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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

»Y entonces vi lo que hacía ruido. Lestat también lo había visto. Era <strong>un</strong> ataúd <strong>con</strong> grandes<br />

cerrojos de hierro lo que arrastraban en la habitación. Comprendí de inmediato.<br />

»—¿Dónde está Armand? —dije, desesperado.<br />

*—Ella me lo hizo, Louis. Ella me lo hizo. Tú no, ¡<strong>el</strong>la tiene que morir! —dijo Lestat, y su voz<br />

enronqueció como si le costara <strong>un</strong> gran esfuerzo hablar—. Sacad eso de aquí. Él viene <strong>con</strong>migo<br />

a casa —le dijo <strong>con</strong> furia a Santiago. Santiago se rió, y C<strong>el</strong>este también, y la risa <strong>con</strong>tagió a<br />

todos los demás.<br />

»—Me lo prometiste —dijo Lestat.<br />

»—Yo no te prometí nada —dijo Santiago.<br />

»—Te han engañado —le dije <strong>con</strong> amargura cuando abrieron la tapa d<strong>el</strong> ataúd—. ¡Como a<br />

<strong>un</strong> idiota! Debes <strong>con</strong>seguir a Armand. Él es <strong>el</strong> jefe —le grité. Pero no pareció entender.<br />

»Lo que entonces sucedió fue desesperado, nebuloso y miserable; yo los pateaba, trataba<br />

de liberar los brazos, les aullaba que Armand no les permitiría hacer lo que estaban haciendo,<br />

que no osaran hacerle daño a Claudia. No obstante, me metieron en <strong>el</strong> ataúd; mi esfuerzo<br />

frenético sólo sirvió para hacerme olvidar los sollozos de Mad<strong>el</strong>eine, sus alaridos espantosos<br />

y <strong>el</strong> miedo de que en cualquier momento se le sumaran los gritos de Claudia. Recuerdo<br />

haberme levantado <strong>con</strong>tra la tapa que me aplastaba y haberla mantenido <strong>un</strong> momento antes<br />

de que la cerraran encima de mí y trabasen los candados <strong>con</strong> gran ruido de metales y llaves.<br />

»Unas palabras antiguas volvieron a mí, <strong>un</strong> Lestat estridente y sonriente en aqu<strong>el</strong> sitio<br />

distante, ajeno a los p<strong>el</strong>igros, donde nosotros tres habíamos p<strong>el</strong>eado j<strong>un</strong>tos: "Un niño<br />

hambriento es <strong>un</strong> espectáculo horrendo... Un <strong>vampiro</strong> hambriento es aún peor. Oirían sus<br />

gritos hasta en París". Mi cuerpo empapado de sudor y tembloroso quedó tieso en <strong>el</strong> ataúd<br />

sofocante, y me dije: "Armand no permitirá que esto suceda; no hay ningún lugar en que me<br />

puedan es<strong>con</strong>der y quedar seguros".<br />

»Levantaron <strong>el</strong> ataúd, hubo ruidos de pasos, y comenzó <strong>un</strong>a oscilación de lado a lado. Mis<br />

brazos estaban apretados <strong>con</strong>tra los costados de la caja, y cerré los ojos quizá por <strong>un</strong><br />

instante. Me dije a mí mismo que no debía tocar los costados ni sentir <strong>el</strong> estrecho margen de<br />

aire entre mi rostro y la tapa; noté que <strong>el</strong> ataúd se movía cuando los pasos llegaron a los<br />

escalones. En vano traté de distinguir los gritos de Mad<strong>el</strong>eine, porque me pareció que lloraba<br />

por Claudia, que la llamaba como si <strong>el</strong>la nos pudiera ayudar: "Llama a Armand; él debe volver<br />

esta noche", pensé <strong>con</strong> desesperación. Únicamente <strong>el</strong> pensamiento de la horrible humillación<br />

de oír mi propio grito encerrado <strong>con</strong>migo, in<strong>un</strong>dando mis oídos pero encerrado <strong>con</strong>migo, me<br />

hizo evitar que lo hiciera.<br />

»Pero otra idea se apoderó de mí incluso cuando aún fraseaba esas palabras: "¿Y si no<br />

viene? ¿Y si en algún sitio de aqu<strong>el</strong>la mansión tenía <strong>un</strong> ataúd es<strong>con</strong>dido al que volvía...?". Y<br />

entonces mi cuerpo pareció escapar de repente, sin aviso previo, d<strong>el</strong> dominio de mi mente, y<br />

golpeé <strong>con</strong>tra las maderas que me rodeaban, luché por darme vu<strong>el</strong>ta y poner toda la fuerza<br />

de mi espalda <strong>con</strong>tra la tapa d<strong>el</strong> ataúd. Pero no pude hacerlo; era demasiado estrecho y mi<br />

cabeza volvió a caer <strong>con</strong>tra las planchas; <strong>el</strong> sudor me empapó la espalda y los costados.<br />

»Dejaron de oírse los gritos de Mad<strong>el</strong>eine. Lo único que oía eran los pasos y mi propia<br />

respiración. "Entonces, él vendrá mañana por la noche —sí, mañana por la noche— y <strong>el</strong>los se<br />

lo dirán y él nos en<strong>con</strong>trará y nos liberará." El ataúd se movía. Un olor a humedad me llenó<br />

la nariz; su frescura se hizo palpable a través d<strong>el</strong> calor cerrado d<strong>el</strong> ataúd; y, entonces, al<br />

olor a humedad se sumó <strong>el</strong> olor a tierra. Pusieron <strong>el</strong> ataúd en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o. Me dolieron los<br />

miembros y me froté los brazos <strong>con</strong> las manos, tratando de no tocar la tapa d<strong>el</strong> ataúd para<br />

no sentir lo próxima que estaba, temeroso de que mi propio miedo degenerara en pánico, en<br />

terror.<br />

»Pensé que entonces me dejarían solo, pero no lo hicieron. Estaban cerca, atareados, y me<br />

llegó a la nariz otro olor que era crudo y des<strong>con</strong>ocido. Entonces, cuando estaba echado,<br />

inmóvil, me di cuenta de que estaban poniendo ladrillos y que <strong>el</strong> olor provenía d<strong>el</strong> cemento.<br />

Lenta, cuidadosamente, subí <strong>un</strong>a mano para secarme la cara. "Muy bien, entonces, mañana<br />

por la noche", razoné <strong>con</strong>migo mismo, y mis hombros parecieron crecer y apretarse <strong>con</strong>tra los<br />

costados d<strong>el</strong> ataúd. "Vendrá mañana; y, hasta entonces, éstos son, simplemente, los <strong>con</strong>fines<br />

de mi propio ataúd, <strong>el</strong> precio que he pagado por todo esto noche tras noche."<br />

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