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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

indefnible, <strong>un</strong>a fría des<strong>con</strong>fanza. Puse a Mad<strong>el</strong>eine al lado de su lecho y me acerqué a esos<br />

ojos. Y entonces, arrodillándome <strong>con</strong> calma a su lado, tomé a Claudia en mis brazos.<br />

»—¿No me re<strong>con</strong>oces? —le preg<strong>un</strong>té—. ¿No sabes quién soy?<br />

»Ella me miró.<br />

»—No —dijo.<br />

»Sonreí. Asentí <strong>con</strong> la cabeza.<br />

»—No me guardes rencor. Estamos a mano —dije.<br />

»Movió la cabeza a <strong>un</strong> costado y me estudió <strong>con</strong> meticulosidad; entonces pareció sonreír<br />

pese a sí misma, y empezó a mover la cabeza, asintiendo.<br />

»—Porque, ¿ves? —le dije, <strong>con</strong> esa misma voz tranquila—, lo que aquí murió en esta<br />

habitación no fue esa mujer. Tardará varias noches en morir, quizás años. Lo que esta noche<br />

ha muerto en esta habitación es <strong>el</strong> último vestigio en mí de lo que era humano.<br />

»Una sombra cayó sobre su cara como si la serenidad se hubiera desgarrado como <strong>un</strong> v<strong>el</strong>o.<br />

Abrió los ojos sólo para aspirar <strong>un</strong> poco de aire. Luego dijo:<br />

»—Pues entonces tienes razón: sin duda, estamos a mano.<br />

»—¡Quiero incendiar la tienda de muñecas!<br />

»Mad<strong>el</strong>eine nos lo dijo. Tiraba a la chimenea los vestidos doblados de esa hija muerta, los<br />

lazos blancos y las t<strong>el</strong>as grises, los zapatos arrugados, los sombreros que olían a alcanfor y<br />

perfumes.<br />

»—Esto no signifca nada, para mí, nada. —Se quedó <strong>con</strong>templando las llamas y luego miró<br />

a Claudia <strong>con</strong> ojos tri<strong>un</strong>fantes, feroces.<br />

»Yo no le creí. A pesar de que noche tras noche la tenía que alejar de hombres y mujeres<br />

a quienes ya no podía sacarles más sangre, estaba tan saciada <strong>con</strong> la sangre de sus muertes<br />

anteriores, a menudo levantando a sus víctimas d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o <strong>con</strong> la .impetuosidad de su pasión,<br />

rompiéndoles la garganta <strong>con</strong> sus dedos de marfl al mismo tiempo que les chupaba la sangre,<br />

que estaba seguro de que, tarde o temprano, esa intensidad demencial debía ceder. Ella se<br />

haría cargo de los <strong>el</strong>ementos de esa pesadilla, de su propia pi<strong>el</strong> luminosa, de las habitaciones<br />

lujosas d<strong>el</strong> Hot<strong>el</strong> Saint-Gabri<strong>el</strong>, y clamaría para que la despertasen, para que la liberasen. No<br />

comprendía que no se trataba de <strong>un</strong> experimento; mostraba sus dientes aterradores a los<br />

espejos de marco plateado; estaba loca.<br />

»Pero yo aún no me percataba de todo lo loca que estaba y de cuan acostumbrada al<br />

ensueño. No clamaría por la realidad; más bien sentiría la realidad en sus sueños; <strong>un</strong>a araña<br />

demoníaca alimentaba su rueca <strong>con</strong> las t<strong>el</strong>as d<strong>el</strong> m<strong>un</strong>do y <strong>el</strong>la podía hacer su propio m<strong>un</strong>do<br />

de t<strong>el</strong>arañas.<br />

»Yo estaba empezando a comprender su avaricia, su magia.<br />

»Tenía <strong>el</strong> ofcio de hacer muñecas. Y <strong>con</strong> su antiguo amante había hecho, de forma<br />

interminable, réplicas de su hija muerta. Fue algo que yo comprendí, cuando, en la visita que<br />

hicimos a la tienda, vi los estantes llenos. Además tenía la habilidad d<strong>el</strong> <strong>vampiro</strong> y la<br />

intensidad d<strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>; por tanto, en <strong>el</strong> espacio de <strong>un</strong>a noche, cuando yo la había alejado de<br />

la matanza, <strong>el</strong>la, <strong>con</strong> <strong>un</strong>a sed insaciable, creo que <strong>con</strong> <strong>un</strong>os pocos palos, su cuchillo y su<br />

formón, hizo <strong>un</strong>a mecedora tan perfecta y proporcionada para Claudia que ésta, sentada al<br />

lado d<strong>el</strong> fuego, pareció <strong>un</strong>a mujer.<br />

»A eso se le sumó, a medida que pasaban las noches, <strong>un</strong>a mesa en la misma escala. Y, de<br />

<strong>un</strong>a juguetería, trajo <strong>un</strong>a pequeña lámpara, <strong>un</strong> plato y <strong>un</strong>a taza de porc<strong>el</strong>ana. Y d<strong>el</strong> bolso de<br />

<strong>un</strong>a mujer, <strong>un</strong> pequeño cuaderno de anotaciones que en las manos de Claudia era <strong>un</strong> gran<br />

volumen. El m<strong>un</strong>do se deshizo y dejó de existir en los límites de ese pequeño espacio que<br />

pronto ocupó toda la superfcie d<strong>el</strong> tocador de Claudia: <strong>un</strong>a cama cuyo dos<strong>el</strong> alcanzaba la<br />

altura de mi pecho; pequeños espejos que sólo refejaban las piernas de <strong>un</strong> pesado gigante<br />

cuando me en<strong>con</strong>traba perdido entre <strong>el</strong>los; <strong>un</strong>os cuadritos colgaban de las paredes a la altura<br />

de los ojos de Claudia, y, por último, encima de su mesa de tocador, guantes negros y largos<br />

para dedos diminutos, <strong>un</strong> vestido de gala de terciop<strong>el</strong>o, <strong>un</strong>a tiara de alhajas. Claudia, la joya<br />

coronada, <strong>un</strong>a reina de las hadas <strong>con</strong> desnudos hombros blancos, caminaba <strong>con</strong> sus ropajes<br />

lujosos entre las ricas posesiones de ese m<strong>un</strong>do enano mientras yo la espiaba desde la<br />

puerta, perplejo, desgarbado, echado en la alfombra para poder reposar la cabeza en <strong>el</strong> codo<br />

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