcientes para lo que me hiciste. ¡Seis años mortales más, siete,<br />

ocho..., y yo podría haber tenido esa fgura! —su dedo señaló a Mad<strong>el</strong>eine, cuyas manos<br />

subieron hasta su rostro, <strong>con</strong> los ojos, húmedos; gimió casi <strong>el</strong> nombre de Claudia, pero ésta no<br />

la oyó—. Sí, esas formas. Podría haber sabido lo que es caminar a tu lado. ¡Monstruos!<br />

¡Darme la inmortalidad <strong>con</strong> este disfraz desesperado, <strong>con</strong> esta forma inútil!<br />

»Había lágrimas en sus ojos. Las palabras desaparecieron, se es<strong>con</strong>dieron en su pecho.<br />

»—¡Y ahora tú me darás a Mad<strong>el</strong>eine! —dijo, <strong>con</strong> la cabeza gacha y los rizos caídos como<br />

<strong>un</strong> v<strong>el</strong>o protector—. Tú me la darás. O lo haces tú o terminas de <strong>un</strong>a vez lo que hiciste<br />

aqu<strong>el</strong>la noche en <strong>un</strong> hot<strong>el</strong> de Nueva Orleans. Yo no viviré más <strong>con</strong> este odio. ¡No viviré más<br />

<strong>con</strong> esta furia! No puedo. ¡No lo soportaré!<br />

»Y echándose hacia atrás <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo, se llevó ambas manos a los oídos como para tapar <strong>el</strong><br />

sonido de sus propias palabras; tenía <strong>el</strong> aliento entrecortado y las lágrimas parecían<br />

quemarle las mejillas.<br />

»Yo había caído de rodillas a su lado y estiré los brazos como para cubrirla. Sin embargo,<br />

no me animé a tocarla, ni siquiera a pron<strong>un</strong>ciar su nombre, por miedo a que mi propio dolor<br />

escapara de mí <strong>con</strong> la primera sílaba en <strong>un</strong> chorro monstruoso de gritos desesperadamente<br />

inarticulados.<br />

»—¡Oooh...!<br />

»Ella sacudió la cabeza; le rodaban las lágrimas por las mejillas; tenía los dientes<br />

apretados.<br />

»—Aún te quiero; ése es mi tormento. Jamás quise a Lestat. ¡Pero a ti...! La medida de mi<br />

odio es ese amor. ¡Son lo mismo! ¡Sabes cuánto te odio!<br />

»Y me echó <strong>un</strong>a mirada a través de la p<strong>el</strong>ícula roja que le cubría los ojos.<br />

»—Sí —susurré. Agaché la cabeza. Pero se alejó de mí y se fue hacia Mad<strong>el</strong>eine, que la<br />

abrazó <strong>con</strong> desesperación, como si quisiera protegerla de mí. ¡Ah, la ironía, la patética ironía<br />

de todo eso! ¡Proteger a Claudia de mí!<br />

»—No llores, no llores —le susurraba a Claudia; y sus manos le acariciaban <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o y la<br />

cara <strong>con</strong> <strong>un</strong>a fuerza que hubiera hecho daño a <strong>un</strong> niño humano.<br />

»Pero, de pronto, Claudia pareció perderse <strong>con</strong>tra su pecho, <strong>con</strong> los ojos cerrados, <strong>el</strong><br />

rostro inmóvil, como si se le hubiera acabado toda la pasión, <strong>el</strong> brazo descansando alrededor<br />

d<strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo de Mad<strong>el</strong>eine, la cabeza caída sobre <strong>el</strong> tafetán y los lazos. Se quedó inmóvil; las<br />

lágrimas mojaban sus mejillas como si todo lo que había saltado a la superfcie la hubiese<br />

dejado débil y desesperada; como si yo no estuviera allí.<br />

»Y allí seguían las dos j<strong>un</strong>tas, <strong>un</strong>a mortal cariñosa que lloraba ahora abiertamente,<br />

abrazando lo que <strong>el</strong>la no podía comprender de ning<strong>un</strong>a manera; a esa niña dura y blanca y<br />

anormal que <strong>el</strong>la creía amar. Y si no hubiera tenido lástima por esa mujer enloquecida e<br />

impetuosa que devaneaba <strong>con</strong> los <strong>con</strong>denados, si no hubiera sentido por <strong>el</strong>la toda la lástima<br />

que sentía por mi perdida naturaleza humana, le habría arrancado de los brazos esa cosa<br />

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