DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Maris_Glz<br />
»Claudia había enf<strong>un</strong>dado <strong>el</strong> cuerpo de Lestat en <strong>un</strong>a sábana porque yo no lo quise ni<br />
tocar, y luego, para horror mío, le había esparcido encima los crisantemos de largos tallos. Por<br />
tanto tenía <strong>un</strong> dulce aroma f<strong>un</strong>erario cuando por último lo metí en <strong>el</strong> carruaje. Casi no<br />
pesaba, de tan fáccido que quedó, como algo hecho de cuerdas y trapos. Y me lo puse al<br />
hombro y avancé por las aguas negras, <strong>el</strong> agua que chapoteaba y llenaba mis botas; mis pies<br />
buscaban <strong>un</strong> sendero bajo esas aguas, lejos de donde había dejado a los dos niños. Entré cada<br />
vez más prof<strong>un</strong>do <strong>con</strong> los despojos de Lestat, a<strong>un</strong>que no sabía por qué. Y, fnalmente, cuando<br />
apenas podía vislumbrar <strong>el</strong> pálido espacio d<strong>el</strong> camino y <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o que p<strong>el</strong>igrosamente se<br />
aproximaba al alba, dejé que su cuerpo se resbalara de mis brazos y cayera al agua. Me<br />
quedé allí, traumatizado, mirando la forma amorfa de la sábana blanca debajo de esa<br />
superfcie de lodo. El estupor que me había abrumado desde que abandonáramos la rué<br />
Royale amenazó <strong>con</strong> desvanecerse y dejarme de repente mirando, pensando: "Esto es Lestat.<br />
Esto es todo lo que queda de la transformación y <strong>el</strong> misterio; muerto, ido a la oscuridad<br />
eterna". Sentí de súbito <strong>un</strong> empujón, como si <strong>un</strong>a fuerza me rogara que descendiese j<strong>un</strong>to a<br />
él, me h<strong>un</strong>diera en <strong>el</strong> agua negra y jamás regresara. Fue algo fuerte y claro, a<strong>un</strong>que, en<br />
comparación <strong>con</strong> las voces ordinarias, sólo me pareció <strong>un</strong> murmullo. Habló sin lenguaje,<br />
diciendo: "Tú sabes lo que debes hacer. Húndete en la oscuridad. Déjate ir por completo".<br />
»Pero, en ese instante, oí la voz de Claudia. Me llamaba por mi nombre. Me di vu<strong>el</strong>ta y por<br />
las enredaderas retorcidas, la vi pequeña y distante, como <strong>un</strong>a llama blanca en <strong>el</strong> camino<br />
débilmente iluminado.<br />
»Más tarde, a la madrugada —prosiguió—, Claudia me abrazó y puso su cabeza <strong>con</strong>tra mi<br />
pecho en la intimidad d<strong>el</strong> ataúd; me susurró que me amaba; que ahora quedaríamos libres de<br />
Lestat para siempre.<br />
»—Te amo, Louis —me repitió <strong>un</strong>a y otra vez hasta que la oscuridad cayó fnalmente sobre<br />
nosotros y misericordiosamente nos borró toda <strong>con</strong>ciencia.<br />
»Cuando me desperté, <strong>el</strong>la estaba revisando las cosas de Lestat. Fue <strong>un</strong>a tarea silenciosa,<br />
metódica, pero llena de <strong>un</strong>a furia ciega. Sacó los <strong>con</strong>tenidos de los gabinetes, vació cajones<br />
sobre las alfombras, sacó <strong>un</strong>a por <strong>un</strong>a sus chaquetas de los roperos; revisó cada bolsillo,<br />
tirando las monedas y las entradas al teatro y los pedacitos de pap<strong>el</strong>. Me quedé en la puerta<br />
de su dormitorio, atónito, observándola. El ataúd de Lestat estaba allí, lleno de bufandas y<br />
pedazos de tapicería. Sentí la compulsión de abrirlo. Tuve <strong>el</strong> deseo de en<strong>con</strong>trarlo allí.<br />
»—¡Nada! —exclamó fnalmente <strong>el</strong>la <strong>con</strong> disgusto en la voz, y metiendo las ropas en <strong>el</strong><br />
ataúd—. ¡Ni <strong>un</strong>a pista de dónde provenía, de quién lo había creado! Ni <strong>un</strong>a señal.<br />
»Me miró como implorando mi simpatía. Desvié la mirada. No podía mirarla. Volví al<br />
dormitorio, esa habitación llena <strong>con</strong> mis libros y las cosas que había salvado de mi hermana y<br />
de mi madre, y me senté en la cama. La pude oír en la puerta, pero no la miré.<br />
»—¡Merecía morir! —me dijo.<br />
»—Entonces nosotros merecemos morir. De la misma manera. Cada noche de nuestras vidas<br />
—le <strong>con</strong>testé—. Aléjate de mí —fue como si mis palabras fueran mis pensamientos, y mi mente<br />
únicamente fuera <strong>un</strong>a amorfa <strong>con</strong>fusión—. Te cuidaré porque tú no cuidas de ti misma. Pero<br />
no te quiero cerca. Duerme en ese ataúd que te has comprado. No te me acerques.<br />
»—Te dije que lo iba a hacer. Te lo dije... —recordó <strong>el</strong>la. Su voz n<strong>un</strong>ca había sonado tan<br />
frágil, como <strong>el</strong> tintineo de <strong>un</strong>a campanilla. La miré, perplejo pero in<strong>con</strong>movible. Su cara no<br />
parecía su cara. Jamás nadie había puesto tal agitación en <strong>el</strong> rostro de <strong>un</strong>a muñeca.<br />
»—¡Louis, te lo dije! —dijo <strong>el</strong>la <strong>con</strong> los labios temblorosos—. Lo hice por nosotros. Para que<br />
pudiéramos ser libres.<br />
»No pude soportar su presencia. Su hermosura, su pres<strong>un</strong>ta inocencia y esa terrible<br />
agitación. Pasé a su lado, quizás empujándola <strong>un</strong> poco, no lo sé. Y casi había llegado a las<br />
barandillas de la escalera cuando oí <strong>un</strong> sonido extraño.<br />
»En todos los años de nuestra vida en común n<strong>un</strong>ca había oído ese sonido. N<strong>un</strong>ca más<br />
desde esa distante noche en que la había en<strong>con</strong>trado, cuando era <strong>un</strong>a niña mortal, aferrada a<br />
su madre. ¡Estaba llorando!<br />
»Me hizo retroceder <strong>con</strong>tra mi vol<strong>un</strong>tad. No obstante, parecía tan in<strong>con</strong>sciente, tan<br />
73