DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Maris_Glz<br />
re<strong>un</strong>ión se rev<strong>el</strong>aría <strong>un</strong> gran secreto; algún gran golfo se cerraría milagrosamente para<br />
siempre. Pero, ¿quién iba a hacer semejante rev<strong>el</strong>ación cuando <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y <strong>el</strong> mar ya no se<br />
podían distinguir más y ya no era más que <strong>el</strong> caos? ¿Dios? ¿Satán? De repente se me ocurrió<br />
qué <strong>con</strong>su<strong>el</strong>o sería <strong>con</strong>ocer a Satán, mirarlo a la cara, por más terrible que fuera su aspecto,<br />
para saber que le pertenecía totalmente y, de ese modo, poner a descansar para siempre <strong>el</strong><br />
tormento de esa ignorancia. Pasar a través de <strong>un</strong> v<strong>el</strong>o que me separaba para siempre de todo<br />
lo que yo denominaba la naturaleza humana.<br />
»Sentí que <strong>el</strong> barco se aproximaba cada vez más a ese secreto. No había <strong>un</strong> fnal visible<br />
en <strong>el</strong> frmamento; se cerraba encima de nosotros <strong>con</strong> <strong>un</strong>a b<strong>el</strong>leza y <strong>un</strong> silencio<br />
sobrecogedores. Pero entonces las palabras poner a descansarse, hicieron horribles. Porque<br />
no habría descanso en la maldición, no podía haber descanso. ¿Y qué era este tormento<br />
comparado <strong>con</strong> los fuegos eternos d<strong>el</strong> inferno? El mar meciéndose bajo esas estr<strong>el</strong>las<br />
<strong>con</strong>stantes —aqu<strong>el</strong>las mismas estr<strong>el</strong>las—, ¿qué tenía que ver eso <strong>con</strong> Satán? Y esas imágenes<br />
que nos parecen tan extáticas en nuestra infancia, cuando estamos todos <strong>con</strong>vulsionados <strong>con</strong><br />
<strong>el</strong> frenesí mortal que apenas nos podemos imaginar que son deseables; <strong>el</strong> serafín<br />
<strong>con</strong>templando para siempre la faz de Dios— y la misma faz de Dios—, aqu<strong>el</strong>lo era <strong>el</strong> descanso<br />
eterno, d<strong>el</strong> cual este suave y mecedor océano sólo era <strong>un</strong>a remota promesa.<br />
»Pero incluso en esos momentos, cuando <strong>el</strong> barco dormía y todo <strong>el</strong> m<strong>un</strong>do dormía, ni <strong>el</strong><br />
ci<strong>el</strong>o ni <strong>el</strong> inferno parecían algo más que <strong>un</strong>a fantasía atormentadora. Conocer a <strong>un</strong>o o al<br />
otro, creer en <strong>el</strong>los..., ésa quizás era la única salvación <strong>con</strong> la que yo podía soñar.<br />
»Claudia, <strong>con</strong> <strong>el</strong> mismo gusto que Lestat por la luz, encendía las lámparas cuando se<br />
levantaba. Tenía <strong>un</strong> mazo maravilloso de naipes, comprados a <strong>un</strong>a dama de a bordo; las<br />
imágenes de las cartas eran al estilo de María Antonieta y <strong>el</strong> reverso<br />
tenía fores de lis doradas sobre <strong>un</strong> violeta brillante. Hacía <strong>un</strong> solitario en <strong>el</strong> que las cartas<br />
daban los números d<strong>el</strong> r<strong>el</strong>oj. Y me preg<strong>un</strong>tó hasta que, al fnal, empecé a <strong>con</strong>testarle acerca<br />
de cómo pudo sobrevivir Lestat. Ella ya no estaba <strong>con</strong>movida. Si recordaba sus gritos en <strong>el</strong><br />
incendio, no le interesaba pensar en <strong>el</strong>los. Si recordaba que antes d<strong>el</strong> fuego había derramado<br />
lágrimas de verdad en mis brazos, nada cambiaba para <strong>el</strong>la; era, como de costumbre en <strong>el</strong><br />
pasado, <strong>un</strong>a persona de pocas indecisiones, <strong>un</strong>a persona para quien la quietud habitual no<br />
signifca ansiedad ni remordimiento.<br />
»—Tendríamos que haberlo enterrado —dijo—. Fuimos <strong>un</strong>os tontos en pensar que debido a<br />
su aspecto estaba muerto.<br />
»—Pero, ¿cómo pudo haber sobrevivido? —le preg<strong>un</strong>té—. Tú lo viste, tú sabes en qué se<br />
<strong>con</strong>virtió.<br />
»Yo, en realidad, no tenía ganas de ahondar en <strong>el</strong>lo. Con todas mis ganas lo hubiera<br />
desterrado de mis pensamientos, pero mi mente no me lo permitió. Y fue <strong>el</strong>la quien entonces<br />
me dio las respuestas, porque <strong>el</strong> diálogo, en verdad, era <strong>con</strong>sigo misma.<br />
»—Supongamos que había dejado de p<strong>el</strong>ear <strong>con</strong>tra nosotros, que todavía vivía —dijo <strong>el</strong>la—,<br />
encerrado en ese inservible cuerpo seco, <strong>con</strong>sciente y calculando...<br />
»—¡Consciente, en ese estado! —murmuré yo.<br />
»—Y supongamos que cuando llegó a las aguas d<strong>el</strong> pantano y oyó que se alejaba nuestro<br />
vehículo, aún tenía fuerzas sufcientes para hacer mover esos huesos. Había criaturas a su<br />
alrededor. Una vez lo vi romperle la cabeza a <strong>un</strong>a lagartija y mirar la sangre derramarse en<br />
<strong>un</strong> vaso. ¿Te puedes imaginar la tenacidad de la vol<strong>un</strong>tad de vivir que tendría, <strong>con</strong> sus manos<br />
buscando en <strong>el</strong> agua lo que se moviera?<br />
»—¿Vol<strong>un</strong>tad de vivir? ¿Tenacidad? —murmuré—. Supón que haya sido algo diferente...<br />
»—Y entonces, cuando sintió que resucitaban sus fuerzas, nada más que para sostenerlo y<br />
llevarlo hasta <strong>el</strong> camino, en algún sitio en<strong>con</strong>tró a alguien. Quizá se es<strong>con</strong>dió a la espera de<br />
que pasara <strong>un</strong> carruaje; quizá se arrastró re<strong>un</strong>iendo la sangre que podía hasta llegar a las<br />
chozas de los inmigrantes o a <strong>un</strong>a de esas casas solitarias en <strong>el</strong> campo. ¡Y qué espectáculo<br />
debe de haber sido! —Miró la lámpara que colgaba, entrecerró los ojos y bajó <strong>el</strong> tono de su<br />
voz, sin emoción—. Y entonces, ¿qué hizo? Para mí, está claro. Si no pudo regresar a Nueva<br />
Orleans a tiempo, es casi seguro que llegó al antiguo cementerio de Bayou. El hospital de<br />
caridad lleva allí cada día nuevos ataúdes. Y puedo verlo abriéndose paso en la tierra<br />
86