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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

él lo mató. Lo mató antes de que supiera lo que quizá sabe ahora, y, entonces, presa d<strong>el</strong><br />

pánico, te hizo su esclavo. Y tú has sido su esclavo.<br />

»—En realidad, no... —le susurré; sentí que apretaba sus mejillas <strong>con</strong>tra mis sienes; estaba<br />

fría y necesitaba matar—. No <strong>un</strong> esclavo. Una especie de cómplice estúpido —le <strong>con</strong>fesé, me<br />

<strong>con</strong>fesé a mí mismo, <strong>con</strong> mucha rabia en las entrañas y palpitación en las sienes, como si se<br />

me <strong>con</strong>trajesen las venas y mi cuerpo se <strong>con</strong>virtiera en <strong>un</strong> mapa de venas torturadas.<br />

»—No, <strong>un</strong> esclavo —insistió <strong>el</strong>la <strong>con</strong> su voz grave y monótona, como si estuviera pensando<br />

en voz alta y sus palabras fueran rev<strong>el</strong>aciones, letras de <strong>un</strong> crucigrama—. Y yo liberaré a los<br />

dos.<br />

»Me detuve. Apretó su mano <strong>con</strong>tra la mía, pidiéndome que <strong>con</strong>tinuara. Caminábamos por<br />

la ancha calle al lado de la catedral, hacia las luces de la plaza Jackson; <strong>el</strong> agua corría<br />

rápida por la alcantarilla en medio de la calle, plateada a la luz de la l<strong>un</strong>a.<br />

»Ella dijo:<br />

»—Lo mataré.<br />

»Me quedé inmóvil al fnal de la calleja. Sentí que se movía en mis brazos; bajó como si<br />

lograra algo liberándose de mí sin la torpe ayuda de mis manos. La puse en la acera de<br />

piedra. Le dije que no, sacudí la cabeza. Tuve la sensación que te he descrito antes de que los<br />

edifcios a mi alrededor —<strong>el</strong> cabildo, la catedral, los apartamentos a lo largo de la plaza— eran<br />

todos como la seda, y <strong>un</strong>a ilusión, y se rasgarían de repente, <strong>con</strong> <strong>un</strong> viento horrible, y <strong>un</strong>a<br />

grieta se abriría en la tierra, que era la única realidad.<br />

»—Claudia —le dije, apartando mi mirada.<br />

»—¿Y por qué no matarlo? —dijo ahora, alzando la voz hasta que chilló—. ¡No me sirve<br />

para nada! ¡No le puedo sacar nada! Y él me causa dolor, ¡algo que no toleraré!<br />

»—¿Y si no es tan inútil? —le dije. Pero la vehemencia era falsa. Desesperada. ¡Estaba tan<br />

alejada de mí, <strong>con</strong> sus pequeños hombros erguidos y decididos, y su paso rápido, como <strong>un</strong>a<br />

niñita que, al salir los domingos <strong>con</strong> sus padres, quiere caminar ad<strong>el</strong>ante y simular que está<br />

sola!—. ¡Claudia! —llamé, y la alcancé de inmediato; le toqué la pequeña cintura y sentí que se<br />

endurecía como <strong>el</strong> hierro—. ¡Claudia, tú no lo puedes matar!<br />

—le susurré; <strong>el</strong>la dio <strong>un</strong>os pasos atrás, saltando, resonando en las piedras y salió a la calle<br />

abierta. Un cabriolé pasó a nuestro lado y oímos <strong>un</strong>as carcajadas y <strong>el</strong> ruido de los caballos y<br />

las ruedas. Luego la calle quedó en silencio. La seguí por ese espacio inmenso hasta las<br />

puertas de la plaza Jackson, donde se aferró a las rejas. Me acerqué a <strong>el</strong>la.<br />

»—No me importa lo que sientas, lo que digas; no puedes hablar seriamente de matarlo —le<br />

dije.<br />

»—¿Y por qué no? ¿Piensas que es tan fuerte? —me preg<strong>un</strong>tó, <strong>con</strong> los ojos fjos en la<br />

estatua, como dos inmensos pozos de luz.<br />

»—¡Es más fuerte de lo que te imaginas! ¡Más fuerte de lo que sueñas! ¿Cómo piensas<br />

matarlo? No puedes competir <strong>con</strong> su destreza. ¡Tú lo sabes! —le dije, casi rogándole, pero<br />

pude darme cuenta de que estaba absolutamente imperturbable, como <strong>un</strong> niño que mira<br />

fascinado la vitrina de <strong>un</strong>a tienda de juguetes.<br />

»Movió de pronto la lengua entre los dientes y se tocó <strong>el</strong> labio inferior <strong>con</strong> <strong>un</strong>a rápida<br />

lamida que me provocó <strong>un</strong> pequeño sobresalto. Saboreé sangre. Sentí algo palpable e<br />

indefenso en mis manos. Quería matar. Podía oír y oler a los humanos en los senderos de la<br />

plaza, moviéndose en <strong>el</strong> mercado, caminando por <strong>el</strong> mu<strong>el</strong>le. Estaba a p<strong>un</strong>to de cogerla,<br />

hacerla que me mirase, sacudirla, de ser necesario, obligarla a escucharme, cuando se volvió<br />

hacia mí <strong>con</strong> sus grandes ojos líquidos.<br />

»—Te quiero, Louis —me dijo.<br />

»—Entonces, escúchame, Claudia, te lo ruego —susurré, aferrándome a <strong>el</strong>la, alerta de<br />

pronto por <strong>un</strong>a cercana serie de susurros, y la lenta y creciente articulación de las<br />

<strong>con</strong>versaciones humanas por encima de los sonidos entremezclados de la noche—. Te destruirá<br />

si tratas de matarlo. No hay manera de que puedas hacer eso <strong>con</strong> seguridad. No <strong>con</strong>oces la<br />

manera. Y, poniéndote en su <strong>con</strong>tra, lo perderás todo. Claudia, no puedo soportar eso.<br />

»Hubo <strong>un</strong>a sonrisa casi imperceptible en sus labios.<br />

»—No, Louis —murmuró—. Lo puedo matar. Y ahora te quiero <strong>con</strong>tar algo más, <strong>un</strong> secreto<br />

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