DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
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Maris_Glz<br />
sentir su cu<strong>el</strong>lo suave. Suave, suave, eso era lo que era, suave. Traté de decirme que era<br />
mejor que muriera —¿en qué se iba a <strong>con</strong>vertir?—, pero ésas fueron ideas mentirosas. ¡Yo la<br />
deseaba! Y, por lo tanto, la tomé en mis brazos y puse su mejilla ardiente <strong>con</strong>tra la mía, su<br />
cab<strong>el</strong>lo cayendo encima de mis muñecas y acariciando mis cejas; <strong>el</strong> dulce aroma de <strong>un</strong>a niña,<br />
poderoso y pulsante pese a la enfermedad y la muerte. Gimió entonces, se sacudió en su<br />
sueño y eso fue superior a lo que podía soportar. La mataría antes de permitirle despertar, y<br />
yo lo sabía. Busqué su cab<strong>el</strong>lo y oí que Lestat me decía extrañamente:<br />
»—Nada más que <strong>un</strong> pequeño rasguño. Es <strong>un</strong> cu<strong>el</strong>lo pequeño.<br />
»Y yo le obedecí.<br />
»No te repetiré lo que fue, salvo que me excitó d<strong>el</strong> mismo modo que antes, como siempre<br />
hace <strong>el</strong> matar, sólo que más; se me doblaron las rodillas y casi caigo en la cama, mientras la<br />
desangraba, y aqu<strong>el</strong> corazón latía como si jamás cesara de hacerlo. Y, de repente, cuando yo<br />
seguía y seguía... esperando, <strong>con</strong> todos mis instintos, que empezara a detenerse, lo que<br />
signifcaba la muerte, Lestat me la arrancó.<br />
»—¡Pero si no está muerta! —susurré. Pero ya todo había terminado. Los muebles de la<br />
habitación emergieron de la oscuridad. Me senté perplejo, mirándola, demasiado debilitado<br />
para moverme, <strong>con</strong> mi cabeza reposando en la cabecera de la cama, y mis manos aferradas a<br />
la manta de terciop<strong>el</strong>o. Lestat la estaba despertando diciéndole <strong>un</strong> nombre:<br />
»—Claudia, Claudia, escúchame; despierta, Claudia. —La llevó fuera d<strong>el</strong> dormitorio, y su<br />
voz en la sala era tan baja que apenas le oía—. Estás enferma, ¿me oyes? Debes hacer lo que<br />
te digo para estar bien.<br />
»Y entonces, en la pausa siguiente, me di cuenta de todo. Me di cuenta de lo que estaba<br />
haciendo; que se había cortado la muñeca y que se la estaba ofreciendo, y que <strong>el</strong>la estaba<br />
bebiendo.<br />
»—Así es, querida; más —le decía—. Debes beber para curarte.<br />
»—¡Maldito seas! —grité, y él me hizo callar <strong>con</strong> <strong>un</strong>a mirada aterradora. Se sentó en <strong>el</strong><br />
sofá <strong>con</strong> <strong>el</strong>la aferrada a su muñeca. Vi la mano blanca de <strong>el</strong>la asida de su manga y pude ver<br />
<strong>el</strong> pecho tratando de respirar y su rostro desfgurado, de <strong>un</strong> modo como jamás lo había visto.<br />
Dejó escapar <strong>un</strong> gemido y él le susurró que <strong>con</strong>tinuara; y, cuando me acerqué, me volvió a<br />
echar <strong>un</strong>a mirada como diciendo: "Te mataré".<br />
»—Pero, ¿por qué, Lestat? —le dije.<br />
»Entonces él trató de desprenderse de la niña y <strong>el</strong>la no lo dejaba. Con sus dedos<br />
aferrados a la mano y al brazo de Lestat, <strong>el</strong>la mantenía la muñeca en su boca mientras se le<br />
escapaban gemidos.<br />
»—Basta ya, basta ya —le dijo. Evidentemente, le dolía. La empujó y la agarró de los<br />
hombros. Ella trató desesperadamente de alcanzar su muñeca, pero no pudo; y entonces lo<br />
miró <strong>con</strong> la más absoluta perplejidad. Él se apartó <strong>con</strong> la mano es<strong>con</strong>dida. Luego se ató <strong>un</strong><br />
pañu<strong>el</strong>o en la muñeca y se acercó a la cuerda de llamar a la servidumbre. Le dio <strong>un</strong> fuerte<br />
tirón, <strong>con</strong> sus ojos aún fjos en <strong>el</strong>la.<br />
»—¿Qué has hecho, Lestat? —le preg<strong>un</strong>té—. ¿Qué has hecho?<br />
»La miré. Ella estaba sentada, revivida, llena de vida, sin la menor señal de palidez o<br />
debilidad, <strong>con</strong> las piernas estiradas sobre <strong>el</strong> damasco, y su vestido blanco, suave y pequeño<br />
como <strong>el</strong> atuendo de <strong>un</strong> áng<strong>el</strong> alrededor de sus formas pequeñas. Miraba a Lestat.<br />
»—Yo no —le dijo él—, n<strong>un</strong>ca más. ¿Comprendes? Pero te enseñaré lo que debes hacer.<br />
»Cuando traté de que me mirara y me explicara lo que estaba haciendo, me empujó a <strong>un</strong><br />
lado. Me dio tal golpe en <strong>el</strong> brazo que reboté <strong>con</strong>tra la pared. Alguien llamaba a la puerta. Yo<br />
sabía lo que iba a hacer. Una vez más traté de detenerle, pero giró <strong>con</strong> tal rapidez que no<br />
alcancé a ver cuando me pegó. Cuando lo vi, yo estaba echado sobre <strong>un</strong>a silla y él abría la<br />
puerta.<br />
»—Sí, entra por favor. Hemos tenido <strong>un</strong> accidente —le dijo al joven esclavo. Y luego, al<br />
cerrar la puerta, lo cogió por detrás y <strong>el</strong> muchacho n<strong>un</strong>ca supo lo que le había sucedido. E<br />
incluso cuando se arrodilló sobre <strong>el</strong> cuerpo, bebiendo, hizo <strong>un</strong> gesto llamando a la niña, quien<br />
saltó d<strong>el</strong> sofá y fue a arrodillarse a su lado y tomó la muñeca que se le ofrecía, empujando<br />
rápidamente las mangas de la camisa. Rugió como si quisiera devorar esa carne, y entonces<br />
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