DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Maris_Glz<br />
»Conf<strong>un</strong>dido, fnalmente me en<strong>con</strong>tré sentado en esos escalones; la luz d<strong>el</strong> salón<br />
proyectaba mi propia sombra en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o rústico, tenía la cabeza entre las manos, y <strong>el</strong><br />
cansancio me abrumaba. Mi mente decía: duerme. Pero, más prof<strong>un</strong>damente, mi mente decía:<br />
sueña. Y, sin embargo, no hice <strong>el</strong> menor movimiento para retornar al Hot<strong>el</strong> Saint-Gabri<strong>el</strong>, que<br />
ahora me pareció <strong>un</strong> sitio muy seguro y despejado, <strong>un</strong> sitio de <strong>con</strong>su<strong>el</strong>o mortal lujoso y sutil,<br />
donde me podía echar en <strong>un</strong> sillón de terciop<strong>el</strong>o, poner <strong>un</strong> pie en <strong>un</strong> sofá y <strong>con</strong>templar <strong>el</strong><br />
fuego que lamería <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de mármol y buscar <strong>el</strong> m<strong>un</strong>do en mí mismo en esos grandes<br />
espejos, como <strong>un</strong> humano pensativo. "Escapa —pensé—, escapa a eso que te llama." Y <strong>un</strong>a vez<br />
más volvió esa idea: "Me he portado mal <strong>con</strong> Lestat; lo he odiado por razones equivocadas".<br />
Lo susurré tratando de sacarlo d<strong>el</strong> pozo oscuro y desarticulado de mi mente; y <strong>el</strong> susurro<br />
resonó <strong>con</strong> <strong>un</strong> roce en la bóveda de piedra sobre las escaleras.<br />
»Pero, entonces, <strong>un</strong>a voz me llegó, muy leve, por <strong>el</strong> aire, demasiado baja para los<br />
mortales.<br />
»—¿Cómo es eso? ¿Qué mal le hiciste?<br />
»Me di la vu<strong>el</strong>ta tan rápidamente que me quedé sin aliento. Un <strong>vampiro</strong> estaba sentado a<br />
mi lado, tan próximo que casi me tocaba <strong>el</strong> hombro <strong>con</strong> la p<strong>un</strong>ta de sus botas, <strong>con</strong> sus piernas<br />
cruzadas, y sus manos alrededor de <strong>el</strong>las. Por <strong>un</strong> instante, pensé que los ojos me engañaban.<br />
Era <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong> actor a quien Armand había llamado Santiago.<br />
»No obstante, ningún gesto suyo indicó la anterior actitud de ese ser demoníaco y egoísta<br />
que yo había visto <strong>un</strong>as pocas horas antes, cuando me atacó y Armand le había pegado. Me<br />
<strong>con</strong>templaba por encima de sus rodillas dobladas, <strong>con</strong> <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o desordenado y la boca tranquila<br />
y sin mala intención en su mirada.<br />
»—No tiene la menor importancia para nadie —le <strong>con</strong>testé, y se me fue <strong>el</strong> miedo.<br />
»—Pero tú pron<strong>un</strong>ciaste <strong>un</strong> nombre. Te oí decir <strong>un</strong> nombre<br />
—me dijo.<br />
»—Un nombre que no volveré a repetir —le <strong>con</strong>testé, y desvié la mirada. Pude ver cómo<br />
me había engañado, por qué su sombra no se había cruzado <strong>con</strong> la mía; se es<strong>con</strong>día en mi<br />
sombra. Su visión bajando esos escalones de piedra detrás de mí y sentándose allí fue<br />
bastante perturbadora. Todo en él era perturbador, y recordé que no se le podía <strong>con</strong>far<br />
nada. Me pareció que Armand, <strong>con</strong> su poder hipnótico, buscaba la máxima verdad en su<br />
propia presentación; había sacado de mí, sin palabras, mi estado espiritual. Pero este <strong>vampiro</strong><br />
era <strong>un</strong> mentiroso. Y podía sentir su poder, <strong>un</strong> poder rudo y <strong>el</strong>emental que era casi tan fuerte<br />
como <strong>el</strong> de Armand.<br />
»—Habéis venido a París en nuestra búsqueda y luego te sientas a solas en las escaleras...<br />
—dijo <strong>con</strong> tono <strong>con</strong>ciliador—. ¿Por qué no vienes <strong>con</strong> nosotros? ¿Por qué no nos hablas y nos<br />
cuentas de esa persona de quien hablaste? Yo sé quién era; <strong>con</strong>ozco su nombre.<br />
»—Tú no lo sabes, no podrías saberlo. Era <strong>un</strong> mortal —mentí entonces, más por instinto<br />
que por otra cosa. La idea de Lestat me molestaba; la idea de que esta criatura pudiera<br />
saber de la muerte de Lestat.<br />
»—¿Has venido aquí para hablar de mortales, de que se haga justicia a los mortales? —<br />
preg<strong>un</strong>tó, pero no hubo reproche ni burla en sus palabras.<br />
»—Vine para estar solo y no quiero ofenderte. Es <strong>un</strong> hecho<br />
—murmuré.<br />
»—Pero sólo <strong>con</strong> esos pensamientos..., cuando ni siquiera oyes mis pasos... Tú me gustas.<br />
Quiero que subas <strong>con</strong>migo.<br />
»Y cuando dijo esto, me levantó lentamente hasta ponerme a su lado.<br />
»En ese momento, la puerta de Armand lanzó <strong>un</strong> largo foco de luz en <strong>el</strong> corredor. Lo oí, y<br />
Santiago me dejó en libertad de movimientos. Me quedé de pie, perplejo. Armand apareció al<br />
pie de la escalera <strong>con</strong> Claudia en los brazos. Ella tenía en la cara la misma expresión opaca<br />
que había tenido durante toda mi <strong>con</strong>versación <strong>con</strong> Armand. Era como si estuviera sumergida<br />
en las prof<strong>un</strong>didades de sus propias <strong>con</strong>sideraciones y no viera nada a su alrededor; recuerdo<br />
haberlo notado, a<strong>un</strong>que sin saber qué pensar de <strong>el</strong>lo, y eso aún persiste hasta ahora. La salvé<br />
rápidamente de los brazos de Armand, y sus miembros suaves se apretaron <strong>con</strong>tra mí como si<br />
estuviéramos en <strong>el</strong> ataúd, entrando en nuestro sueño paralítico.<br />
125