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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

y, fnalmente, se quedó sentado <strong>con</strong> las dos manos sobre la cara en <strong>un</strong> paroxismo de tristeza.<br />

El otro <strong>vampiro</strong>, que me estudiaba fríamente, me preg<strong>un</strong>tó:<br />

»—¿Has vu<strong>el</strong>to para quedarte <strong>con</strong> él?<br />

»—No, por cierto que no —<strong>con</strong>testé. Y él hizo <strong>un</strong>a mueca como si eso fuera lo que<br />

esperaba: que todo recaería nuevamente en él, y salió al porche. Pude oír que se quedaba<br />

allí, a la espera.<br />

»—Sólo quería verte, Lestat —dije. Pero Lestat no pareció oírme. Algo le distrajo. Y miró<br />

<strong>con</strong> los ojos muy abiertos. Entonces yo también oí. Era <strong>un</strong>a sirena. Y, a medida que se<br />

acercaba, cerró los ojos y se cubrió las orejas. Y se acercó más y más por la calle.<br />

»—¡Lestat! —exclamé por encima d<strong>el</strong> llanto d<strong>el</strong> bebé, que ahora resonó <strong>con</strong> <strong>el</strong> mismo miedo<br />

terrible a la sirena; pero <strong>el</strong> dolor de Lestat me destrozó; tenía los labios estirados en <strong>un</strong>a<br />

mueca horrible de dolor—. ¡Lestat, sólo se trata de <strong>un</strong>a sirena! —le dije estúpidamente.<br />

Entonces avanzó hacia mí y me agarró y me abrazó, y, pese a mí mismo, lo tomé de la mano.<br />

Se agachó, apretando la cabeza <strong>con</strong>tra mi pecho y apretándome tanto la mano que me dolió.<br />

El cuarto estaba lleno de la luz roja d<strong>el</strong> vehículo que hacía sonar la sirena, y luego empezó<br />

alejarse.<br />

»—Louis, no puedo soportarlo, no puedo soportarle?—-me gruñó, lacrimoso—. Ayúdame,<br />

Louis, quédate <strong>con</strong>migo.<br />

»—Pero, ¿qué es lo que te aterroriza? —le preg<strong>un</strong>té—. ¿No sabes lo que son estas cosas? —<br />

Bajé la vista y vi su p<strong>el</strong>o rubio <strong>con</strong>tra mi chaqueta, y tuve <strong>un</strong>a visión de él de hacía mucho<br />

tiempo; aqu<strong>el</strong> caballero alto y <strong>el</strong>egante, <strong>con</strong> la cabeza hacia atrás, <strong>con</strong> la capa ondulante, y<br />

su voz rica y sonora cuando cantaba en la atmósfera alegre de la salida de la ópera, <strong>con</strong> su<br />

bastón golpeando <strong>el</strong> empedrado a ritmo <strong>con</strong> la música, y sus grandes ojos vivaces dirigidos<br />

hacia <strong>un</strong>a joven que se quedaba fascinada, y Lestat sonreía cuando la música moría en sus<br />

labios; y, por <strong>un</strong> momento, ese momento en que se en<strong>con</strong>traban las miradas, todo <strong>el</strong> mal<br />

parecía ahogarse en ese fujo de placer, esa pasión por estar simplemente vivo.<br />

»¿Fue éste <strong>el</strong> precio de ese compromiso? ¿Una sensibilidad ahogada por <strong>el</strong> cambio,<br />

temblando de miedo? Pensé serenamente en todas estas cosas que le podría decir, en cómo le<br />

podría recordar que era inmortal, que nada lo <strong>con</strong>denaba a su reclusión salvo sí mismo, y que<br />

estaba rodeado por las señales inequívocas de la muerte. Pero no dije esas cosas y supe que<br />

no lo haría.<br />

»El silencio de la habitación volvió a reinar en torno de nosotros <strong>un</strong>a vez que <strong>el</strong> vehículo<br />

de la sirena se alejó. Las moscas volaban sobre <strong>el</strong> cuerpo pútrido de <strong>un</strong>a rata y <strong>el</strong> niño me<br />

miró <strong>con</strong> calma; sus ojos parecían dos canicas brillantes; cerró las manos en <strong>el</strong> dedo que le<br />

puse encima de la pequeña boca suave.<br />

»Lestat se había enderezado, pero sólo para agacharse y h<strong>un</strong>dirse de nuevo en <strong>el</strong> asiento.<br />

»—No te quedarás <strong>con</strong>migo —dijo suspirando; pero desvió la mirada y pareció <strong>con</strong>centrarse<br />

en otra cosa—. Quería tanto hablar <strong>con</strong>tigo... —dijo—. ¡Esa noche en que llegué a la rué Royale<br />

sólo quería hablar <strong>con</strong>tigo! —Se estremeció violentamente, <strong>con</strong> los ojos cerrados y la garganta<br />

al parecer <strong>con</strong>traída. Fue como si los golpes que entonces yo le había propinado le estuvieran<br />

doliendo todavía. Miró ciegamente hacia d<strong>el</strong>ante, humedeció sus labios <strong>con</strong> la lengua, y, <strong>con</strong> la<br />

voz baja, casi natural, dijo: Te seguí a París...<br />

»—¿Eso era lo que querías <strong>con</strong>tarme? —le preg<strong>un</strong>té—. ¿De qué querías hablarme?<br />

»Yo podía recordar su insistencia demencial en <strong>el</strong> Théàtre des Vampires. Hacía años que no<br />

me acordaba. No, jamás había pensado en <strong>el</strong>lo. Y me di cuenta de que ahora lo mencionaba<br />

<strong>con</strong> gran ren<strong>un</strong>cia.<br />

»Pero él únicamente sonrió <strong>con</strong> esa sonrisa insípida, apologética. Y sacudió la cabeza. Vi<br />

que se le llenaban los desesperados ojos <strong>con</strong> <strong>un</strong>a secreción blanda, legañosa.<br />

»Sentí <strong>un</strong> alivio prof<strong>un</strong>do, innegable.<br />

»—¡Pero tú te quedarás! —insistió.<br />

»—No —<strong>con</strong>testé.<br />

»—¡Ni yo tampoco! —exclamó <strong>el</strong> joven <strong>vampiro</strong> desde la oscuridad de la galería. Y se quedó<br />

<strong>un</strong> instante en la ventana mirándonos. Lestat lo miró y luego desvió la mirada cobardemente.<br />

Su labio inferior pareció hincharse y temblar.<br />

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