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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

compañera de todas las horas, la única compañera que tenía, aparte de la muerte. Pero <strong>un</strong>a<br />

parte mía era <strong>con</strong>sciente de <strong>un</strong> enorme golfo de oscuridad que se cernía en nuestras<br />

proximidades, como si siempre caminásemos al borde de <strong>un</strong> abismo y viéramos de pronto que<br />

ya era demasiado tarde si hacíamos <strong>un</strong> movimiento en falso o nos <strong>con</strong>centrábamos demasiado<br />

en nuestros pensamientos. A veces, <strong>el</strong> m<strong>un</strong>do físico a mí alrededor me parecía insustancial,<br />

salvo en la oscuridad. Como si estuviera a p<strong>un</strong>to de abrirse <strong>un</strong>a grieta en la tierra y yo<br />

pudiera ver esa gran grieta rompiéndose en la Rué Royale y todos los edifcios se hicieran<br />

polvo en la catástrofe. Pero lo peor de todo fue que eran como transparentes, translúcidos,<br />

como t<strong>el</strong>ones hechos de seda. Ah..., me distraje. ¿Qué digo? Que ignoré esos indicios en <strong>el</strong>la,<br />

que me aferré desesperadamente a la f<strong>el</strong>icidad que <strong>el</strong>la me había brindado, y que aún me<br />

brindaba, e ignoré todo lo demás.<br />

»Pero éstos fueron los indicios. Sus r<strong>el</strong>aciones <strong>con</strong> Lestat se enfriaron. Se quedaba horas<br />

mirándolo. Cuando él hablaba, a menudo no le <strong>con</strong>testaba. Y <strong>un</strong>o casi no podía darse cuenta<br />

de si se trataba de desprecio o de que no le oía. Y nuestra frágil tranquilidad doméstica se<br />

hizo trizas debido a la furia de Lestat. No tenía que ser amado, pero no se lo podía ignorar;<br />

y en <strong>un</strong>a ocasión, hasta se le arrojó encima gritando que le pegaría. Me en<strong>con</strong>tré en la<br />

desagradable situación de tener que p<strong>el</strong>earme <strong>con</strong> él como lo habíamos hecho antes de que<br />

<strong>el</strong>la llegara.<br />

»—Ya no es más <strong>un</strong>a niña —le susurré—. No sé lo que es. Es <strong>un</strong>a mujer.<br />

»Le pedí que no lo tomara muy en serio y él simuló desdén y la ignoró a su vez. Pero <strong>un</strong>a<br />

tarde entró perplejo y me <strong>con</strong>tó que <strong>el</strong>la lo había seguido. A<strong>un</strong>que se negara a ir <strong>con</strong> él a<br />

matar, lo había seguido.<br />

»—¿Qué le pasa? —me gritó él, como si yo fuera <strong>el</strong> causante de su vida y debiera saberlo.<br />

»Y entonces, <strong>un</strong>a noche nuestros sirvientes desaparecieron. Dos de las mejores criadas<br />

que habíamos tenido, <strong>un</strong>a mujer y su hija. El cochero fue enviado a su casa y volvió para<br />

informar que habían desaparecido. Y entonces apareció <strong>el</strong> padre a nuestra puerta golpeando<br />

<strong>el</strong> llamador. Se quedó en la acera de ladrillo mirándome <strong>con</strong> la suspicacia que tarde o<br />

temprano aparecía en los rostros de los mortales que nos <strong>con</strong>ocían desde hacía algún tiempo:<br />

la sospecha de <strong>un</strong>a antesala de la muerte. Traté de explicarle que no habían estado en la<br />

casa, ni la madre ni la hija, y que debíamos empezar de inmediato su búsqueda.<br />

»—¡Es <strong>el</strong>la! —me susurró Lestat desde las sombras tan pronto como cerré la puerta—. Ella<br />

les ha hecho algo y nos ha puesto en p<strong>el</strong>igro a todos.<br />

»Y subió corriendo la escalera de caracol. Yo sabía que <strong>el</strong>la se había ido, que se había<br />

escapado mientras yo estaba en la puerta, y también sabía algo más: que <strong>un</strong> vago hedor<br />

cruzaba <strong>el</strong> patio desde la cocina cerrada, <strong>un</strong> hedor que difícilmente se mezclaba <strong>con</strong> la mi<strong>el</strong>:<br />

<strong>el</strong> hedor de los cementerios. Oí que Lestat bajaba cuando me acerqué a las persianas<br />

cerradas, pegadas <strong>con</strong> herrumbre al pequeño edifcio. Allí jamás se preparaba comida, no se<br />

hacía ningún trabajo, de modo que yacía como <strong>un</strong>a vieja bóveda de ladrillo bajo la<br />

madres<strong>el</strong>va. Se abrieron las persianas; los clavos se habían oxidado y oí que Lestat retenía la<br />

respiración cuando entramos en esa oscuridad absoluta. Allí estaban echadas sobre los<br />

ladrillos, madre e hija j<strong>un</strong>tas, <strong>el</strong> brazo de la madre alrededor de la cintura de la hija, la<br />

cabeza de la hija <strong>con</strong>tra <strong>el</strong> pecho de la madre, ambas sucias <strong>con</strong> excrementos y llenas de<br />

insectos. Una gran nube de mosquitos se levantó cuando se movieron las persianas y los alejé<br />

de mí <strong>con</strong> <strong>un</strong> disgusto <strong>con</strong>vulsivo. Las hormigas reptaban imperturbables sobre los párpados y<br />

las bocas de la pareja muerta; y, a la luz de la l<strong>un</strong>a, pude ver <strong>el</strong> mapa infnito de senderos<br />

plateados de caracoles.<br />

»—¡Maldita sea! —exclamó Lestat, y yo lo tomé d<strong>el</strong> brazo y lo mantuve a mi lado usando<br />

toda mi fuerza.<br />

»—¿Qué piensas hacer <strong>con</strong> <strong>el</strong>la? —insistí—. ¿Qué puedes hacer? Ya no es más <strong>un</strong>a niña que<br />

hace lo que le decimos, simplemente porque se lo decimos. Debemos enseñarle.<br />

»—¡Ella sabe! —Se apartó de mí y limpió su abrigo—. ¡Ella sabe! ¡Hace años que sabe lo<br />

que tiene que hacer! ¡Lo que se puede arriesgar y lo que no se puede! ¡No le permitiré hacer<br />

esto sin mi permiso! No lo toleraré.<br />

»—Entonces, ¿eres <strong>el</strong> amo de todos nosotros? No le enseñaste eso. ¿Acaso lo iba a colegir<br />

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