DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Maris_Glz<br />
soslaya cuando se lo preg<strong>un</strong>to. ¡Dice que jamás podría haberlo hecho sin tu ayuda!<br />
»Me en<strong>con</strong>tré mirando fjamente <strong>el</strong> cráneo y oyéndola como si sus palabras me azotasen<br />
para obligarme a dar media vu<strong>el</strong>ta y enfrentarme a los latigazos. La idea se me ocurrió más<br />
como <strong>un</strong> golpe frío que como <strong>un</strong> pensamiento: que ahora nada quedaba de mí sino ese cráneo.<br />
Me di vu<strong>el</strong>ta y, a la luz de la lámpara, vi sus ojos como dos llamaradas oscuras en su rostro<br />
blanco. Una muñeca de la que alguien había arrancado cru<strong>el</strong>mente<br />
los ojos y los había reemplazado <strong>con</strong> <strong>un</strong> fuego demoníaco. Me en<strong>con</strong>tré acercándome a<br />
<strong>el</strong>la, susurrando su nombre, formándose <strong>un</strong> pensamiento en mis labios y luego muriendo; cerca<br />
de <strong>el</strong>la, luego lejos de <strong>el</strong>la, recogiendo su abrigo y su sombrero. Vi <strong>un</strong> guante diminuto en <strong>el</strong><br />
su<strong>el</strong>o, en las sombras, y, por <strong>un</strong> momento, pensé que era <strong>un</strong>a mano diminuta, cortada.<br />
»—¿Qué te pasa...? —Se me acercó mirándome a la cara—. ¿Qué es lo que siempre ha<br />
estado pasando? ¿Por qué miras de ese modo <strong>el</strong> cráneo, <strong>el</strong> guante?<br />
»Hizo esta preg<strong>un</strong>ta <strong>con</strong> d<strong>el</strong>icadeza..., pero no <strong>con</strong> la sufciente. Había <strong>un</strong> leve cálculo en<br />
su voz, <strong>un</strong>a indiferencia inalcanzable.<br />
»—Te necesito —le dije sin querer decirlo—. No puedo soportar <strong>el</strong> perderte. Eres la única<br />
compañera que he tenido en la inmortalidad.<br />
»—Pero, ¡por cierto que debe haber otros! ¡Sin duda no somos los únicos <strong>vampiro</strong>s de la<br />
Tierra! —le oí decir, como yo lo había dicho, se lo oí <strong>con</strong> mis propias palabras, que volvían a mí<br />
en la marea de su toma de <strong>con</strong>ciencia, de su búsqueda.<br />
»Pero no hay dolor —pensé de improviso—. Hay urgencia, <strong>un</strong>a urgencia despiadada.<br />
»—¿Acaso no eres como yo? —preg<strong>un</strong>tó, mirándome de frente—. ¡Tú me has enseñado todo<br />
lo que sé!<br />
»—Lestat te enseñó a matar. —Recogí <strong>el</strong> guante—. Aquí tienes, vamos..., salgamos. Quiero<br />
salir...<br />
»Yo tartamudeaba y traté de ponerle los guantes. Levanté la gran masa de rizos de sus<br />
cab<strong>el</strong>los y los arreglé sobre <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo d<strong>el</strong> abrigo.<br />
»—¡Pero tú me enseñaste a ver! —me dijo—. Tú me enseñaste las palabras ojos de <strong>vampiro</strong><br />
—<strong>con</strong>tinuó <strong>el</strong>la—. Tú me enseñaste a beberme <strong>el</strong> m<strong>un</strong>do, a tener hambre de algo más que...<br />
»—N<strong>un</strong>ca quise que esas palabras ojos de <strong>vampiro</strong> tuvieran <strong>el</strong> signifcado que tú les das —<br />
le dije—. Suenan distintas cuando tú las pron<strong>un</strong>cias. —Ella me tiraba de la manga tratando de<br />
que yo la mirase—. Vamos —le dije—. Tengo que mostrarte algo...<br />
»Y rápidamente la hice pasar por <strong>el</strong> corredor y las escaleras en espiral y a través d<strong>el</strong><br />
patio a oscuras. Pero yo no sabía lo que tenía que mostrarle ni a dónde me dirigía.<br />
Únicamente que tenía que ir, <strong>con</strong> <strong>un</strong> instinto sublime y <strong>con</strong>denado.<br />
»Pasamos deprisa por la ciudad en las primeras horas de la noche; <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o mostraba<br />
ahora <strong>un</strong> pálido violeta y las nubes habían desaparecido; <strong>el</strong> aire a nuestro alrededor era<br />
fragante, a<strong>un</strong> cuando nos alejamos de los jardines espaciosos hacia esas calleju<strong>el</strong>as angostas<br />
y pobres donde las fores estallan en las grietas de las piedras y las inmensas ad<strong>el</strong>fas brotan<br />
<strong>con</strong> gruesos y resinosos tallos blancos y rosados, como <strong>un</strong>a hierba monstruosa, en los<br />
terrenos baldíos. Oía <strong>el</strong> staccato de los pasos de Claudia a mi lado mientras se apresuraba<br />
siguiéndome, sin pedirme en ningún momento que aminorara la marcha; y fnalmente llegó <strong>con</strong><br />
su cara de infnita paciencia a <strong>un</strong>a calle angosta y oscura donde aún había <strong>un</strong>as pocas casas<br />
francesas antiguas entre las fachadas españolas, <strong>un</strong>as antiguas casitas <strong>con</strong> <strong>el</strong> yeso carcomido.<br />
Yo había en<strong>con</strong>trado la casa <strong>con</strong> <strong>un</strong> esfuerzo ciego, <strong>con</strong>sciente de que siempre había sabido<br />
dónde estaba y que siempre la había evitado; que siempre había girado en <strong>el</strong> farol de la<br />
esquina sin querer pasar por la ventana baja donde había oído llorar a Claudia por primera<br />
vez. La casa estaba en silencio. Más h<strong>un</strong>dida que en aqu<strong>el</strong>los tiempos, la entrada cruzada por<br />
cuerdas para colgar la ropa, las hierbas altas entre los bajos cimientos, las dos ventanas rotas<br />
y emparchadas <strong>con</strong> t<strong>el</strong>as. Toqué las persianas.<br />
»—Aquí fue donde te vi por primera vez —le dije, pensando <strong>con</strong>társ<strong>el</strong>o todo para que <strong>el</strong>la<br />
comprendiese, pero sintiendo aún la frialdad de su mirada, de su expresión—. Te oí llorar.<br />
Estabas en esa habitación <strong>con</strong> tu madre. Y tu madre estaba muerta. Hacía días que lo estaba<br />
y tú no lo sabías. Te aferrabas a <strong>el</strong>la, gimiendo..., llorando lastimeramente, y vi tu cuerpo<br />
blanco, febril y hambriento. Tratabas de despertarla de la muerte, te aferrabas a <strong>el</strong>la en<br />
60