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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

podrás evitar a los otros. Estás ansioso y <strong>el</strong>los se darían cuenta —agregó. Me di la vu<strong>el</strong>ta para<br />

irme de inmediato, a<strong>un</strong>que cada poro de mi cuerpo me pedía que me quedara—. Pero déjame<br />

que te diga lo siguiente —dijo, y levemente posó la palma de su mano <strong>con</strong>tra mi corazón—: Usa<br />

<strong>el</strong> poder interior que tienes. ¡No lo rechaces más! ¡Usa ese poder! Y cuando te vean arriba<br />

en la calle, usa ese poder para hacer <strong>un</strong>a máscara de tu rostro, y cuando los mires a <strong>el</strong>los, o<br />

a cualquiera, piensa: cuidado. Lleva esa palabra como si fuera <strong>un</strong> amuleto que te hubiera<br />

dado para que lo uses atado al cu<strong>el</strong>lo. Y cuando tus ojos se crucen <strong>con</strong> los de Santiago o <strong>con</strong><br />

los ojos de cualquier otro <strong>vampiro</strong>, dile amablemente lo que se te ocurra, pero piensa en esa<br />

palabra y en esa palabra únicamente. Te hablo de esta forma simple porque sé que tú<br />

respetas la sencillez. Tú la comprendes. Ésa es tu fortaleza.<br />

»Me llevé la llave y no recuerdo haberla puesto en la cerradura ni haber subido los<br />

escalones; o dónde estaba o lo que él hizo, salvo que, cuando pisé la oscura calleja detrás d<strong>el</strong><br />

teatro, le escuché decirme en voz muy baja en algún sitio cerca de mí:<br />

»—Ven aquí, a mí, cuando puedas.<br />

»Eché <strong>un</strong>a mirada a mi alrededor y no me sorprendió no verlo. En algún momento, también<br />

me había dicho que no abandonara <strong>el</strong> Hot<strong>el</strong> Saint-Gabri<strong>el</strong>, que no debía darles a los otros <strong>un</strong><br />

solo indicio de la culpabilidad que <strong>el</strong>los buscaban.<br />

»—¿Ves? —me dijo—, matar a otros <strong>vampiro</strong>s es algo muy excitante y por eso está<br />

prohibido, bajo pena de muerte.<br />

»Y entonces me pareció despertar: a las calles de París brillantes <strong>con</strong> la lluvia, a los<br />

edifcios cerrados para <strong>con</strong>stituir otra vez <strong>un</strong>a sólida pared oscura a mis espaldas, y a que<br />

Armand ya no estaba allí.<br />

»Y a<strong>un</strong>que Claudia me esperaba, a<strong>un</strong>que pasé por <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> y vi las ventanas iluminadas, y<br />

<strong>el</strong>la, <strong>un</strong>a fgura diminuta, estaba de pie entre fores de pétalos de cera, me alejé de la<br />

avenida; dejé que me tragaran las calles más tenebrosas, como lo habían hecho <strong>con</strong> tanta<br />

frecuencia aqu<strong>el</strong>las calles de Nueva Orleans.<br />

»No se trataba de que yo no la amara; más bien fue que la quería mucho y que mi pasión<br />

era tan grande como la pasión por Armand. Y ahora escapé de ambos, dejando que <strong>el</strong> deseo<br />

de matar creciera en mí como <strong>un</strong>a febre esperada, <strong>un</strong>a <strong>con</strong>ciencia amenazadora, <strong>un</strong> dolor<br />

amenazador.<br />

»De entre la bruma que siguió a la lluvia, apareció <strong>un</strong> hombre y caminó hacia mí. Puedo<br />

recordarlo como caminando en <strong>un</strong> paisaje de ensueño, porque la noche a mi alrededor era<br />

oscura e irreal. Ese lugar podría haber estado en cualquier parte d<strong>el</strong> m<strong>un</strong>do y las luces<br />

suaves de París eran <strong>un</strong> resplandor amorfo en la niebla. Con los ojos h<strong>un</strong>didos y borracho, él<br />

caminaba ciegamente a los brazos de la misma muerte, y sus dedos vivos se extendieron para<br />

tocar los huesos de mi rostro.<br />

»Yo aún no estaba en <strong>el</strong> límite, todavía no sentía <strong>un</strong>a sed desesperada. Le podría haber<br />

dicho: "Pasa". Creo que mis labios formaron la palabra que me había dicho Armand:<br />

"Cuidado". Y, sin embargo, le permití que me pasara sus brazos borrachos por la cintura; cedí<br />

ante sus ojos adoradores, ante la voz que me rogaba que me dejase pintar, y que habló <strong>con</strong><br />

cariño d<strong>el</strong> olor rico y dulce de los óleos que manchaban su camisa abierta. Lo seguí a través<br />

de Montmartre y le susurré:<br />

»—Tú no eres <strong>un</strong> miembro de los muertos.<br />

»Me guió por <strong>un</strong> jardín descuidado, a través de las hierbas fragantes y mojadas y se rió<br />

cuando le dije:<br />

»—Estás vivo, vivo...<br />

»Su mano me tocó las mejillas, la cara, y por último <strong>el</strong> mentón, mientras me guiaba hacia<br />

la luz d<strong>el</strong> portal bajo y su cara enrojecida se iluminó súbitamente <strong>con</strong> la luz de la lámpara y<br />

<strong>el</strong> calor cuando se cerró la puerta.<br />

»Vi los grandes globos chispeantes de sus ojos, las diminutas venas rojas que llegaban a<br />

los centros oscuros, la mano cálida que hacía arder mi hambre h<strong>el</strong>ado cuando me guió hasta<br />

la silla. Entonces, en todas partes vi rostros brillantes, caras que se <strong>el</strong>evaban por encima d<strong>el</strong><br />

humo de las lámparas, o de las ascuas de la cocina; <strong>un</strong>a maravilla de colores en t<strong>el</strong>as que nos<br />

rodeaban bajo <strong>el</strong> techo bajo e irregular; <strong>un</strong> brillo de b<strong>el</strong>leza que latía y palpitaba.<br />

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