DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Maris_Glz<br />
mostrarme <strong>el</strong> esbozo mortecino de su perfl. Lo miré <strong>un</strong> momento. Y entonces dije, levantando<br />
la mano para hacer la señal de la cruz.<br />
»—Bendígame, padre, porque he pecado, he pecado tan a menudo y hace tanto tiempo que<br />
no sé cómo cambiar ni cómo <strong>con</strong>fesar ante Dios todo lo que he hecho.<br />
»—Hijo, Dios es infnito en su capacidad de misericordia —me dijo—. Dís<strong>el</strong>o a El de la mejor<br />
manera que <strong>con</strong>ozcas y desde <strong>el</strong> fondo de tu corazón.<br />
»—Asesinatos, padre, muerte tras muerte: la mujer que murió hace dos noches en Jackson<br />
Square. Yo la maté. Y a miles de otros antes que a <strong>el</strong>la, <strong>un</strong>o o dos por noche, padre, durante<br />
setenta años. He caminado por las calles de Nueva Orleans como <strong>el</strong> Segador Maldito y me he<br />
alimentado de vida humana para mantener mi propia existencia. No soy <strong>un</strong> mortal, padre; soy<br />
inmortal y <strong>con</strong>denado, como los áng<strong>el</strong>es puestos en <strong>el</strong> inferno por Dios. <strong>Soy</strong> <strong>un</strong> <strong>vampiro</strong>.<br />
»El cura me miró:<br />
»—¿Qué es esto? ¿Una especie de deporte para usted? ¿Una broma? ¡Aprovechándose de<br />
<strong>un</strong> anciano!<br />
»Salió d<strong>el</strong> <strong>con</strong>fesionario <strong>con</strong> <strong>un</strong> portazo. Rápidamente abrí la puerta y lo vi de pie.<br />
•»—Joven, ¿no tiene usted temor de Dios? ¿Sabe usted <strong>el</strong> signifcado d<strong>el</strong> sacrilegio?<br />
»Me miró furioso. Entonces me acerqué, lenta, muy lentamente, y, al principio, pareció<br />
mirarme indignado; luego, <strong>con</strong>fuso, dio <strong>un</strong> paso atrás. La iglesia estaba vacía, oscura; <strong>el</strong><br />
sacristán se había retirado y las v<strong>el</strong>as ardían, fantasmales, en los altares más distantes.<br />
Producían como <strong>un</strong>a especie de corona, encima de su cabeza cana y de su cara.<br />
»—¡Entonces, no hay misericordia! —dije, y, de repente, le puse las manos sobre los<br />
hombros.<br />
»Lo mantuve en <strong>un</strong> abrazo sobrenatural, d<strong>el</strong> que no podía esperar apartarse, y lo acerqué<br />
aún más a mi cara. Abrió la boca horrorizado.<br />
»—¿Ve usted lo que soy? ¿Por qué, si Dios existe, permite que yo exista? —le dije—. ¡Y<br />
usted habla de sacrilegios!<br />
»H<strong>un</strong>dió sus uñas en mis manos tratando de liberarse, y <strong>el</strong> misal cayó al su<strong>el</strong>o, y su<br />
rosario repiqueteó entre los dobleces de su sotana. Fue como si luchara <strong>con</strong>tra las estatuas<br />
animadas de los santos. Estiré los labios hacia atrás y le mostré mis dientes virulentos:<br />
»—¿Por qué permite Él que yo viva?<br />
»Su cara me enfureció, su miedo, su desprecio, su furia. Vi todo eso; era <strong>el</strong> mismo odio<br />
que me había tenido Babette, y él me susurró, pero <strong>con</strong> pánico mortal:<br />
»—¡Déjame, demonio!<br />
»Lo dejé, <strong>con</strong>templando <strong>con</strong> fascinación siniestra cómo se alejaba, moviéndose por <strong>el</strong><br />
pasillo central como si caminara entre la nieve. Y entonces me lancé en pos de él tan<br />
rápidamente que en <strong>un</strong> instante lo abracé <strong>con</strong> mis brazos estirados, y lo envolví <strong>con</strong> mi capa<br />
en la oscuridad. Hizo <strong>un</strong> último intento desesperado por desasirse, mientras me maldecía y<br />
llamaba en su ayuda a Dios en <strong>el</strong> altar. Y entonces lo agarré en los primeros escalones de la<br />
barandilla de la Com<strong>un</strong>ión y allí lo di vu<strong>el</strong>ta para que me viera, y le h<strong>un</strong>dí los dientes en <strong>el</strong><br />
cu<strong>el</strong>lo.<br />
El <strong>vampiro</strong> se detuvo.<br />
Un minuto antes, <strong>el</strong> <strong>entrevista</strong>dor había estado a p<strong>un</strong>to de prender <strong>un</strong> cigarrillo. Pero<br />
ahora se quedó sentado <strong>con</strong> las cerillas en <strong>un</strong>a mano y <strong>el</strong> cigarrillo en la otra, inmóvil como<br />
<strong>un</strong> maniquí de vitrina, mirando al <strong>vampiro</strong>. Éste tenía la vista fja en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o. Se dio vu<strong>el</strong>ta de<br />
repente, le quitó las cerillas al muchacho de la mano, encendió <strong>un</strong>a y se la ofreció. El chico<br />
se inclinó. Inhaló y expulsó <strong>el</strong> humo rápidamente. Destapó la bot<strong>el</strong>la y tomó <strong>un</strong> largo trago,<br />
<strong>con</strong> sus ojos siempre fjos en <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>.<br />
Nuevamente fue paciente, a la espera de que <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong> reanudara <strong>el</strong> hilo de la narración.<br />
—No recordaba la Europa de mi infancia. Ni siquiera <strong>el</strong> viaje a América, en realidad. Que<br />
yo hubiera nacido era <strong>un</strong>a idea abstracta. No obstante, ejercía <strong>un</strong>a atracción en mí tan<br />
poderosa como Francia puede tenerla para <strong>un</strong> hombre de las colonias. Yo hablaba francés, leía<br />
francés, recordaba haber esperado los informes sobre la Revolución y leído los reportajes de<br />
las victorias de Napoleón en los diarios franceses. Recuerdo la rabia que sentí cuando él<br />
77