DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Maris_Glz<br />
más solo de lo que jamás había estado en mi vida. Que Claudia había desaparecido para<br />
siempre. Y yo tenía menos razones para vivir que n<strong>un</strong>ca. Y menos ganas.<br />
»No obstante, mi pesadumbre no me abrumó, no me invadió, no me <strong>con</strong>virtió en esa<br />
criatura miserable y quebrada en que temía transformarme. Quizá no fuera posible aguantar<br />
<strong>el</strong> dolor que había sentido cuando vi los restos de Claudia. Quizá no fuera posible saber eso<br />
y sobrevivir por mucho tiempo. A medida que las horas pasaban, a medida que <strong>el</strong> humo en <strong>el</strong><br />
café se hacía más espeso y que caía y subía <strong>el</strong> t<strong>el</strong>ón d<strong>el</strong> pequeño escenario iluminado por<br />
<strong>un</strong>a lámpara, en <strong>el</strong> que cantaban mujeres robustas, <strong>con</strong> la luz brillando sobre sus joyas<br />
baratas, y resonaban sus voces ricas y prof<strong>un</strong>das, a menudo plañideras, exquisitamente<br />
tristes, me preg<strong>un</strong>té vagamente cómo sería sentir esta pérdida, esta indignación, y verse<br />
justifcado en <strong>el</strong>las, ser merecedor de simpatía, de aliento. Yo no hubiera <strong>con</strong>tado mi dolor a<br />
ning<strong>un</strong>a criatura. Mis propias lágrimas no signifcaban nada para mí.<br />
»¿Adonde ir entonces si no me moría? Fue extraño cómo me llegó la respuesta. Extraño<br />
cómo salí entonces d<strong>el</strong> café y di <strong>un</strong>a vu<strong>el</strong>ta alrededor d<strong>el</strong> teatro incendiado y, al fnal, me<br />
dirigí a la ancha Avenue Napoleón y por <strong>el</strong>la hasta <strong>el</strong> palacio d<strong>el</strong> Louvre. Fue como si ese<br />
palacio me llamara y, sin embargo, jamás había estado dentro de sus muros. Había pasado mil<br />
veces d<strong>el</strong>ante de su extensa fachada, deseando poder visitarlo como <strong>un</strong> ser mortal por sólo<br />
<strong>un</strong> día y pasear entonces por esos salones y ver sus magnífcos cuadros. Ahora lo haría en<br />
posesión únicamente de <strong>un</strong>a vaga noción de que en las obras de arte podía en<strong>con</strong>trar alivio;<br />
de que yo no podía brindar nada fatal a lo que era inanimado y, sin embargo, magnífcamente<br />
poseído d<strong>el</strong> espíritu de la vida misma.<br />
»En algún sitio de la Avenue Napoleón, oí detrás de mí <strong>el</strong> paso in<strong>con</strong>f<strong>un</strong>dible de Armand.<br />
Me hacía llegar señales, me hacía saber que estaba cerca. Pero no hice otra cosa que<br />
aminorar <strong>el</strong> paso y dejar que se me pusiera a la par. Durante largo rato, caminamos sin<br />
pron<strong>un</strong>ciar palabra. No me animaba a mirarlo. Por supuesto, no había dejado de pensar en él<br />
ni por <strong>un</strong> instante; como si fuéramos humanos y Claudia hubiese sido mi amor, al fnal podría<br />
haber caído en los brazos de él debido a la necesidad de compartir <strong>un</strong> dolor común tan<br />
fuerte, tan absorbente. Ahora <strong>el</strong> dique amenazaba quebrarse, pero no se rompió. Yo estaba<br />
entumecido y caminaba como tal.<br />
»—Ya sabes lo que he hecho —dije por último; habíamos salido de la avenida y ahora podía<br />
ver allá d<strong>el</strong>ante la larga fla de columnas dobles <strong>con</strong>tra la fachada d<strong>el</strong> Museo Real—. Sacaste<br />
tu ataúd, como te advertí...<br />
»—Sí —me <strong>con</strong>testó. Sentí <strong>un</strong> alivio súbito e inequívoco al escuchar su voz. Me debilitó.<br />
Pero, simplemente, yo estaba demasiado lejos d<strong>el</strong> dolor, demasiado cansado.<br />
»—Y, sin embargo, estás aquí a mi lado. ¿Quieres vengarlos?<br />
»—No —dijo él.<br />
»—Eran tus compañeros, tú eras su jefe —dije—. ¿No les avisaste que yo estaba tras <strong>el</strong>los,<br />
d<strong>el</strong> mismo modo que yo te avisé?<br />
»—No —dijo.<br />
»—Pero seguro que me detestas por <strong>el</strong>lo. Sin duda respetas alg<strong>un</strong>a norma, alg<strong>un</strong>a lealtad<br />
de alg<strong>un</strong>a especie.<br />
»—No —dijo en voz baja.<br />
»Me sorprendió la lógica de sus respuestas, a<strong>un</strong>que no las podía explicar ni comprender.<br />
»Algo se me aclaró en las remotas regiones de mis propias <strong>con</strong>sideraciones incesantes.<br />
»—Había guardias; estaban los acomodadores que dormían en <strong>el</strong> teatro. ¿Por qué no<br />
estaban allí cuando entré? ¿Por qué no estaban allí para proteger a los <strong>vampiro</strong>s?<br />
»—Porque eran empleados míos y los despedí. Los eché —dijo Armand.<br />
»Me detuve. Estaba imperturbable cuando lo miré de frente, y tan pronto como se<br />
en<strong>con</strong>traron nuestros ojos deseé que <strong>el</strong> m<strong>un</strong>do no fuera <strong>un</strong>a negra ruina vacía <strong>con</strong> cenizas y<br />
muertes. Deseé que fuera fresco y hermoso y que ambos viviéramos y nos pudiéramos dar<br />
amor.<br />
»—¿Tú hiciste eso sabiendo lo que yo pensaba hacer?<br />
»—Así es —dijo.<br />
»—¡Pero tú eras su jefe! Confaban en ti. Creían en ti. ¡Vivían <strong>con</strong>tigo! —dije—. No<br />
162